EL NUEVO ORDEN ECONÓMICOIndermit Gill: "El problema de Europa no es la deuda, sino su bajo crecimiento"
• SERGIO SAIZ Env. Esp. Washington DC 29 NOV. 2025 - 00:49
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• Enviar por emailIndermit Gill es economista jefe del Banco Mundial y responsable del grupo de economías en desarrollo.
• Durão Barroso: "Europa puede afianzar su identidad en la Alianza Atlántica"
• Joseph Stiglitz: "Estados Unidos perderá más que nadie con la guerra arancelaria"
• Robert F. Engle: "El mayor riesgo a largo plazo es que nos autodestruyamos"
El economista jefe del Banco Mundial, Indermit Gill, alerta de que la inversión mundial está en mínimos y critica que muchos gobiernos sufren una "adicción a la deuda" que hipoteca el futuro de sus economías.
El economista jefe del Banco Mundial, Indermit Gill, advierte de que la economía global atraviesa un momento de alta vulnerabilidad por el auge del proteccionismo, la deuda récord y la creciente inestabilidad política. En una entrevista con EXPANSIÓN, Gill sostiene que "el mundo es hoy tres veces más incierto que hace 15 o 20 años" y que esa falta de claridad "está frenando las decisiones de inversión y debilitando el crecimiento a largo plazo".
El economista jefe del Banco Mundial es hoy una de las voces más influyentes sobre cómo reactivar el crecimiento a escala global. Además, es el académico detrás del concepto de "trampa de la renta media", que describe cómo los países se estancan después de alcanzar un determinado nivel de ingresos, y del enfoque "3i" -inversión, incorporación de tecnología e innovación- para que las economías más rezagadas se pongan al mismo nivel que las que lideran el crecimiento.
Gill deja claro que el mundo afronta una década decisiva: con la inversión extranjera directa en retirada en muchas regiones, el endeudamiento al alza de forma generalizada y la fragmentación comercial, los países emergentes necesitan reformas ambiciosas para crear empleo, atraer capital y cerrar brechas de productividad.
El comercio es clave para recuperar el dinamismo en la economía mundial, pero vivimos en un mundo cada vez más proteccionista...Sí, pero el proteccionismo no es nuevo. Ha ido creciendo durante años, sobre todo entre los países del G20, que generan el 85% del PIB mundial. Eso ha definido un entorno global mucho más cerrado. Hasta el año pasado, por ejemplo, el arancel medio que EEUU aplicaba a las importaciones agrícolas de India era del 4%, mientras que India gravaba las exportaciones estadounidenses con un 64%. India no era una excepción. Más allá de las tarifas, también había barreras no arancelarias aún más sesgadas: las empresas extranjeras podían invertir en el sector financiero estadounidense, pero las firmas de EEUU no podían hacerlo fácilmente en China. Todo eso se está reajustando ahora.¿Cómo convencer a los gobiernos de la necesidad de apostar por el libre comercio?Los países pequeños no necesitan que se les convenza: saben que dependen del comercio. El problema está en las grandes economías. El mundo ha cambiado, pero las reglas no. Hay que actualizarlas para reflejar una mayor capacidad de competencia en igualdad de condiciones. Ya se observan cambios en la Organización Mundial del Comercio (OMC). En el pasado, algunas economías mantenían sus monedas artificialmente devaluadas para ganar competitividad. Si lo hace un país pequeño, apenas tiene impacto, pero si lo hace una gran economía, destruye empleo en otras partes del mundo. Y eso no debe ocurrir. Los desequilibrios deben ser temporales, no estructurales.Desde el Banco Mundial, ha advertido de que la inversión en países en desarrollo está en mínimos de décadas. ¿Cómo se puede revertir esta tendencia?Comercio e inversión van de la mano. La inversión extranjera directa llega donde hay oportunidades comerciales. Además, los inversores necesitan un entorno predecible: leyes claras para constituir o cerrar empresas, contratar personal, pagar impuestos, acceder a energía...Todo eso es algo que medimos en nuestros informes en el Banco Mundial. La conclusión es clara: el progreso se ha estancado. El clima inversor apenas ha mejorado en las regiones emergentes y ha empeorado en los países avanzados. Ahora bien, el problema es interno de cada país, ya que hacer reformas es difícil debido a que hay muchos intereses creados. No hay duda de que los gobiernos necesitan margen fiscal para invertir y compensar a quienes salen perdiendo con los cambios, pero ese margen ha desaparecido. Cuando los tipos eran bajos, los países se endeudaron demasiado. Luego subieron los intereses y, en lugar de frenar, siguieron endeudándose. Sesenta de las mayores economías incluso aumentaron su deuda en años de crecimiento del PIB. Eso es peligroso. Con tanta deuda, los gobiernos caen en la tentación de presionar a los bancos centrales para bajar tipos aunque la inflación siga alta. Es lo que llamamos "dominancia fiscal": cuando la política monetaria se supedita a las necesidades fiscales. Es un escenario muy negativo. El resultado es doblemente adverso: cae la inversión privada y también la pública, porque gran parte del presupuesto se destina a pagar la deuda.¿Cómo sería un plan creíble de sostenibilidad fiscal?El primer paso es reconocer que tienes un problema. Muchos países aún no lo han hecho. Confían en que los tipos bajarán y todo se arreglará. No será así.En Europa, por ejemplo, el gasto en defensa va a aumentar, y muchos gobiernos quieren financiarlo con más deuda. Pero si ese aumento es permanente, no puede financiarse con préstamos: debería cubrirse con impuestos. Pedir prestado para un gasto estructural es como mantener una mala dieta: la adicción a la deuda continúa.Pero en Europa, organismos como el FMI aseguran que el margen de maniobra fiscal es ajustado.Entonces hay que reducir gasto. Entre 1950 y 1980, Europa amplió su estado de bienestar de forma justificada. Sin embargo, desde entonces ha seguido aumentando sin límites. Esa política hay que revisarla. Cuando analizamos los flujos financieros en los años 2000, vemos que el dinero que salía del norte de Europa hacia el sur financiaba el consumo, mientras que el que iba hacia el este financiaba inversión. Cuando llegó la crisis, el dinero invertido se mantuvo, pero el destinado al consumo desapareció de inmediato. Ese riesgo sigue existiendo hoy en día.En economías con restricciones fiscales, ¿cuáles deben ser las prioridades?En estas situaciones, la inversión pública suele ser la primera sacrificada. Después se recorta el gasto no salarial en sanidad y educación. Lo último en tocarse son las transferencias -pensiones, subsidios, ayudas...-, aunque los criterios para entrar en esta categoría se han vuelto cada vez más generosos. Japón, en cambio, mantiene definiciones más estrictas sin dejar de proteger a los vulnerables. Europa debería seguir ese ejemplo. El orden correcto sería: primero, dirigir la protección social solo a quien realmente la necesita; segundo, preservar el gasto básico en educación y sanidad; y tercero, no recortar la inversión pública, porque es la que sostiene el crecimiento. En el fondo, la deuda no es más que una apuesta sobre el futuro crecimiento. Si la economía crece, la deuda se paga. El problema de Europa no es el nivel de deuda, sino su bajo crecimiento: Estados Unidos crece el doble, por eso su deuda es más sostenible.¿Se puede reducir la brecha entre Europa y Estados Unidos? ¿Y entre los países avanzados y los emergentes?La brecha se amplía por tres razones: menos inversión, una demografía más desfavorable y costes de la energía más caros y menos fiables. Para revertirla, hay que actuar sobre esos tres frentes: capital, trabajo y energía.Ahí entraría en juego su estrategia de las 'tres íes': inversión, integración tecnológica e innovación. ¿Sigue siendo válida hoy en día?El reto de las economías emergentes -China, India, Indonesia, Brasil, Vietnam...- es cómo aumentar el valor añadido de cada trabajador. Si comparamos con Estados Unidos, el trabajador medio de un país emergente representa dos tercios del capital y del talento, pero produce solo una quinta parte del output en comparación con Norteamérica. Por tanto, hay una brecha evidente, es lo que se ha sido denominado por el Banco Mundial como "trampa de la renta media". Para evitar caer en esa trampa, o salir de ella, la esencia de la estrategia es no solo acumular más capital o talento, sino usarlos con mayor eficiencia. Lo que diferencia a una economía avanzada, por ejemplo como España, de otra menos desarrollada, como Argentina, no es la cantidad de recursos, sino cómo los aprovecha.Indermit Gill, economista jefe del Banco Mundial
• Doctor en Economía por la Universidad de Chicago, cuenta con una dilatada experiencia como profesor e investigador en Duke, Brookings y Georgetown.
• Desde 2022, es el economista jefe del Banco Mundial; también está al frente del grupo de economías en desarrollo del organismo multilateral.
• Su papel ha sido clave en la respuesta de la institución a los 'shocks' financieros provocados por la pandemia.
• Artículos Sergio Saiz25 valores defensivos a salvo de la fiebre por la inteligencia artificialRobots y pavo en la semana más corta del año en Wall StreetAsí gestiona su fortuna Jeff Bezos Comentar ÚLTIMA HORA
• SERGIO SAIZ Env. Esp. Washington DC 29 NOV. 2025 - 00:49
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El economista jefe del Banco Mundial, Indermit Gill, alerta de que la inversión mundial está en mínimos y critica que muchos gobiernos sufren una "adicción a la deuda" que hipoteca el futuro de sus economías.
El economista jefe del Banco Mundial, Indermit Gill, advierte de que la economía global atraviesa un momento de alta vulnerabilidad por el auge del proteccionismo, la deuda récord y la creciente inestabilidad política. En una entrevista con EXPANSIÓN, Gill sostiene que "el mundo es hoy tres veces más incierto que hace 15 o 20 años" y que esa falta de claridad "está frenando las decisiones de inversión y debilitando el crecimiento a largo plazo".
El economista jefe del Banco Mundial es hoy una de las voces más influyentes sobre cómo reactivar el crecimiento a escala global. Además, es el académico detrás del concepto de "trampa de la renta media", que describe cómo los países se estancan después de alcanzar un determinado nivel de ingresos, y del enfoque "3i" -inversión, incorporación de tecnología e innovación- para que las economías más rezagadas se pongan al mismo nivel que las que lideran el crecimiento.
Gill deja claro que el mundo afronta una década decisiva: con la inversión extranjera directa en retirada en muchas regiones, el endeudamiento al alza de forma generalizada y la fragmentación comercial, los países emergentes necesitan reformas ambiciosas para crear empleo, atraer capital y cerrar brechas de productividad.
El comercio es clave para recuperar el dinamismo en la economía mundial, pero vivimos en un mundo cada vez más proteccionista...Sí, pero el proteccionismo no es nuevo. Ha ido creciendo durante años, sobre todo entre los países del G20, que generan el 85% del PIB mundial. Eso ha definido un entorno global mucho más cerrado. Hasta el año pasado, por ejemplo, el arancel medio que EEUU aplicaba a las importaciones agrícolas de India era del 4%, mientras que India gravaba las exportaciones estadounidenses con un 64%. India no era una excepción. Más allá de las tarifas, también había barreras no arancelarias aún más sesgadas: las empresas extranjeras podían invertir en el sector financiero estadounidense, pero las firmas de EEUU no podían hacerlo fácilmente en China. Todo eso se está reajustando ahora.¿Cómo convencer a los gobiernos de la necesidad de apostar por el libre comercio?Los países pequeños no necesitan que se les convenza: saben que dependen del comercio. El problema está en las grandes economías. El mundo ha cambiado, pero las reglas no. Hay que actualizarlas para reflejar una mayor capacidad de competencia en igualdad de condiciones. Ya se observan cambios en la Organización Mundial del Comercio (OMC). En el pasado, algunas economías mantenían sus monedas artificialmente devaluadas para ganar competitividad. Si lo hace un país pequeño, apenas tiene impacto, pero si lo hace una gran economía, destruye empleo en otras partes del mundo. Y eso no debe ocurrir. Los desequilibrios deben ser temporales, no estructurales.Desde el Banco Mundial, ha advertido de que la inversión en países en desarrollo está en mínimos de décadas. ¿Cómo se puede revertir esta tendencia?Comercio e inversión van de la mano. La inversión extranjera directa llega donde hay oportunidades comerciales. Además, los inversores necesitan un entorno predecible: leyes claras para constituir o cerrar empresas, contratar personal, pagar impuestos, acceder a energía...Todo eso es algo que medimos en nuestros informes en el Banco Mundial. La conclusión es clara: el progreso se ha estancado. El clima inversor apenas ha mejorado en las regiones emergentes y ha empeorado en los países avanzados. Ahora bien, el problema es interno de cada país, ya que hacer reformas es difícil debido a que hay muchos intereses creados. No hay duda de que los gobiernos necesitan margen fiscal para invertir y compensar a quienes salen perdiendo con los cambios, pero ese margen ha desaparecido. Cuando los tipos eran bajos, los países se endeudaron demasiado. Luego subieron los intereses y, en lugar de frenar, siguieron endeudándose. Sesenta de las mayores economías incluso aumentaron su deuda en años de crecimiento del PIB. Eso es peligroso. Con tanta deuda, los gobiernos caen en la tentación de presionar a los bancos centrales para bajar tipos aunque la inflación siga alta. Es lo que llamamos "dominancia fiscal": cuando la política monetaria se supedita a las necesidades fiscales. Es un escenario muy negativo. El resultado es doblemente adverso: cae la inversión privada y también la pública, porque gran parte del presupuesto se destina a pagar la deuda.¿Cómo sería un plan creíble de sostenibilidad fiscal?El primer paso es reconocer que tienes un problema. Muchos países aún no lo han hecho. Confían en que los tipos bajarán y todo se arreglará. No será así.En Europa, por ejemplo, el gasto en defensa va a aumentar, y muchos gobiernos quieren financiarlo con más deuda. Pero si ese aumento es permanente, no puede financiarse con préstamos: debería cubrirse con impuestos. Pedir prestado para un gasto estructural es como mantener una mala dieta: la adicción a la deuda continúa.Pero en Europa, organismos como el FMI aseguran que el margen de maniobra fiscal es ajustado.Entonces hay que reducir gasto. Entre 1950 y 1980, Europa amplió su estado de bienestar de forma justificada. Sin embargo, desde entonces ha seguido aumentando sin límites. Esa política hay que revisarla. Cuando analizamos los flujos financieros en los años 2000, vemos que el dinero que salía del norte de Europa hacia el sur financiaba el consumo, mientras que el que iba hacia el este financiaba inversión. Cuando llegó la crisis, el dinero invertido se mantuvo, pero el destinado al consumo desapareció de inmediato. Ese riesgo sigue existiendo hoy en día.En economías con restricciones fiscales, ¿cuáles deben ser las prioridades?En estas situaciones, la inversión pública suele ser la primera sacrificada. Después se recorta el gasto no salarial en sanidad y educación. Lo último en tocarse son las transferencias -pensiones, subsidios, ayudas...-, aunque los criterios para entrar en esta categoría se han vuelto cada vez más generosos. Japón, en cambio, mantiene definiciones más estrictas sin dejar de proteger a los vulnerables. Europa debería seguir ese ejemplo. El orden correcto sería: primero, dirigir la protección social solo a quien realmente la necesita; segundo, preservar el gasto básico en educación y sanidad; y tercero, no recortar la inversión pública, porque es la que sostiene el crecimiento. En el fondo, la deuda no es más que una apuesta sobre el futuro crecimiento. Si la economía crece, la deuda se paga. El problema de Europa no es el nivel de deuda, sino su bajo crecimiento: Estados Unidos crece el doble, por eso su deuda es más sostenible.¿Se puede reducir la brecha entre Europa y Estados Unidos? ¿Y entre los países avanzados y los emergentes?La brecha se amplía por tres razones: menos inversión, una demografía más desfavorable y costes de la energía más caros y menos fiables. Para revertirla, hay que actuar sobre esos tres frentes: capital, trabajo y energía.Ahí entraría en juego su estrategia de las 'tres íes': inversión, integración tecnológica e innovación. ¿Sigue siendo válida hoy en día?El reto de las economías emergentes -China, India, Indonesia, Brasil, Vietnam...- es cómo aumentar el valor añadido de cada trabajador. Si comparamos con Estados Unidos, el trabajador medio de un país emergente representa dos tercios del capital y del talento, pero produce solo una quinta parte del output en comparación con Norteamérica. Por tanto, hay una brecha evidente, es lo que se ha sido denominado por el Banco Mundial como "trampa de la renta media". Para evitar caer en esa trampa, o salir de ella, la esencia de la estrategia es no solo acumular más capital o talento, sino usarlos con mayor eficiencia. Lo que diferencia a una economía avanzada, por ejemplo como España, de otra menos desarrollada, como Argentina, no es la cantidad de recursos, sino cómo los aprovecha.Indermit Gill, economista jefe del Banco Mundial
• Doctor en Economía por la Universidad de Chicago, cuenta con una dilatada experiencia como profesor e investigador en Duke, Brookings y Georgetown.
• Desde 2022, es el economista jefe del Banco Mundial; también está al frente del grupo de economías en desarrollo del organismo multilateral.
• Su papel ha sido clave en la respuesta de la institución a los 'shocks' financieros provocados por la pandemia.
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