Sunday, 07 de December de 2025
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Canarias busca a 785 menores tutelados desaparecidos: "Es un agujero negro, las niñas que huyen acaban prostituidas"

Canarias busca a 785 menores tutelados desaparecidos: "Es un agujero negro, las niñas que huyen acaban prostituidas"
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Centros al límite, vigilancia insuficiente y rutas migratorias que no cesan; el vacío de control es aprovechado por las mafias. La explotación de 13 chicas tuteladas en Arrecife y enviadas a Francia revela la dimensión del problema. Otras historias: Kenneth, el falso ojeador que prometía a niños jugar "en el Barça y el Madrid" a cambio de sexo: abusó de 61 en Canarias.

Las fugas de menores migrantes bajo tutela en Canarias han abierto grietas por donde operan redes de explotación fuera de España. Arte E. E.

Reportajes INVESTIGACIÓN Canarias busca a 785 menores tutelados desaparecidos: "Es un agujero negro, las niñas que huyen acaban prostituidas"

Centros al límite, vigilancia insuficiente y rutas migratorias que no cesan; el vacío de control es aprovechado por las mafias. La explotación de 13 chicas tuteladas en Arrecife y enviadas a Francia revela la dimensión del problema.

Otras historias: Kenneth, el falso ojeador que prometía a niños jugar "en el Barça y el Madrid" a cambio de sexo: abusó de 61 en Canarias.

Arrecife (Lanzarote) Publicada 7 diciembre 2025 01:40h

En Lanzarote, el viento es una presencia. Cruza la isla como un recordatorio de que casi todo lo que llega aquí viene de lejos: arena del Sáhara transportada por calimas repentinas, cayucos que atraviesan la noche con motores exhaustos, adolescentes de ojos abiertos que aún no han cumplido los diecisiete.

También llegan niñas que, antes de alcanzar la adolescencia, han cruzado África siguiendo una brújula hecha de necesidad, de pobreza, de promesas rotas. Niñas que viajan solas, que han aprendido a negociar su miedo, que se convierten en adultas antes de serlo.

Y, a veces, lo que llega también se va. Se deshace. Se pierde. La estadística lo dice sin metáforas: 785 menores migrantes tutelados están oficialmente desaparecidosen Canarias. No se sabe dónde viven ahora. No se sabe si están vivos. No se sabe si han sido devueltos por rutas informales o si cruzaron a la Península sin dejar huella.

No se sabe si duermen en un sofá en Marsella, en una habitación compartida en Lyon o en un sótano en Bruselas. No se sabe si están atrapados, si están explotados, si están simplemente siguiendo su propia ruta migratoria. Sólo se sabe una cosa: salieron de aquí.

Y salieron, en ocasiones, siguiendo rutas que no eligieron. La isla aún intenta comprender cómo trece de esas niñas fueron captadas en un centro de Arrecife y acabaron prostituidas en Francia en una operación policial bautizada como Tritón; una pieza que abrió una grieta en el sistema de tutela y mostró hasta qué punto las fugas pueden esconder algo más que un simple cambio de isla o de país.

La Casa del Mar, en Arrecife, antiguo centro de acogida de menores migrantes. El edificio, hoy vacío, simboliza la fragilidad de un sistema de tutela desbordado en una isla marcada por las fugas. Julio César R. A.

La fuga como costumbre

En Arrecife, los vecinos han aprendido a convivir con la volatilidad: adolescentes que fuman en las esquinas, grupos que avanzan hacia la estación de guaguas, sombras que se suben a coches matriculados fuera de la isla. Se van sin hacer ruido, sin despedidas, sin documentos. A veces se despiden de un educador. A veces sólo desaparecen.

"Esto es un agujero negro. Aquí entran niños y a veces no sabemos dónde acaban".

Los trabajadores sociales conocen de memoria ese pulso. Lo observan con resignación y alarma. Saben que un menor con edad suficiente puede salir cuando quiera. Saben que la tutela en las islas es una estructura frágil, un intento de contención que no siempre funciona.

"Los centros no son cárceles, y no podemos retener a nadie", repite la consejera de Bienestar Social, Candelaria Delgado. "Si un menor no regresa tras una salida, se presenta una denuncia".

Pero los educadores sostienen que esa frase intenta dar forma a un desorden cotidiano: puertas que se abren, ausencias que se alargan, fugas que terminan convertidas en expedientes. Una realidad que no encaja en comunicados.

Uno de ellos, trabajador en uno de los centros de la isla, que pide no ser identificado "para poder seguir trabajando sin represalias", lo resume a EL ESPAÑOL con una precisión lúgubre: "Esto es un agujero negro. Aquí entran niños y a veces no sabemos dónde acaban".

El Informe Anual de Personas Desaparecidas refuerza esa percepción. 760 de las 785 denuncias se acumulan en la provincia de Las Palmas. Lanzarote soporta una parte desproporcionada del impacto.

En 2025 llegaron 28.819 migrantes en cayuco, más que nunca. Cerca de 6.000 menores migrantes viven en los centros del archipiélago. Y esta es una isla donde las fugas no son excepciones. Son frecuencia.

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Un sistema agotado

Los mismos educadores describen un sistema que aguanta con hilos: habitaciones improvisadas en despachos antiguos, turnos de noche donde una sola persona debe vigilar a decenas de adolescentes, falta de traductores, falta de intérpretes, falta de mediadores culturales, falta de tiempo.

"Es imposible vigilar a todos", explica una psicóloga que trabaja en la isla desde hace años. "Los más vulnerables —las chicas— son los que menos ruido hacen. No piden ayuda. No se quejan. No generan conflictos. Y cuando desaparecen, nadie lo nota hasta el día siguiente".

La Fiscalía de Menores recibe los casos más graves, pero no ofrece cifras. Se ampara en la confidencialidad. El vacío alimenta teorías: fugas voluntarias, captaciones planificadas, movimientos familiares clandestinos. Pero el caso que golpeó a Lanzarote este año confirmó que algunas desapariciones tienen un destino completamente distinto.

La Operación Tritón comenzó con un gesto rutinario: tres niñas intentaron embarcar en un vuelo de Lanzarote a Madrid con documentación falsa. Viajaban acompañadas por un adulto mauritano. La Policía Nacional notó inconsistencias en los documentos. Preguntó. Abrió el expediente. Se abrió una grieta.

Exterior de la Comisaría de la Policía Nacional de Arrecife, este jueves. Julio César R. A.

Detrás de esa grieta había meses de movimiento clandestino. Las trece menores desaparecidas del centro de Arrecife —todas bajo tutela del Gobierno canario— no estaban en la isla. Habían salido entre noviembre de 2024 y mayo de 2025, una a una, sin atraer sospechas. Ninguna regresó.

La Policía reconstruyó su ruta con un grado inusual de detalle: captación dentro del propio centro; salida mediante permisos imprecisos o fugas silenciosas; falsificación de documentos en Costa de Marfil; paso por pisos francos en Madrid, Alicante y Barcelona; traslado final hacia Francia; explotación sexual en distintas ciudades francesas.

Cuando las niñas llamaron al centro desde Francia, lo hicieron para informar, no para explicar. Algunas dijeron estar "bien". Otras lloraron. Otras dijeron que regresarían pronto. Ninguna regresó.

Las autoridades incautaron teléfonos con conversaciones que demostraban coordinación transnacional. En registros simultáneos aparecieron tarjetas SIM, dinero en metálico, documentación falsa y pruebas que conectaban la isla con puntos de Europa.

Una fuente policial lo resume sin matices, ante las preguntas de EL ESPAÑOL: "La red estaba perfectamente organizada. No era una estructura artesanal. Tenían experiencia, logística, contactos, y sabían qué perfiles necesitaban". Once personas fueron detenidas. Cuatro continúan en prisión preventiva. El caso permanece bajo secreto de sumario.

El patrón que se repite

El perfil de las niñas de Tritón coincide con muchas de las menores fugadas actualmente en los centros canarios. Son adolescentes de entre catorce y diecisiete años, procedentes en su mayoría de Mali, Guinea, Senegal o Costa de Marfil.

Llegan sin familia, sin idioma, sin red. Han sufrido violencia en el tránsito: chantajes en Libia, agresiones en el desierto, amenazas en Marruecos. No sienten que Canarias sea su destino. Ven la isla como una pausa. Un escalón. Un lugar intermedio.

"Son el grupo perfecto para ser captado", afirma una abogada especializada en trata. "No confían en las instituciones. No ven futuro en la isla. Si alguien les ofrece lo que buscan —un traslado, un trabajo, un nuevo comienzo— se van sin mirar atrás".

Los educadores coinciden. Las redes no necesitan acercarse físicamente a los centros. Bastan mensajes por Instagram, contactos en grupos de WhatsApp, llamadas procedentes de Francia o de Marruecos, promesas de empleo o papeles. La captación se realiza a distancia. La desaparición, en minutos.

En los centros, las menores fugadas se nombran en plural: "las chicas". No porque no tengan nombre, sino porque individualizarlas sería admitir algo más profundo: que el sistema no sabe dónde están ni qué les ocurrió. "Las chicas se van y ya no vuelven", resume un educador.

Algunas reaparecen en la Península. Otras llaman desde Francia. Hay casos en que no vuelven a comunicarse. La Policía Nacional cree que varias decenas de los 785 menores desaparecidos podrían estar en circuitos de explotación. No existen datos oficiales que lo confirmen. Tampoco que lo desmientan.

Otra fuente policial especializada en Extranjería lo explica sin rodeos: "Cuando desaparecen en Lanzarote y aparecen en Europa, casi nunca es casualidad".

La consejera Delgado insiste en que las cifras no reflejan la realidad, que muchos menores regresan y que las denuncias no siempre se retiran. Pero evita precisar cuántos llevan más de una semana, un mes o un año desaparecidos. "La información está en Fiscalía", repite.

Mientras tanto, los centros continúan funcionando al borde del colapso. Los trabajadores piden refuerzos. Las ONG alertan del riesgo extremo para las adolescentes. Y la red institucional avanza más lenta que las estructuras criminales que operan desde fuera.

"Lanzarote es un punto ciego", explica la misma fuente policial. "Hay fugas que nunca se registran bien. Otras que se comunican tarde. Y en ese intervalo, las redes actúan".

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"Atención individual"

El antiguo centro de menores de la Casa del Mar, en Arrecife, ofrece hoy una imagen que condensa la paradoja de la tutela en Lanzarote. Donde antes dormían y comían adolescentes recién llegados en cayuco, ahora comienzan y terminan las prácticas de coche de varias autoescuelas de la isla.

El espacio, vacío desde hace meses, se ha transformado en un circuito improvisado para aprender a aparcar. El contraste es tan nítido que muchos trabajadores lo mencionan con incomodidad: el lugar que alguna vez albergó a decenas de menores vulnerables es ahora el inicio de pruebas de conducción en medio de un polígono.

Los dispositivos de acogida operativos —así los denomina el Gobierno canario— son ahora pequeños, casi domésticos. La mayoría no supera las veinte plazas tras el cierre del gran recurso de La Santa, un albergue juvenil en el norte de la isla, que llegó a reunir a más de 120 menoresen un único edificio.

Albergue de La Santa, hasta hace unos meses el mayor centro de menores migrantes de Lanzarote, este viernes. Julio César R. A.

Esa reducción, diseñada para mejorar la atención, ha producido un efecto inesperado: la escala diminuta de los centros hace aún más difícil comprender cómo han podido desaparecer menores sin que nadie lo advirtiera a tiempo.

A ello se suma que en Lanzarote varios dispositivos han tenido que cerrar en los últimos años por el deterioro de las instalaciones. Techos con goteras, humedades, mobiliario en mal estado y servicios insuficientes forzaron el traslado de los menores y dejaron a la isla con una red todavía más frágil.

A diferencia de Gran Canaria o Tenerife, que cuentan con estructuras más amplias, Lanzarote solo alberga alrededor de un centenar de menores repartidos en ocho recursos pequeños o medianos: seis dependientes del Cabildo y dos gestionados directamente por el Gobierno de Canarias.

La dimensión limitada del sistema —y su fragmentación— acrecienta el desconcierto ante casos como el de las trece niñas explotadas en Francia.

El viceconsejero de Bienestar Social, Francisco Candil Corpo (CC), lo explica desde un punto de vista institucional: "Muchas veces puede ser una desaparición y en otras ocasiones sencillamente que el chico sigue su itinerario migratorio", afirma.

Añade que en no pocos casos las familias en origen "ya han pagado o se han comprometido a trasladarlo hasta otro lugar". Pero la operación policial desmonta esa frontera difusa entre fuga espontánea y desplazamiento pactado.

Niñas prostituidas

En el Charco de San Ginés, una zona donde muchos adolescentes pasan las tardes, los comerciantes dicen que no es raro verlos desaparecer de un día para otro. "Se van con gente que no conocemos", comenta el empleado de un bar. "Dicen que van a Madrid, a Valencia, a Francia, pero nadie sabe con quién".

El archipiélago ha terminado por normalizar la cifra. 785 menores migrantes tutelados, desaparecidos. No es solo un número: es un mapa de fugas, un sistema incapaz de seguir la pista, un expediente que se abre y nunca se cierra.

Cada uno guarda la historia de un niño o de una niña que ingresó bajo protección estatal y cuyo rastro se desvaneció sin que nada ni nadie pudiera impedirlo.

Menores migrantes sentados en unas sillas tras su llegada a Puerto del Rosario. Carlos de Saá / Efe.

El fenómeno no es nuevo, pero hoy es más frecuente, más profundo y más peligroso. Las instituciones discuten competencias y responsabilidades; la Fiscalía guarda silencio; la tutela admite desbordamientos. Entre unas y otras, Lanzarote sigue siendo lo que muchos trabajadores describen con amargura: un agujero negro.

Una trabajadora social, que ha visto desaparecer a varias adolescentes, y que se cita con este periódico en la capital lanzaroteña para "denunciar la situación que se está viviendo desde hace años", resume el diagnóstico con una frase que, dice, nadie se atreve a decir en público.

"Las niñas que huyen de Lanzarote acaban prostituidas. Y, es más, muchas llegan aquí después de haber sido prostituidas en contra de su voluntad en países como Mali o Guinea, pues viajan solas. No todas, pero sí demasiadas como para fingir que no está pasando".

La frase queda suspendida en el aire, flotando sobre centros saturados, sobre muelles donde desembarcan cayucos, sobre habitaciones en penumbra donde adolescentes duermen con mochilas listas para marcharse. Un eco que atraviesa Europa. Porque cuando desaparecen aquí, resuenan allí. Y cuando resuenan allí, casi siempre es demasiado tarde.

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