Monday, 08 de December de 2025
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En 1934 un aristócrata ruso se autoproclamó rey de Andorra. En realidad era el estafador más loco del siglo XX

En 1934 un aristócrata ruso se autoproclamó rey de Andorra. En realidad era el estafador más loco del siglo XX
Artículo Completo 1,230 palabras
Boris Skossyreff fue un hombre longevo. Falleció en 1989, con 93 años recién cumplidos, en una residencia de ancianos de Boppard, en lo que entonces era Alemania Occidental. Sin embargo incluso esa larga existencia parece quedarse corta cuando recordamos las muchas vidas que encadenó Skossyreff: nació en el seno de una rica familia de Vilna, pero la Revolución Bolchevique le obligó muy pronto a abandonar su país y buscarse la vida, probando fortuna como estafador, espía, falsificador, gigolo, traductor e incluso aspirante al trono de Andorra. A ese extenso currículo se añade su condición de pendenciero, bebedor nato, amante de la buena mala vida, seductor, cazafortunas y poseedor de una moral elástica que entre otras cuestiones le permitió actuar como espía triple (cuentan que ejerció como tal para Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos) y sobrevivir en campos de concentración y gulags, aun a costa colaborar con los nazis.  Lo que fuera con tal de sobrevivir. Su vida quizás no sea ejemplar, pero sí resulta lo suficiente apasionante como para que le haya convertido en protagonista de un documental y un libro, ambos titulados 'Boris Skossyreff, el estafador que fue rey' y firmados por Jorge Cebrián. Reconstruir su historia no exigió solo años de entrevistas y bucear en archivos y hemerotecas. Como confiesa el director y autor, la obra ha tenido que ir más allá de los "mitos, medias verdades y mentiras" que rodean la figura de Boris para para descubrir al auténtico personaje sin "simplificarlo o romantizarlo". Y llegó la Revolución Rusa La de Skossyreff debía haber sido una vida de privilegios, comodidades y rentas. Al menos esas eran las cartas con las que se encontró al nacer, en 1896, en Vilna, hoy capital de Lituania pero por entonces parte de los dominios rusos.  La suya era una buena familia, rica y aristocrática. El problema es que esas cartas se volvieron en su contra cuando se desató la Revolución roja de 1917. Al joven Boris no le quedó más remedio que poner pies en polvorosa y buscarse la vida fuera del país. Acabó en la Royal Navy británica, manteniendo una vida más o menos cómoda a base de estafas, cheques sin fondos y mucho morro. Además de su buen percha, cuentan que Skossyreff era políglota (hablaba como mínimo ruso, inglés, francés, alemán, español e italiano, aunque él elevaba la lista de idiomas que conocía a 20), cuidaba tanto su aspecto que incluso llegó a pasearse con monóculo en un campo de prisioneros y sobre todo derrochaba un carisma que le abría puertas. Entre otras cosas logró un pasaporte Nansen que le permitió moverse por Europa incluso con el salvoconducto ya caducado. Sus andanzas por Gran Bretaña no duraron demasiado. De allí acabó pasando a Países Bajos, donde se presentó como un distinguido aristócrata al servicio de la reina, y siguió su periplo vital por España, Marsella y finalmente de nuevo España, donde recala en Mallorca. Sus problemas con la ley le persiguen, pero él logra apañárselas para ganarse la confianza de dos mujeres: Marie Louise Parat, una rica divorciada 14 años mayor que él, con la que acaba casándose; y Florence Marmon, exesposa de un magnate de la industria automovilística, con la que se entrega a una vida de desenfrenos. Tantos que acaba obligándole a hacer las maletas y abandonar Mallorca. Boris I de Andorra Tras pasar por Sitges acompañado de su amante, el buscavidas ruso decidió lanzarse a por el mayor y más alocado de todos sus golpes: inventarse un linaje aristocrático que lo convertía, argumentaba él, en príncipe de Andorra. Incluso se presentó como Boris I. Que se fijase justo en esa porción de terreno pirenaico no es causalidad. En aquella época Andorra estaba gobernada por el obispo de Seu d'Urgel y el presidente de Francia y presentaba una serie de carencias (y potencialidades) en las que Skossyreff vio una enorme oportunidad.  Animó a lo andorranos a romper con sus gobernantes, ahondar en su independencia y emprender una serie de proyectos para modernizarse siguiendo el ejemplo de Mónaco. Al frente, por supuesto, se pondría él mismo, algo a lo que supuestamente (supuestamente) le daba derecho su árbol genealógico. Skossyreff logró hacer ruido y despertó el interés de la prensa.  Se cuenta que incluso The New York Times (entre otros diarios) llegó a dar visibilidad a aquel extravagante aristócrata que porfiaba en que había nacido para ocupar el trono de Andorra. Lo cierto es que Boris no se contentó con mover papeles y lanzar anuncios. En 1934 llegó a autoproclamarse Boris I, soberano de Andorra, un movimiento osado que le duró poco. Harto de sus andanzas, el obispo de la Seu d´Urgell avisó a la Guardia Civil para que lo detuviera.  Su supuesto (supuesto) reinado duró apenas nueve días. Aquel pudo ser el capítulo final de Boris Skossyreff, pero se las apañó para surfear el convulso siglo XX moviéndose por Europa con una facilidad pasmosa. No importa que la guerra civil lo pillara en España, que Francia lo enviara a un campo de refugiados republicanos, que tras el estallido de la II Guerra Mundial fuese a parar a un campo de concentración de Dachau o que, una vez caído Hitler, los rusos lo condenaran a más de dos décadas de trabajos forzados en la gélida Siberia. Como el más avezado gato, siempre se las apañó para caer de pie. Para lograrlo no tuvo reparos en encandilar a mujeres que le enviaban dinero o aprovechar sus dotes lingüísticas para servir como traductor a los nazis. Si hay una anécdota que retrate su capacidad para sobrevivir es la que circula sobre su estancia en el campo de Dachau, donde, se asegura en el documental rodado por Cebrián, "no se quitaba el monóculo ni para limpiar las letrinas". Ni Siberia pudo acabar con él.  A mediados de los años 50 logró regresar a Alemania. Primero se instaló con su esposa francesa, luego se separó de ella y finalmente se casó con otra alemana 40 años más joven que él. El idilio les duró poco y Skossyreff se vio condenado a un epílogo que desmerece su loco periplo vital: falleció en 1989, en una residencia para ancianos, como una triste sombra del buscavidas que había sido y (cuentan algunas versiones) marcado por denuncias de abusos a menores.  Un personaje a la medida del convulso siglo XXI que ahora inspira películas. Imágenes | Wikipedia y Aboodi Vesakaran (Unsplash) En Xataka | En 2001 un yate se refugió en una isla remota del Atlántico. Días después sus habitantes empanaban pescado con coca - La noticia En 1934 un aristócrata ruso se autoproclamó rey de Andorra. En realidad era el estafador más loco del siglo XX fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .
En 1934 un aristócrata ruso se autoproclamó rey de Andorra. En realidad era el estafador más loco del siglo XX
  • La de Boris Skossyreff es una de las historias más fascinantes e improbables del convulso siglo XX

  • Nació en una distinguida familia de Vilna y en los años 30 se autoproclamó soberano de Andorra

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Carlos Prego

Editor - Magnet

Carlos Prego

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Boris Skossyreff fue un hombre longevo. Falleció en 1989, con 93 años recién cumplidos, en una residencia de ancianos de Boppard, en lo que entonces era Alemania Occidental. Sin embargo incluso esa larga existencia parece quedarse corta cuando recordamos las muchas vidas que encadenó Skossyreff: nació en el seno de una rica familia de Vilna, pero la Revolución Bolchevique le obligó muy pronto a abandonar su país y buscarse la vida, probando fortuna como estafador, espía, falsificador, gigolo, traductor e incluso aspirante al trono de Andorra.

A ese extenso currículo se añade su condición de pendenciero, bebedor nato, amante de la buena mala vida, seductor, cazafortunas y poseedor de una moral elástica que entre otras cuestiones le permitió actuar como espía triple (cuentan que ejerció como tal para Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos) y sobrevivir en campos de concentración y gulags, aun a costa colaborar con los nazis. 

Lo que fuera con tal de sobrevivir.

Su vida quizás no sea ejemplar, pero sí resulta lo suficiente apasionante como para que le haya convertido en protagonista de un documental y un libro, ambos titulados 'Boris Skossyreff, el estafador que fue rey' y firmados por Jorge Cebrián. Reconstruir su historia no exigió solo años de entrevistas y bucear en archivos y hemerotecas. Como confiesa el director y autor, la obra ha tenido que ir más allá de los "mitos, medias verdades y mentiras" que rodean la figura de Boris para para descubrir al auténtico personaje sin "simplificarlo o romantizarlo".

Y llegó la Revolución Rusa

La de Skossyreff debía haber sido una vida de privilegios, comodidades y rentas. Al menos esas eran las cartas con las que se encontró al nacer, en 1896, en Vilna, hoy capital de Lituania pero por entonces parte de los dominios rusos. 

La suya era una buena familia, rica y aristocrática. El problema es que esas cartas se volvieron en su contra cuando se desató la Revolución roja de 1917. Al joven Boris no le quedó más remedio que poner pies en polvorosa y buscarse la vida fuera del país. Acabó en la Royal Navy británica, manteniendo una vida más o menos cómoda a base de estafas, cheques sin fondos y mucho morro.

Además de su buen percha, cuentan que Skossyreff era políglota (hablaba como mínimo ruso, inglés, francés, alemán, español e italiano, aunque él elevaba la lista de idiomas que conocía a 20), cuidaba tanto su aspecto que incluso llegó a pasearse con monóculo en un campo de prisioneros y sobre todo derrochaba un carisma que le abría puertas. Entre otras cosas logró un pasaporte Nansen que le permitió moverse por Europa incluso con el salvoconducto ya caducado.

Sus andanzas por Gran Bretaña no duraron demasiado.

De allí acabó pasando a Países Bajos, donde se presentó como un distinguido aristócrata al servicio de la reina, y siguió su periplo vital por España, Marsella y finalmente de nuevo España, donde recala en Mallorca. Sus problemas con la ley le persiguen, pero él logra apañárselas para ganarse la confianza de dos mujeres: Marie Louise Parat, una rica divorciada 14 años mayor que él, con la que acaba casándose; y Florence Marmon, exesposa de un magnate de la industria automovilística, con la que se entrega a una vida de desenfrenos.

Tantos que acaba obligándole a hacer las maletas y abandonar Mallorca.

Boris I de Andorra

Tras pasar por Sitges acompañado de su amante, el buscavidas ruso decidió lanzarse a por el mayor y más alocado de todos sus golpes: inventarse un linaje aristocrático que lo convertía, argumentaba él, en príncipe de Andorra. Incluso se presentó como Boris I. Que se fijase justo en esa porción de terreno pirenaico no es causalidad. En aquella época Andorra estaba gobernada por el obispo de Seu d'Urgel y el presidente de Francia y presentaba una serie de carencias (y potencialidades) en las que Skossyreff vio una enorme oportunidad

Animó a lo andorranos a romper con sus gobernantes, ahondar en su independencia y emprender una serie de proyectos para modernizarse siguiendo el ejemplo de Mónaco. Al frente, por supuesto, se pondría él mismo, algo a lo que supuestamente (supuestamente) le daba derecho su árbol genealógico.

Skossyreff logró hacer ruido y despertó el interés de la prensa. 

Se cuenta que incluso The New York Times (entre otros diarios) llegó a dar visibilidad a aquel extravagante aristócrata que porfiaba en que había nacido para ocupar el trono de Andorra. Lo cierto es que Boris no se contentó con mover papeles y lanzar anuncios. En 1934 llegó a autoproclamarse Boris I, soberano de Andorra, un movimiento osado que le duró poco. Harto de sus andanzas, el obispo de la Seu d´Urgell avisó a la Guardia Civil para que lo detuviera. 

Su supuesto (supuesto) reinado duró apenas nueve días.

Aquel pudo ser el capítulo final de Boris Skossyreff, pero se las apañó para surfear el convulso siglo XX moviéndose por Europa con una facilidad pasmosa. No importa que la guerra civil lo pillara en España, que Francia lo enviara a un campo de refugiados republicanos, que tras el estallido de la II Guerra Mundial fuese a parar a un campo de concentración de Dachau o que, una vez caído Hitler, los rusos lo condenaran a más de dos décadas de trabajos forzados en la gélida Siberia. Como el más avezado gato, siempre se las apañó para caer de pie.

Para lograrlo no tuvo reparos en encandilar a mujeres que le enviaban dinero o aprovechar sus dotes lingüísticas para servir como traductor a los nazis. Si hay una anécdota que retrate su capacidad para sobrevivir es la que circula sobre su estancia en el campo de Dachau, donde, se asegura en el documental rodado por Cebrián, "no se quitaba el monóculo ni para limpiar las letrinas".

Ni Siberia pudo acabar con él. 

A mediados de los años 50 logró regresar a Alemania. Primero se instaló con su esposa francesa, luego se separó de ella y finalmente se casó con otra alemana 40 años más joven que él. El idilio les duró poco y Skossyreff se vio condenado a un epílogo que desmerece su loco periplo vital: falleció en 1989, en una residencia para ancianos, como una triste sombra del buscavidas que había sido y (cuentan algunas versiones) marcado por denuncias de abusos a menores. 

Un personaje a la medida del convulso siglo XXI que ahora inspira películas.

Imágenes | Wikipedia y Aboodi Vesakaran (Unsplash)

En Xataka | En 2001 un yate se refugió en una isla remota del Atlántico. Días después sus habitantes empanaban pescado con coca

Fuente original: Leer en Xataka
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