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R. C.Marta San Miguel
Jueves, 18 de diciembre 2025, 00:22
... en las casas donde aún hay espíritu navideño, o niños, o ambas cosas, los árboles ya han hecho su aparición por estas fechas. En casa tocó este fin de semana. Y con él, la conversación en torno a qué sentido tiene poner adornos en la parte de atrás del árbol, si total no se ve. Tocaba citar la anécdota de Steve Jobs. En su caso, cualquier cosa que desgrane el porqué del genio de Apple adquiere el rango de parábola.La excelencia de lo que se muestra en público está precisamente en lo que no se ve, en el proceso, en lo que sólo tú sabes, ya sea al hacer política, al jugar un partido de fútbol, al escribir una novela o al decorar un simple árbol navideño: por eso, ahora que lo mostramos todo, que la noción de privacidad se ha pervertido hasta el punto de que se ha evaporado la frontera entre lo público y lo personal, esas bolas que cuelgan en las ramas traseras de los árboles en nuestras casas tienen algo revolucionario.
Me pregunto cuántos cachivaches destrozó Jobs por el camino hasta dar con esa senda que le llevó al Mac o al IPhone. Pienso en otro genio descomunal, Beethoven: sus cuadernos de bocetos están llenos de tachones, dudas devenidas en aciertos, signos de desesperante búsqueda, partituras endebles. Cualquier cosa que lleve su firma lleva también esa parte invisible del proceso, que es fundamental para que existan luego la 'Pastoral' o la 'Novena'.
Sin llegar al extremo de Ernest Hemingway, que decía que el primer borrador de todo es una mierda, hay algo ejemplar en lo que no mostramos y que es solo nuestro, una noción íntima de estar haciendo bien las cosas, no solo de cara a la galería; ya sea al diseñar un IPhone, una valla de jardín o decorando un árbol navideño con bolas que han perdido la purpurina que las hizo brillar.
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