Saturday, 06 de December de 2025
Cultura

El retorno de la vida buena

El retorno de la vida buena
Artículo Completo 512 palabras
La vida errónea no puede ser vivida correctamente. Eso decía en su 'Minima Moralia' el severo Adorno , siempre atento a las zonas en sombra de la modernidad tardía. Quizá no llegó a precisar en qué consistía eso de «la vida errónea» porque barruntaba que, con el correr del tiempo, sus rasgos serían bien conocidos. A la movilidad descendente, la precarización y el empobrecimiento acompaña un ablandamiento, cuando no franca disolución, de las normas de reciprocidad que sostuvieron el pacto de posguerra. Llamarlo neoliberalismo sería acogerse a una fosilizada hipóstasis que no da cuenta de una realidad más movediza de lo que querríamos. Se han desbaratado los modos de vida que nos daban andamiaje y nombre, desclavando, tabla a tabla, el entarimado que creíamos firme bajo los pies. Así y todo, el verdadero nervio filosófico del siglo XXI no consiste en inventariar los desperfectos de tal vida errónea, sino en responder a la pregunta que Adorno dejó botando en el tejado de nuestras entendederas: ¿qué es hoy una vida buena? Reducirla a prosperidad y buena salud es malentenderla, pues no faltan vidas opulentas que, como casonas lóbregas, jamás llegan a sentirse moradas por sí mismas. A lo largo de este cuarto de siglo han regresado cuestiones como la autonomía, el reconocimiento o los cuidadosLo evidente, a estas alturas, es que la vida buena no cabe en la angostura de lo meramente individual; de nada sirve hablar de «valores» escamoteando los vínculos entre las personas. La vida buena, si es tal, solo arraiga en el humus compartido.A lo largo de este cuarto de siglo han regresado cuestiones como la autonomía, el reconocimiento o los cuidados , relegadas durante años por el embeleso tecnocrático; nos recuerdan que ninguna vida buena logra cuajar sin una comunidad que le otorgue nombre y cobijo. La libertad, dejada sin lumbre ni acompañamiento, acaba por resecarse como la cera fría. Si la vida buena, como el ser aristotélico, se dice de muchas maneras, también son muchos y variados los escollos que impiden su florecimiento. Unos ven en el precariado una casta de equilibristas sin red y otros describen una sociedad de individuos atómicos que, libres de capataz, se flagelan a sí mismos. Pero casi todos convienen en que una existencia dichosa tiene menos de jardín zen para guerreros solitarios que de empresa coral. Quizá sea esta la mayor enseñanza de nuestro tiempo: que la vida buena solo es posible cuando deja de ser un asunto privado.

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La vida errónea no puede ser vivida correctamente. Eso decía en su 'Minima Moralia' el severo Adorno, siempre atento a las zonas en sombra de la modernidad tardía. Quizá no llegó a precisar en qué consistía eso de «la vida errónea» porque barruntaba que, ... con el correr del tiempo, sus rasgos serían bien conocidos.

A la movilidad descendente, la precarización y el empobrecimiento acompaña un ablandamiento, cuando no franca disolución, de las normas de reciprocidad que sostuvieron el pacto de posguerra. Llamarlo neoliberalismo sería acogerse a una fosilizada hipóstasis que no da cuenta de una realidad más movediza de lo que querríamos. Se han desbaratado los modos de vida que nos daban andamiaje y nombre, desclavando, tabla a tabla, el entarimado que creíamos firme bajo los pies.

Así y todo, el verdadero nervio filosófico del siglo XXI no consiste en inventariar los desperfectos de tal vida errónea, sino en responder a la pregunta que Adorno dejó botando en el tejado de nuestras entendederas: ¿qué es hoy una vida buena? Reducirla a prosperidad y buena salud es malentenderla, pues no faltan vidas opulentas que, como casonas lóbregas, jamás llegan a sentirse moradas por sí mismas.

A lo largo de este cuarto de siglo han regresado cuestiones como la autonomía, el reconocimiento o los cuidados

Lo evidente, a estas alturas, es que la vida buena no cabe en la angostura de lo meramente individual; de nada sirve hablar de «valores» escamoteando los vínculos entre las personas. La vida buena, si es tal, solo arraiga en el humus compartido.

A lo largo de este cuarto de siglo han regresado cuestiones como la autonomía, el reconocimiento o los cuidados, relegadas durante años por el embeleso tecnocrático; nos recuerdan que ninguna vida buena logra cuajar sin una comunidad que le otorgue nombre y cobijo. La libertad, dejada sin lumbre ni acompañamiento, acaba por resecarse como la cera fría.

Si la vida buena, como el ser aristotélico, se dice de muchas maneras, también son muchos y variados los escollos que impiden su florecimiento. Unos ven en el precariado una casta de equilibristas sin red y otros describen una sociedad de individuos atómicos que, libres de capataz, se flagelan a sí mismos.

Pero casi todos convienen en que una existencia dichosa tiene menos de jardín zen para guerreros solitarios que de empresa coral. Quizá sea esta la mayor enseñanza de nuestro tiempo: que la vida buena solo es posible cuando deja de ser un asunto privado.

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Fuente original: Leer en ABC - Cultura
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