A días grises, menos horas de luz y bajada de temperaturas hay que ponerle color para que la tristeza y la melancolía no te calen hasta los huesos. Y en esto la naturaleza compensa con lo bonitos que están los parques en esta época del año. Y sí, no hace falta irse lejos ni caminar por un sendero de montaña para sentir la magia y el buen rollo que desprenden los árboles con sus tonos ocres, rojizos, amarillos y marrones. En casi todas las ciudades hay un parque por el que perderse y sentir la parte más atractiva de esta estación, pero hay niveles y ya puestos a mancharse los zapatos de barro, mejor hacerlo en los que juegan en primera división.

Parque del Retiro (Madrid)

Con más de un siglo de historia a sus espaldas y 125 hectáreas de arbolado en pleno centro, el Retiro es mucho más que un parque bonito: es uno de los grandes pulmones de Madrid y, desde 2021, forma parte del Paisaje de la Luz, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco. Nació como jardín de recreo de la monarquía y no fue hasta finales del siglo XIX cuando se abrió al público, pero desde entonces se ha convertido en una de las paradas obligatorias de cualquiera que visite la ciudad. En otoño, además, el conjunto se transforma.

Las orillas del Estanque Grande, donde se alquilan barcas de remo, el Paseo de las Estatuas o los caminos que rodean el Palacio de Cristal y su pequeño lago se llenan de hojas amarillas y rojizas. Los jardines más cuidados, como el Parterre o la Rosaleda, cambian de tonos y convierten el paseo en un catálogo de colores que nada tiene que envidiar a muchos bosques. Entre esculturas, fuentes y árboles centenarios, el Retiro demuestra que el otoño también sabe encontrar su sitio en el corazón de una gran ciudad.

Parque del Oeste (Madrid)

Sí, a Madrid le sienta de maravilla el otoño y sus parques lucen mejor que nunca. Mientras que en verano son simples refugios en los que esconderse del calor, ahora son lugares por los que pasear y disfrutar del paisaje. Y no solo el Retiro. A pocos metros de Plaza España destaca un oasis al que muchos acuden cada día porque dicen que aquí encuentran el atardecer más bonito de la zona. Con el exótico Templo de Debod por un lado y las animadas terrazas al otro, este es uno de los puntos más concurridos cada tarde. ¡Y el plan es gratis!

Park Güell (Barcelona)

Como muchas de las postales más reconocibles de Barcelona, el Park Güell lleva el sello de Antoni Gaudí y de su mecenas, Eusebi Güell. Nació a principios del siglo XX como una urbanización de lujo en la ladera del Carmelo, pero el proyecto no prosperó y acabó convirtiéndose en parque público, hoy Patrimonio de la Humanidad. Aquí la arquitectura y la naturaleza van de la mano: la escalinata del famoso dragón de trencadís lleva a la Sala Hipóstila, con sus 86 columnas dóricas, y encima se abre la Plaza de la Natura, rodeada por el banco ondulado de mosaicos que mira a la ciudad y al mar. Entre viaductos de piedra, pinos y caminos que se adaptan al relieve, el parque se siente tanto jardín como obra de arte. En otoño, con la luz más baja y el calor ya moderado, los colores de la vegetación y los mosaicos ganan un punto extra de magia.

Parque de Castrelos (Vigo)

En la ciudad del puerto más ajetreado y las cuestas infinitas, Castrelos es su gran pulmón verde. En otoño, este parque se convierte casi en un bosque urbano en el que el verde deja lugar a otros tonos y el resultado es igual de atractivo. El lago, los puentes y las zonas de arboleda crean rincones donde parece que te hayas alejado muchos kilómetros, aunque sigas dentro de la ciudad. Castrelos tiene su propio palacio y un auditorio al aire libre, así que no es raro que el plan incluya algo más que caminar. Además, la Navidad en Vigo no está centrada en el invierno y cada año se solapan los colores del otoño con las luces navideñas. ¿Se puede pedir más?

Villa Borghese (Roma)

En Roma, el otoño tiene algo de escenario de cine y uno de los mejores lugares para comprobarlo es Villa Borghese. Este enorme parque, situado a un paso del centro histórico, se transforma en un mosaico de hojas doradas que cubren los caminos y rodean el pequeño lago, las esculturas y las avenidas arboladas. El extra perfecto está dentro: la Galería Borghese, uno de los museos más agradables de Roma, donde te esperan obras de Bernini, Caravaggio o Canova en un palacete muy bien rodeado. La combinación de arte y parque es imbatible.