Alfonso Ussía en la presentación de su libro 'Las dos bodas', en 2004. Foto: Europa Press
Letras El inalcanzable talento de Alfonso UssíaJon Juaristi recuerda al escritor que nos enseñó el arte del columnismo 'coñón' y que se enfrentó a los 'hunos' y los 'hotros' con valentía y con coherencia rigurosas.
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Jon Juaristi Publicada 5 diciembre 2025 17:51h Actualizada 5 diciembre 2025 18:35hAlguna vez le dije a Alfonso Ussía que su influencia sobre mí había sido estorilizante, o sea, no esterilizante sino todo lo contrario y en un doble sentido: me ayudó a entender el del juanismo, aquella variante razonable y acaso también racional del principio monárquico en un país de monarquismos variopintos y pintorescos (carlismos, juancarlismos, incluso habsburguismos operísticos) y además me hizo apreciar el portugués, que Alfonso utilizaba como lengua literaria para la sátira periodística en su condición de escritor alófono o alógrafo (burla burlando, ya he colado dos neologismos en el texto, lo que, quiero suponer, a Alfonso le divertiría: vayan como un primer homenaje).
A mí, como a muchos —aunque quizá no seamos tantos los que llegamos a aprender de sus lecciones— Alfonso nos enseñó el arte del columnismo que llamaría coñón, por analogía con la poesía de ese sesgo. Confieso que no estoy dotado para el arte de la novela coñona, superación de Woodehouse por el mejor Ussía, ni como escritor ni como lector, pero le debo al Alfonso columnista la comprensión, si no la revelación completa, de la estricta afinidad entre la columna de opinión y el poema breve, preferentemente el soneto.
Como este, la columna debe tener la estructura de un razonamiento lógico, o sea, de un silogismo, aunque sea la de un silogismo puramente retórico, razonable y no estrictamente racional, lo que se conocía como entimema. Si además es coñona, mucho mejor, porque mantiene la agresividad crítica, sin suavizarla, pero le quita pasiones que la enturbiarían.
Alfonso Ussía y la verdad, según Machado, por Pedro J. RamírezEn este género, Alfonso era un maestro sin parangón en la literatura periodística española. Ojo, no en el periodismo. La literatura periodística es algo distinto del mero periodismo. Quien más se le acercaba era Antonio Burgos. Pero es que Alfonso tuvo como ventaja temprana un modelo cercano en un abuelo genial que no llegó a conocer.
Es cierto que —como decía no sé quién (no es cierto, sí lo sé)— el talento no se hereda. No, claro, no se hereda de un modo natural, genético, pace Haeckel. Pero si se estudia y se trabaja a fondo y con cariño su herencia literaria, no es que se herede el talento del modelo: se llega a dejarlo chiquito, y este era el caso de Alfonso Ussía Muñoz Seca.
Alfonso se enfrentó a los 'hunos' y los 'hotros' con valentía y con coherencia rigurosas. Inevitablemente, su lenguaje se volvió agrio
Con todo, Alfonso Ussía Muñoz Seca fue ante todo Alfonso Ussía, un escritor que perteneció a una generación —la mía— y que dejó su huella bien visible en su historia. Esa generación es la de la Transición de la dictadura a la democracia, y la que hizo más o menos lo que pudo para disipar la atmósfera de guerracivilismo que siguió a la muerte de Franco. Parte de esa generación osciló de la izquierda a una derecha liberal o conservadora (fue mi caso); lo contrario también se dio, aunque más raramente.
Alfonso siempre fue un monárquico liberal. Cuando ETA y buena parte de la izquierda dejaron claro que no iban a aceptar la democracia o que, si lo hacían, pondrían condiciones inaceptables y terminarían levantando muros de Berlín en el interior de España, Alfonso se enfrentó a los hunos y los hotros con valentía y con coherencia rigurosas. Inevitablemente, su lenguaje se volvió agrio.
Pero a Alfonso, en su adolescencia, le había caído el apodo deportivo de 'Quisquilla' entre sus compañeros del fútbol playero en Ondarreta (según decía, no tanto por su delgadez como porque se sofocaba y se ponía rojo como la txizkira donostiarra a la plancha cuando el partido se iba calentando). Es lógico que las más pacíficas quisquillas se pongan quisquillosas cuando les tocan las narices —o los bigotes—, y Alfonso Ussía se cabreaba lo suyo con toda aquella gentuza asesina y sectaria. Pero no perdía los estribos, aunque su humor se agriase hasta convertirse de coñón en sarcástico, lo que sucede, por lo menos, a los que aprendimos las lecciones del inmenso escritor que ha sido Alfonso Ussía, aunque nunca lo superaremos en talento.
Echo de menos también, en esta hora, el de Mingote, que le habría dedicado hoy una viñeta fastuosa. En fin, confío en le haya salido a recibir en compañía del otro Antonio, Burgos, para reanudar desde allí arriba aquellas tertulias telemagníficas contra la estupidez, que tan felices nos hicieron en su día.