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John Gregory Dunne (Connecticut, 1932 - New York, 2003) escribió una gran novela americana ('The Red, White and Blue', tomando el título que Fitzgerald descartó para 'El gran Gatsby'); un perfecto noir de época ('Confesiones verdaderas', considerado por James Ellroy uno de los mejores ... de todos los tiempos) y una sublime recreación del gánster Bugsy Siegel ('Playland'); un par de muy logrados thriller legales ('Nothing Lost' y 'Dutch Shea, Jr.', que arranca con la formidable frase: «Lee estaba en el baño de mujeres cuando estalló la bomba»); grandes crónicas y ensayos ('Delano' y 'El estudio: Un año en el infierno de la Fox'); una ejemplar autobiografía familiar ('Harp'), y numerosas piezas periodísticas de antología (recopiladas en libros como 'Crooning', 'Regards' y 'Quintana and Friends').
Pero –la vida no suele ser justa con la obra– lo de Dunne primero fue opacado por lo de su hermano Dominick (quien se dedicó a novelizar miserias de poderosos con modales de eficaz Truman Capote marca blanca y reportar crímenes de alcurnia en las satinadas páginas de 'Vanity Fair').
Y –final y definitivamente– Dunne sólo alcanzó, irónica y colateralmente, la inmortalidad con su muerte. Sí: Dunne como involuntario protagonista y razón de ser y no ser en 'El año del pensamiento mágico' de su esposa-socia Joan Didion, derrumbándose para ya no levantarse la primera página de ese 'best-seller' del duelo y la viudez. Y, sí, Dunne es aquel a quien están dirigidos los recientes 'Apuntes para John', de Didion y el padre adoptivo de la Quintana que también muere e inspira 'Noches azules'.
En estos últimos 25 años, la autoficción y todas sus variantes han marcado el mundo de la literatura, que se mueve entre la intimidad y lo documental. ¿Y qué hay más allá? El hibridismo de las formas, las narrativas de lo extraño, las voces del trauma
Así, Dunne es –para muchos, para demasiados– apenas el actor secundario en la película de una superestrella junto a la que escribió varios guiones (entre ellos los de 'Pánico en Needle Park', con el primer protagónico de Al Pacino, y el de 'Nace una estrella', con Barbra Streisand) que se llegaron a filmar o no.
Por suerte, esta 'Vegas' –también recién reeditada con honores de redención y redescubrimiento en Estados Unidos–, si no pone por completo a las cosas en su sitio, al menos vuelve a dar lugar y tiempo a Dunne. Aquel que fue «un gran observador» para todo, aquel que lo admiró y sigue admirando (George Pelecanos es otro de sus declarados fans) o para los muchos más que se deben el descubrimiento y la reconsideración.
'Vegas' arranca con fuga y ataque de nervios y cierra con retorno al hogar
Y 'Vegas' es un artefacto curioso, apostando tanto a los números de la ficción como a los colores de lo autobiográfico, arrancando con fuga y ataque de nervios y cerrando con retorno al hogar. Entre un extremo y otro, miedo y asco; pero de una cepa diferente a la de Hunter S. Thompson, donde las drogas son suplantadas por el alcohol y las alucinaciones, por las visiones.
Aquí, una «temporada sombría» de 1973 y crisis de los casi-cuarenta en la que su legendario matrimonio con la tanto más célebre y celebrada que él Didion («vivir con ella era como vivir con una piraña», leemos por ahí) estaba en problemas. Por lo tanto, sólo quedaba el no enfrentarlos y el huir hacia adelante. Entonces, la viciosa ciudad del pecado y todo eso durante seis meses.
Y ahí está ese momento en que Dunne, a punto de acostarse con una profesional de diecinueve años, llama por teléfono a Didion para pedirle consejo. «Considéralo como 'research'. Si no lo haces, te perderás una buena historia», le recomienda su esposa profesional. Luego y después –ya de regreso en casa y acaso arrepentido–, Dunne intentó eso de «lo que sucede en Las Vegas se queda en Las Vegas», definiendo al libro como «memoir-fiction», pero...
Se estudia a sí mismo frente al más feroz y honesto de los espejos en un sórdido apartamento en la Strip
En cualquier caso, lo que aquí se impone –entendiendo a la depresión bajo la euforia del talento mucho más allá de la autoficción terapéutica– es la observadora mirada de Dunne, en más de una ocasión patológicamente 'voyeur' y hasta masturbatorio: el modo en que se estudia a sí mismo frente al más feroz y honesto de los espejos en un sórdido apartamento en la Strip y la manera en la que retrata (incluyendo a una poética prostituta, a un evangélico 'stand-up comedian' judío cuya gracia es no ser gracioso o a un detective privado poco discreto) a todos los que lo rodean y acorralan en esa «Disneylandia idiota».
Y 'Vegas' es, finalmente, Dunne en Las Vegas, en Las Vegas de Dunne. Dunne, quien afirmó haberse hecho escritor porque «yo tartamudeaba y quería dejar de tartamudear, al menos en la página». Dunne, quien pensaba que la escritura era un trabajo manual: «Como instalar cañerías». Dunne, quien definía a la figura del escritor como «la de un eterno 'outsider', su nariz contra una ventana que lo separa de su material; el resentimiento afila su visión, la hostilidad va puliendo su instinto asesino». Dunne, quien se puso del lado de William Faulkner cuando «alguna vez dijo que el obituario de todo escritor debería ser: 'Escribió libros, después se murió'. Y punto».
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Colaborador de ABC. Crítico de libros relacionados con literatura norteamericana.
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