Sunday, 07 de December de 2025
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Decepción climática

Decepción climática
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Opinión Decepción climática Publicada 7 diciembre 2025 09:58h Actualizada 7 diciembre 2025 09:58h

El pasado 21 de noviembre concluía en Belém (Brasil) la 30ª Conferencia de las Partes (COP30), que es la cumbre climática anual organizada por Naciones Unidas. Tras 10 días de duración de una cita que reunió a 50.000 personas de 194 países, finalmente los líderes políticos consiguieron cerrar un acuerdo tras duras negociaciones y amenazas de ruptura. Para muchos, esto ya es un éxito en sí mismo, pues hemos entrado en una era en la que el multilateralismo está de capa caída y cualquier acuerdo, por pobre que sea, merece celebración. 

Los economistas, sin embargo, tenemos un método más riguroso para evaluar los resultados. Por ejemplo, a la hora de valorar un dato macroeconómico (el paro, la inflación, el crecimiento), lo solemos comparar con las expectativas que estuvieran disponibles antes de su publicación. Así, un dato no es bueno o malo por el hecho de que suba o baje, sino por el hecho de que lo haga por encima o por debajo de lo que se esperaba.

Los mercados financieros con frecuencia se apuntan a este método de valoración y, por ejemplo, los resultados empresariales se juzgan en función de sus expectativas previas. Así, hemos visto muchos casos de acciones en bolsa desplomándose cuando las empresas publican sus resultados que, aunque recojan un crecimiento, frustran las expectativas que previamente tenían los analistas. Quizás, abusando de esta forma de valorar, me voy a atrever a hacer una valoración de los resultados de la COP30 en función de las expectativas que suscitaba antes de su celebración. De hecho, la cumbre climática contaba con tres fuerzas importantes “de empuje” para que culminara con un éxito, lo que había puesto las expectativas muy altas:

(I) La primera, la ausencia de Estados Unidos que, pese a ser muy problemática a largo plazo, suponía a corto plazo la eliminación de un impedimento para alcanzar por consenso un acuerdo ambicioso. Es como en esas reuniones de la comunidad de propietarios en las que está ausente el vecino conflictivo, y el resto aprovecha para aprobar una serie de reformas pendientes.

(II) La segunda, que se cumplían los 10 años de la cumbre de París (COP21) en 2015, una cumbre decisiva para avanzar en la lucha contra el cambio climático en la que se aprobaron objetivos ambiciosos que se han ido desarrollando a lo largo de la década. Esta COP30 iba a ser la cumbre de la “implementación” para revisar el cumplimiento de los acuerdos de París.  

(III) La tercera, que la presidencia de la cumbre recaía en Brasil, y todos sabemos la influencia que ejerce la presidencia de turno para poder articular una solución consensuada. Fuertemente involucrado por la cuestión de la deforestación de la Amazonía, para Brasil esta cumbre tenía una clara relevancia, y su liderazgo era clave para alcanzar unas sólidas conclusiones. 

Dadas estas expectativas el resultado de la COP30 no ha sido el esperado y, por tanto, se han decepcionado las expectativas. No ha habido ningún acuerdo sobre un phase-out, es decir, una eliminación gradual de los combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón). Una medida que parecía alcanzable dada, precisamente, la ausencia de EEUU, cuya presencia lo habría impedido rotundamente. La mención a este “phase-out” ya se incluyó hace dos años en la COP28, nada menos que un país petrolero, en Dubái, en 2023, y estaba pendiente de concreción para esta conferencia.

Lo llamativo es que, en esa cumbre, la mención fue apoyada no sólo por el país anfitrión, Emiratos Árabes Unidos (EAU), sino por otros países petroleros, como Arabia Saudí. De hecho, 200 países, incluyendo los EEUU gobernados por Biden, votaron en Dubái a favor de esta eliminación gradual, y se fijaron 2050 como la fecha de referencia para su cumplimiento. Esta vez muchos han votado en contra. Por tanto, no es descabellado afirmar que, en este tema, no sólo no hemos avanzado, sino que hemos retrocedido con respecto a la COP28. Por cierto, no se sabe con precisión cuántos países han votado en contra, lo cual demuestra una falta de transparencia, pero se estima que lo hicieron más de 80. Entre ellos, además de los países del Golfo Pérsico, estarían Irán, Rusia, India y Venezuela.

Entre los que votaron a favor, además de los europeos, hay que poner en valor la posición de países petroleros de América Latina, como Brasil, Colombia y México, que apoyaron el “pase out” aunque fuera contra sus intereses nacionales. Dentro de la frustración, el único consuelo fue que se decidió que habrá una conferencia internacional sobre transición justa hacia las energías renovables en abril de 2026 en Santa Marta (Colombia). Veremos si en esa “repesca” se consigue avanzar en este tema.

También parece que se ha dado por perdida la batalla del límite al aumento de la temperatura global en +1,5 °C con respecto al nivel preindustrial (1850-1900). Según la NASA, este límite ya ha sido alcanzado en 2024 y las emisiones, como luego veremos, siguen aumentando, por lo que ya nos tendríamos que concretar con el siguiente objetivo, que era no exceder los +2º C. El límite de +1,5º C era uno de los acuerdos más emblemáticos de la cumbre de París de 2015

Finalmente, es verdad que en la COP30 ha habido avances en materia financiera, pues se ha conseguido triplicar la financiación para los países en desarrollo que requieran programas para hacer frente a los impactos del cambio climático (“adaptación”), como son los aumentos del nivel del mar, las olas de calor, las sequías, los huracanes, las inundaciones etc. pasando de los actuales 40.000 millones $ anuales hasta los 120.000 millones $. Pero el horizonte esperado era alcanzar este objetivo financiero en 2030 y se ha acordado demorar su cumplimiento hasta el año 2035. Por tanto, se trata de otra decepción de las expectativas. 

¿Qué horizonte se presenta para los próximos años?

El estado actual de las emisiones

Según el Global Carbon Budget 2025, “Presupuesto global de carbono” (GCB) que se ha publicado con ocasión de la COP30, la concentración de CO2 en la atmósfera ha alcanzado un máximo histórico en 2025 (véase Gráfico 1)

Gráfico 1: Concentración de CO2 en la atmósfera (en ppm). Global Carbon Budget (2025)

Desde 1960 hemos pasado de unos 315 ppm (partes por millón) a los 423 ppm de 2024, un incremento del 34%. Si nos remitimos a 1750, el crecimiento sería del 53% y, según los científicos, esto explicaría el aumento de la temperatura global en +1,5 C. Detrás de este stock acumulado se encuentra el flujo de emisiones de CO2, que alcanzan un récord de 38,1 Gt (gigatoneladas) en 2025. Un aumento del 1,1% anual, que incluso se acelera con respecto al +0,8% del lustro anterior, aunque éste incluye el año 2020, con la pandemia de Covid-19, que supuso una reducción transitoria de un 5,6% en las emisiones (Véase Gráfico 2). 

Gráfico 2: Emisiones globales de CO2 fósil (en Gt) Global Carbon Budget (2025).

Es verdad que, a partir del año 2010 y con altibajos cíclicos (recesiones y booms), se produce una ralentización del ritmo de crecimiento de las emisiones. Pero estamos todavía lejos de una reducción de las mismas (crecimiento negativo). Y, para conseguir un objetivo de temperatura por debajo de +2º C, deberíamos tener un perfil de emisiones mucho más ambicioso, tal y como señala BP en su informe “Energy Outlook” de 2025 (véase Gráfico 3).

Gráfico 3: Escenarios de emisiones hasta 2050. British Petroleum (BP), Energy Outlook (2025)

Se dice, con cierta razón, que el problema de las emisiones los tenemos en los países emergentes. Antes de entrar en esas regiones, me gustaría hacer un balance de situación de las emisiones de las principales economías globales: EEUU, China, la UE y la India. Estas 4 economías representan casi dos tercios del PIB mundial (65%). EEUU pesa más o menos (siempre hay discrepancias con respecto a la métrica) un 24%, China un 20% y la UE un 16%. La India cerca del 5%. 

Gráfico 4: Emisiones globales de CO2 fósil por áreas económicas (en Gt) Global Carbon Budget (2025)

De las 38,1 Gt (gigatoneladas) de CO2 emitidas en 2025, unas 12,3 Gt corresponden a China, un 32% del total, (por encima de su peso económico), 5,0 Gt a EEUU un 13% (por debajo) y 2,4 a la UE, un 6% del total (muy debajo). Es decir, esos tres “países” pesan un 60% de la economía y emiten el 50% de las emisiones. Por tanto, el problema lo tenemos especialmente en el resto del mundo y, en particular, en los países emergentes. Por ejemplo, India emite 3,2 Gt, el 8% del total. Una cifra superior a la de UE y casi el doble de su peso en la economía, que es menos de un 5%. Y, como curiosidad, el GCB señala que los llamados “bunkers” (buques y aviones en circulación, de difícil asignación por países) emiten 1,2 Gt, es decir, la mitad de todo lo que emite el conjunto de los 27 países de la UE. Este hecho señala que el principal problema pendiente lo tenemos en el transporte internacional, y resalta la importancia de eliminar los combustibles fósiles en un horizonte razonable.

¿Es factible conseguir esos objetivos de emisiones que evitan el alza de la temperatura global? Ello va a depender de los planes nacionales, lo que se conoce como las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDCs). Volviendo a los 4 grandes “países”, que deberían ser los líderes e impulsores de la lucha contra el cambio climático podemos resumir en que: 

(I) La UE, quiere y puede serlo, 

(II) Los EE.UU. pueden, pero no quieren  

(III) China quiere, pero no puede e

(IV) India ni quiere ni puede.

El caso de la UE es bastante claro. Es la potencia económica que encabeza la lucha contra el cambio climático, aunque buena parte del esfuerzo recae sobre el sector eléctrico y su industria, que se ve penalizada frente a otras regiones del mundo. El 47% de su energía eléctrica ya proviene del sector renovable. Por el contrario, tiene pendiente la transición en el sector del transporte. China está haciendo grandes esfuerzos en el ritmo de implantación de las energías renovables y en vehículo eléctrico (VE). El 11% de sus vehículos en circulación son eléctricos, frente al 4% en la UE o el 2,7% de EEUU o el 4,5% de la media mundial.

China tiene el 60% de todos los VE en circulación del mundo, aunque “sólo” pesa un 20% de la economía global. En energías renovables, en China representan un 35% de la generación eléctrica, frente al 24% de EEUU. Es decir, China está haciendo unos esfuerzos mucho mayores que EEUU en la transición ecológica y sus emisiones aumentan mucho menos (un 0,4% frente al 2%). Pero todavía tiene una renta per cápita muy inferior al de EEUU o Europa y, por tanto, un reto de convergencia que depende crucialmente de sectores que emiten relativamente más, como la inversión en infraestructuras, la agricultura o el transporte. 

Este reto de convergencia es común a muchos otros países emergentes que, además se enfrentan a otras restricciones de tipo financiero, dependencia de materias primas, necesidades sociales, debilidades fiscales, con estados pequeños y con dificultad para endeudarse, brechas tecnológicas e inestabilidad política, con falta de consenso interno en ocasiones para abordar los retos climáticos. Para estos países, la única alternativa factible son las alianzas público-privadas (APP) que impulsen la transición energética. Las alianzas público-privadas (APP) pueden convertirse en un instrumento clave en estas economías emergentes donde el capital público, la tecnología y la capacidad institucional suelen ser limitados. Las APP permiten apalancar inversión privada hacia sectores donde las necesidades de capital son enormes y los retornos se materializan a largo plazo:

-Energías renovables a gran escala (solar, eólica, hidro, geotermia).

-Redes inteligentes y sistemas de transmisión que integren energías intermitentes.

-Electromovilidad masiva (transporte público eléctrico, infraestructura de carga).

-Infraestructura urbana (drenajes, control de inundaciones, edificaciones verdes).

Durante la COP30, se aceleró la presentación de nuevas NDCs, alcanzando al menos 120 países al cierre de la cumbre, incluyendo los 27 Estados miembros de la Unión Europea como entidades separadas. Este avance cubre entre el 70% y el 80% de las emisiones globales y supone un salto significativo respecto a la situación previa, donde solo 64 NDCs habían sido aprobadas, equivalentes al 30% de las emisiones globales. Destacan la incorporación de grandes emisores como China, Indonesia y Turquía

Los países emergentes no son los únicos que deban tener una hoja de ruta. Para las grandes regiones económicas mencionadas antes, también hay tareas pendientes: 

En Europa: Interconexiones eléctricas entre países para compartir excedentes renovables; una política industrial para la producción de paneles, producir vehículos eléctricos a gran escala (utilizando, si se precisa, capacidad de producción de países asiáticos; puertos verdes y hubs de hidrógeno y reducir las cargas burocráticas para profundizar el desarrollo de las energías renovables.

En China, desarrollo de cadenas locales con inversión conjunta en fábricas de paneles, baterías e hidrógeno para aumentar el valor añadido dentro de las regiones más atrasadas, así como joint-ventures entre empresas estatales chinas (SOEs) y gobiernos locales/privados para el despliegue energía solar, eólica, redes y almacenamiento. 

En EEUU, mantener la IRA (Inflation Reduction Act) aprobada por Biden para el impulso de la producción local y despliegue de las energías renovables, y hacer una apuesta por el VE con apoyo público a las infraestructuras de recarga.

El reto es enorme y el principal problema no es económico, sino político. Se está perdiendo la batalla del relato. El negacionismo climático, que hace unos años era una excentricidad pintoresca, hoy se consolida en importantes centros de poder no sólo públicos, sino empresariales. Desde un punto de vista geopolítico, podemos dar por perdidos a EEUU, Rusia, India y los países del Golfo. Y existe un riesgo de implosión en América Latina y, más a largo plazo, a Europa. Porque el esfuerzo de la lucha contra el cambio climático no puede recaer en unas pocas regiones del mundo, que están sacrificando su competitividad industrial frente a los países incumplidores. 

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