No es ciencia ficción: algunos fabricantes ya prueban anuncios que aparecen en la pantalla del coche según tu ruta o el nivel de batería. Y en cuanto eso pasa, la conversación deja de ser tecnológica y se vuelve de seguridad y de confianza.
Publicidad en la pantalla del cocheManuel Naranjo[email protected]7 min. lectura
Publicado: 15/12/2025 18:00
En una gasolinera, en una app o en un panel de la autopista, la publicidad se entiende: está ahí, la ves si quieres y la ignoras si te apetece. El problema es cuando el anuncio se cuela en el sitio donde miras para conducir, justo al lado de la navegación, la música o el control del coche.
Esa frontera se está difuminando con los coches eléctricos y conectados. Cuanta más pantalla, más software y más servicios, más tentación de convertir el salpicadero en un canal de monetización. Y ahí aparece la polémica: no es solo si molesta, es si distrae.
En los últimos meses han circulado casos de anuncios emergentes en sistemas de infoentretenimiento, con usuarios que lo describen como intrusivo, inesperado y difícil de justificar en un entorno donde unos segundos de atención valen oro.
Qué está pasando exactamente con los anuncios en la pantalla
La idea suele venderse como algo útil: sugerencias cercanas, puntos de recarga, ofertas en comercios de la ruta o avisos contextuales. Hay propuestas que incluso se apoyan en datos del coche, como el estado de batería, para recomendar paradas y, de paso, meter promoción.
En la práctica, el formato que más enfada es el peor posible: ventanas emergentes que aparecen encima de funciones normales, a veces ocupando gran parte de la pantalla, y que te obligan a interactuar para quitarlas. Ahí ya no hablamos de una recomendación discreta, sino de una interrupción.
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Calcula tu precio onlineEl sector lo enmarca en la evolución hacia el coche definido por software: actualizaciones remotas, servicios de suscripción, apps dentro del coche y nuevas vías de ingresos cuando el margen del hardware se aprieta.
Publicidad en la pantalla principal del cochePor qué el debate ya no es de marketing, sino de seguridad
La conducción es una tarea visual y manual. Si una interfaz te obliga a mirar más de la cuenta, el riesgo sube. Por eso existen guías que, sin ser leyes universales, se usan como referencia: por ejemplo, las directrices de NHTSA recomiendan diseñar tareas para que las miradas fuera de la carretera sean de dos segundos o menos y que el tiempo acumulado mirando la pantalla no se dispare.
Cuando un anuncio aparece de golpe, el problema no es solo el tiempo mirando. También es el sobresalto, la curiosidad involuntaria y la necesidad de tocar algo para cerrarlo. Es el tipo de interacción que rompe el flujo y te saca de lo importante.
En paralelo, en Europa se está moviendo el foco hacia sistemas que detecten distracción y avisen al conductor, precisamente porque las pantallas, los menús y las capas de información han crecido demasiado en la última década.
El punto más delicado: quién manda en la pantalla del coche
Aquí entra la parte emocional, que es donde se incendian las redes: si te gastas un dineral en un coche, esperas que la pantalla sea tuya. Que te muestre lo que necesitas, no lo que alguien quiere venderte.
Cuando aparecen anuncios de forma agresiva, se rompe una regla no escrita: el habitáculo es un espacio privado. No es la tele del bar. Y si además el anuncio tapa funciones, el enfado se transforma en desconfianza hacia la marca.
Además, se abre una conversación incómoda sobre datos. Para que la publicidad sea contextual, necesita contexto: ubicación, ruta, hábitos, estado del vehículo y, a veces, la interacción con servicios del coche. Aunque haya políticas y permisos, la sensación para muchos conductores es clara: el coche sabe demasiado y lo usa para monetizar.
Puede aparecer publicidad en la pantalla del cocheLo que podría hacer que fuese aceptable
Hay un escenario donde esto podría no ser tóxico: que se limite a cuando el coche está parado, que sea opcional de verdad, que no bloquee funciones y que se presente como información, no como un pop-up que te obliga a tocar.
También ayudaría una regulación o criterios de ensayo más estrictos que se traduzcan en diseño: tamaños de botones, complejidad de menús, tiempos de mirada y restricciones de contenido mientras se circula. Las guías existen, pero la realidad del mercado es que muchas interfaces se han diseñado más por estética y negocio que por ergonomía.
Y, sobre todo, transparencia: si un fabricante quiere introducir publicidad, debería decirlo claro, permitir desactivarla, y no castigar al usuario con peor experiencia por negarse. Si no, lo que se vende como conectividad acaba pareciendo un peaje.
Qué puede pasar a corto plazo
Lo más probable es que veamos más pruebas y más polémicas. En coches conectados, la tentación de abrir nuevas vías de ingresos es enorme, y la pantalla es el escaparate perfecto.
Pero también es el lugar más sensible: un móvil te puede poner anuncios, una tele te puede poner anuncios, incluso una app de mapas. Un coche, en cambio, está ligado a seguridad, a responsabilidad legal y a la confianza. Si el conductor siente que el sistema prioriza vender antes que ayudar, la reacción es inmediata.
En resumidas cuentas: la publicidad dentro del coche no es solo una idea discutible. Es una prueba de si la industria entiende que el salpicadero no es un feed, y que la atención del conductor no se puede subastar.
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