Más FútbolSilva, el jugón inspirado en Messi y Miura que se niega a retirarse: “Sigo con 54, sueño con jugar en España"
Adrián Silva compite en la Primera C de la AUF, desafía al calendario y persigue un sueño intacto: jugar alguna vez en Europa y en España. Su carrera es un homenaje familiar y una declaración de fe en que la pasión no caduca
Adrián Silva, posando.Cedidas por Adrián Silva.
• NACHO LABARGA Actualizado 27/11/2025 - 20:40CET
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Adrián Silva tiene 54 años, pero no vive del recuerdo ni de las historias que otros archivan en álbumes. No se aferra a fotos amarillas ni a frases hechas sobre lo que fue. Él sigue entrando a una cancha con ficha federativa, calentando, respirando fútbol y compitiendo como si todavía tuviera algo por conquistar. Su presente no es una extensión caprichosa del pasado, sino una confirmación de que su historia no terminó. Silva continúa porque siente que aún pertenece ahí, porque su identidad no se ha divorciado del césped, porque cada carrera, cada pase y cada entrenamiento siguen teniendo sentido. No es nostalgia: es convicción.
Silva, el jugón inspirado en Messi y Miura que se niega a retirarse
“Cada vez que piso el campo, siento que están conmigo”, dice en MARCA al hablar de sus padres y hermanos fallecidos. Esa frase no es un recurso sentimental ni una postal para quedar bien: es su combustible emocional. Cada partido se convierte en una manera de mantenerlos vivos, en un diálogo silencioso con quienes ya no están. Esa presencia invisible le recuerda que el fútbol no es solo correr detrás de una pelota, sino un lugar al que vuelve para reencontrarse con lo que ama, con su pasado, con su esencia. Allí, entre líneas de cal y olor a pasto húmedo, Silva no solo juega: respira.
A esta edad no se trata de entrenar más que los jóvenes, sino de entrenar mejor
Silva, a MARCA
Compite con la ilusión intacta de aquel niño que empezó a soñar en canchas humildes. Lo hace en la Primera C de la Asociación Uruguaya de Fútbol, rodeado de jóvenes que podrían ver en él un lienzo de historias, pero que terminan escuchando sus consejos y respetando su vigencia. Donde otros ven un veterano, él encuentra sentido. Donde otros ven una despedida, él abre un capítulo más. “Mientras el cuerpo responda, el fútbol es mi casa”, afirma. Y su cuerpo responde porque él lo cuida con la disciplina de un profesional. Tiene un gimnasio en casa, sigue un plan nutricional, trabaja la fuerza, sale a correr, controla las pulsaciones y descansa cuando debe. “A esta edad no se trata de entrenar más que los jóvenes, sino de entrenar mejor”. No es romanticismo: es método.
Su punto de inflexión llegó cuando regresó oficialmente a la competición y jugó muchos minutos en Primera C. Sintió abrazos sinceros, sonrisas cómplices y una energía que no se compra ni se finge. Allí no lo miraron como un futbolista vencido por el calendario, sino como alguien que todavía suma, que aporta fútbol y sabiduría. “Ese día me di cuenta de que todavía podía aportar”, confiesa.
Aquella tarde dejó de ser un sobreviviente del deporte: volvió a ser un futbolista en plenitud. Volvió a sentirse útil, valioso, vigente. Volvió a entender que jugar no es un gesto caprichoso, sino una forma de estar vivo.
El sello Silva no está en la velocidad ni en la potencia. Ya no corre contra el cronómetro, sino contra la improvisación y el error. Su fútbol es precisión, pausa y lectura. “Trato de no errar ningún pase”, dice, como si esa frase encendiera el faro de su credo. No hay productos al azar en su juego. Cada toque tiene intención, cada movimiento tiene sentido. Lo que entrega no es solo un rendimiento individual, sino una manera de entender el deporte: sin excusas, sin adornos, sin atajos. Esa constancia convierte su presencia en algo más grande que los minutos que disputa. Para algunos es compañero. Para otros, guía. Para muchos, una prueba viviente de que la pasión no se jubila.
Hay dos nombres que alimentan su fe: Lionel Messi y Kazuyoshi Miura. Del primero admira su grandeza sin estridencias, su vigencia eterna, su forma de entender el fútbol como un idioma universal. Del segundo, algo más profundo: la certeza de que la edad es un número y no una sentencia. “Me inspira Messi, sí, me inspira por todo lo que representa. Y también Miura. Verlos me motiva y me demuestra que la pasión no tiene edad”, afirma. En ambos encuentra un espejo y una llave: la prueba de que retirarse no siempre es una obligación, sino una decisión personal.
Me inspira Messi, sí, me inspira por todo lo que representa. Y también Miura. Verlos me motiva y me demuestra que la pasión no tiene edad
Silva, a MARCA
Y como si todo lo vivido no alcanzara, Silva guarda un deseo que no caduca: “Lo que me mueve a seguir jugando es cumplir mi sueño de jugar en Europa y en España”. Lo dice sin grandilocuencia, sin prometer imposibles y sin intentar encender titulares fáciles. Lo dice como alguien que sabe que los sueños no expiran mientras uno siga dispuesto a perseguirlos. No se trata de fama ni de dinero, sino de cerrar un círculo que todavía está abierto en su corazón.
Cuando el cuerpo o la cabeza digan basta, ahí lo pensaré. Hoy sigo adelante
Silva, a MARCANo compite contra la edad
Silva no compite contra la edad, sino contra la idea de que hay una fecha exacta para dejar de ser quien uno es. No juega para resistirse a irse, sino porque todavía pertenece ahí. Disfruta lo que antes corría, entiende lo que antes intuía, aprecia lo que antes daba por hecho. “No pongo fecha a mi retiro”, repite. “Cuando el cuerpo o la cabeza digan basta, ahí lo pensaré. Hoy sigo adelante”. Su historia ya no necesita demostraciones: venció al único rival que nunca pierde, el tiempo.
Quizá nunca juegue en España. O quizá algún día aparezca una foto suya en un estadio europeo, con una nueva camiseta y otro capítulo por escribir. Pero, pase lo que pase, ya ganó la batalla más cruenta de todas: la de seguir jugando cuando la lógica gritaba que debía haberse ido hace años.
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Adrián Silva compite en la Primera C de la AUF, desafía al calendario y persigue un sueño intacto: jugar alguna vez en Europa y en España. Su carrera es un homenaje familiar y una declaración de fe en que la pasión no caduca
Adrián Silva, posando.Cedidas por Adrián Silva.
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Adrián Silva tiene 54 años, pero no vive del recuerdo ni de las historias que otros archivan en álbumes. No se aferra a fotos amarillas ni a frases hechas sobre lo que fue. Él sigue entrando a una cancha con ficha federativa, calentando, respirando fútbol y compitiendo como si todavía tuviera algo por conquistar. Su presente no es una extensión caprichosa del pasado, sino una confirmación de que su historia no terminó. Silva continúa porque siente que aún pertenece ahí, porque su identidad no se ha divorciado del césped, porque cada carrera, cada pase y cada entrenamiento siguen teniendo sentido. No es nostalgia: es convicción.
Silva, el jugón inspirado en Messi y Miura que se niega a retirarse
“Cada vez que piso el campo, siento que están conmigo”, dice en MARCA al hablar de sus padres y hermanos fallecidos. Esa frase no es un recurso sentimental ni una postal para quedar bien: es su combustible emocional. Cada partido se convierte en una manera de mantenerlos vivos, en un diálogo silencioso con quienes ya no están. Esa presencia invisible le recuerda que el fútbol no es solo correr detrás de una pelota, sino un lugar al que vuelve para reencontrarse con lo que ama, con su pasado, con su esencia. Allí, entre líneas de cal y olor a pasto húmedo, Silva no solo juega: respira.
A esta edad no se trata de entrenar más que los jóvenes, sino de entrenar mejor
Silva, a MARCA
Compite con la ilusión intacta de aquel niño que empezó a soñar en canchas humildes. Lo hace en la Primera C de la Asociación Uruguaya de Fútbol, rodeado de jóvenes que podrían ver en él un lienzo de historias, pero que terminan escuchando sus consejos y respetando su vigencia. Donde otros ven un veterano, él encuentra sentido. Donde otros ven una despedida, él abre un capítulo más. “Mientras el cuerpo responda, el fútbol es mi casa”, afirma. Y su cuerpo responde porque él lo cuida con la disciplina de un profesional. Tiene un gimnasio en casa, sigue un plan nutricional, trabaja la fuerza, sale a correr, controla las pulsaciones y descansa cuando debe. “A esta edad no se trata de entrenar más que los jóvenes, sino de entrenar mejor”. No es romanticismo: es método.
Su punto de inflexión llegó cuando regresó oficialmente a la competición y jugó muchos minutos en Primera C. Sintió abrazos sinceros, sonrisas cómplices y una energía que no se compra ni se finge. Allí no lo miraron como un futbolista vencido por el calendario, sino como alguien que todavía suma, que aporta fútbol y sabiduría. “Ese día me di cuenta de que todavía podía aportar”, confiesa.
Aquella tarde dejó de ser un sobreviviente del deporte: volvió a ser un futbolista en plenitud. Volvió a sentirse útil, valioso, vigente. Volvió a entender que jugar no es un gesto caprichoso, sino una forma de estar vivo.
El sello Silva no está en la velocidad ni en la potencia. Ya no corre contra el cronómetro, sino contra la improvisación y el error. Su fútbol es precisión, pausa y lectura. “Trato de no errar ningún pase”, dice, como si esa frase encendiera el faro de su credo. No hay productos al azar en su juego. Cada toque tiene intención, cada movimiento tiene sentido. Lo que entrega no es solo un rendimiento individual, sino una manera de entender el deporte: sin excusas, sin adornos, sin atajos. Esa constancia convierte su presencia en algo más grande que los minutos que disputa. Para algunos es compañero. Para otros, guía. Para muchos, una prueba viviente de que la pasión no se jubila.
Hay dos nombres que alimentan su fe: Lionel Messi y Kazuyoshi Miura. Del primero admira su grandeza sin estridencias, su vigencia eterna, su forma de entender el fútbol como un idioma universal. Del segundo, algo más profundo: la certeza de que la edad es un número y no una sentencia. “Me inspira Messi, sí, me inspira por todo lo que representa. Y también Miura. Verlos me motiva y me demuestra que la pasión no tiene edad”, afirma. En ambos encuentra un espejo y una llave: la prueba de que retirarse no siempre es una obligación, sino una decisión personal.
Me inspira Messi, sí, me inspira por todo lo que representa. Y también Miura. Verlos me motiva y me demuestra que la pasión no tiene edad
Silva, a MARCA
Y como si todo lo vivido no alcanzara, Silva guarda un deseo que no caduca: “Lo que me mueve a seguir jugando es cumplir mi sueño de jugar en Europa y en España”. Lo dice sin grandilocuencia, sin prometer imposibles y sin intentar encender titulares fáciles. Lo dice como alguien que sabe que los sueños no expiran mientras uno siga dispuesto a perseguirlos. No se trata de fama ni de dinero, sino de cerrar un círculo que todavía está abierto en su corazón.
Cuando el cuerpo o la cabeza digan basta, ahí lo pensaré. Hoy sigo adelante
Silva, a MARCANo compite contra la edad
Silva no compite contra la edad, sino contra la idea de que hay una fecha exacta para dejar de ser quien uno es. No juega para resistirse a irse, sino porque todavía pertenece ahí. Disfruta lo que antes corría, entiende lo que antes intuía, aprecia lo que antes daba por hecho. “No pongo fecha a mi retiro”, repite. “Cuando el cuerpo o la cabeza digan basta, ahí lo pensaré. Hoy sigo adelante”. Su historia ya no necesita demostraciones: venció al único rival que nunca pierde, el tiempo.
Quizá nunca juegue en España. O quizá algún día aparezca una foto suya en un estadio europeo, con una nueva camiseta y otro capítulo por escribir. Pero, pase lo que pase, ya ganó la batalla más cruenta de todas: la de seguir jugando cuando la lógica gritaba que debía haberse ido hace años.
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