Sunday, 07 de December de 2025
Tecnología

Llamar sin avisar ha pasado de ser lo más normal a ser de mala educación. Y en ese cambio hemos perdido algo

Llamar sin avisar ha pasado de ser lo más normal a ser de mala educación. Y en ese cambio hemos perdido algo
Artículo Completo 860 palabras
"Me parece de mala educación llamar al móvil sin avisar. Si no es una urgencia (y no son mis padres) no me llames, para algo tenemos WhatsApp."Este tuit de @thaissotillo se viralizó hace unos días y generó respuestas de todos los colores, pero con la sensación de que es una cuestión generacional: en algún momento, para los nacidos especialmente a finales de los 90 en adelante, las llamadas telefónicas –el gesto más básico de un teléfono– se han convertido en una violación del protocolo social. La cuestión generacional no explica gran cosa: lo interesante no es qué prefiere la chavalada, sino por qué una llamada no acordada ahora se siente como una intrusión. Un mensaje de WhatsApp te regala tiempo. Lees, piensas, decides, escribes, borras, reescribes. Decides si te conviene sonar más cálido o más borde. Diez segundos extra para construir una mejor versión de ti. Una llamada te arranca esa posibilidad. Te obliga a ser tú, sin edición, ahora. Por eso incomoda. "Es otra forma de evitar la confrontación directa", explica Alejandra de Pedro, psicóloga general sanitaria. "Una conversación incómoda siempre se hace menos incómoda cuando tengo el tiempo de procesar qué quiero decir y cómo". En Xataka La generación Z ha desarrollado una extraña fobia a las llamadas telefónicas: una universidad está tratando de arreglarlo Hemos construido toda una forma de vida sobre el derecho a editarnos antes de ser vistos. De Pedro cuenta que muchas personas pasan sus conversaciones importantes por el filtro de la IA: "Escríbeme esto, pero de forma más asertiva". Perdemos la habilidad para la comunicación directa mientras ganamos recursos para evitarla. Pero hay algo más. La llamada no solo exige que seas tú mismo. Exige que lo seas ahora. Vivimos en mundo asíncrono. Trabajamos con gente a cuatro husos horarios, las series las vemos cuando queremos, respondemos correos entre reuniones. Todo puede esperar a que yo esté listo. La llamada destroza esa ilusión. Es una exigencia de sincronía. Es una forma de decirnos "hablamos ahora o no hablamos". Y eso, en una cultura donde aplazar es un derecho conquistado, se siente obsceno. Por eso los mensajes de voz han arrasado: trasladan la experiencia de la llamada a algo asíncrono, a tener tiempo para pensar las respuestas. "Los jóvenes han entendido que estar accesibles no es lo mismo que estar disponibles", apunta De Pedro. "Practican más el poner límites. Pero también se puede pasar de rosca y estamos avanzando hacia una sociedad un poquito más individualista". En Xataka El “visto” ya no será indiferente: WhatsApp probará una forma de castigar a quienes insisten sin respuesta Las excepciones cuentan parte de la historia. Tus padres pueden llamarte sin avisar. No porque sean de otra generación, sino porque la familia aún opera bajo un código anterior: el de la disponibilidad automática. Puedes interrumpirme porque eres mi padre. El resto del mundo perdió ese privilegio. Ahora hay que escribir primero, plantear el asunto, esperar confirmación. Solo entonces, quizá, llamar. La llamada directa se lee como prepotencia. Hemos cambiado la semántica de lo que significa respetar al otro. Antes era "te doy mi atención cuando la pides". Ahora es "no me pidas atención sin permiso previo". Decimos que ganamos eficiencia, que WhatsApp evita interrupciones innecesarias. Pero lo que realmente hemos hecho es levantar un muro alrededor de nuestra disponibilidad emocional. "Tiene que ver con postergar todo lo incómodo", señala la psicóloga. "Mucha menor tolerancia a la frustración, a sensaciones incómodas. Si me parece incómodo contestarle a un amigo plasta, pues me cuesta más y lo postergo". La llamada telefónica era el último vestigio de un contrato social antiguo: aceptábamos que otros podían necesitarnos en tiempo real, sin avisar, sin posibilidad de aplazar. Ese contrato se rompió. Ahora todos vivimos tras un buzón perpetuo. Respondemos cuando nos conviene, no cuando nos necesitan. Nos sentimos más libres, más dueños de nuestro tiempo, más protegidos. Lo que no sentimos es lo que hemos perdido: la costumbre de tolerar la incomodidad de aparecer sin preparación, de improvisar cercanía, de aceptar que el otro tiene derecho a alterarnos el día. El teléfono sigue en nuestro bolsillo. Pero ya no es para hablar. Es para decidir cuándo, cómo y con quién queremos parecer que hablamos. En Xataka | La IA está transformando la relación que tenemos con nuestras propias ideas: ya no creamos, solo nos "editamos" Imagen destacada | Xataka - La noticia Llamar sin avisar ha pasado de ser lo más normal a ser de mala educación. Y en ese cambio hemos perdido algo fue publicada originalmente en Xataka por Javier Lacort .
Llamar sin avisar ha pasado de ser lo más normal a ser de mala educación. Y en ese cambio hemos perdido algo

Una generación ha decidido que las llamadas sin avisar son intrusivas. Sin ellas ganamos control, pero perdemos la costumbre de estar presentes

4 comentariosFacebookTwitterFlipboardE-mail 2025-12-07T10:00:14Z

Javier Lacort

Editor Senior - Tech

Javier Lacort

Editor Senior - Tech Linkedintwitter1887 publicaciones de Javier Lacort
"Me parece de mala educación llamar al móvil sin avisar. Si no es una urgencia (y no son mis padres) no me llames, para algo tenemos WhatsApp."

Este tuit de @thaissotillo se viralizó hace unos días y generó respuestas de todos los colores, pero con la sensación de que es una cuestión generacional: en algún momento, para los nacidos especialmente a finales de los 90 en adelante, las llamadas telefónicas –el gesto más básico de un teléfono– se han convertido en una violación del protocolo social.

La cuestión generacional no explica gran cosa: lo interesante no es qué prefiere la chavalada, sino por qué una llamada no acordada ahora se siente como una intrusión.

Un mensaje de WhatsApp te regala tiempo. Lees, piensas, decides, escribes, borras, reescribes. Decides si te conviene sonar más cálido o más borde. Diez segundos extra para construir una mejor versión de ti.

Una llamada te arranca esa posibilidad. Te obliga a ser tú, sin edición, ahora. Por eso incomoda. "Es otra forma de evitar la confrontación directa", explica Alejandra de Pedro, psicóloga general sanitaria. "Una conversación incómoda siempre se hace menos incómoda cuando tengo el tiempo de procesar qué quiero decir y cómo".

En XatakaLa generación Z ha desarrollado una extraña fobia a las llamadas telefónicas: una universidad está tratando de arreglarlo

Hemos construido toda una forma de vida sobre el derecho a editarnos antes de ser vistos. De Pedro cuenta que muchas personas pasan sus conversaciones importantes por el filtro de la IA: "Escríbeme esto, pero de forma más asertiva". Perdemos la habilidad para la comunicación directa mientras ganamos recursos para evitarla.

Pero hay algo más. La llamada no solo exige que seas tú mismo. Exige que lo seas ahora.

Vivimos en mundo asíncrono. Trabajamos con gente a cuatro husos horarios, las series las vemos cuando queremos, respondemos correos entre reuniones. Todo puede esperar a que yo esté listo.

La llamada destroza esa ilusión. Es una exigencia de sincronía. Es una forma de decirnos "hablamos ahora o no hablamos". Y eso, en una cultura donde aplazar es un derecho conquistado, se siente obsceno. Por eso los mensajes de voz han arrasado: trasladan la experiencia de la llamada a algo asíncrono, a tener tiempo para pensar las respuestas.

"Los jóvenes han entendido que estar accesibles no es lo mismo que estar disponibles", apunta De Pedro. "Practican más el poner límites. Pero también se puede pasar de rosca y estamos avanzando hacia una sociedad un poquito más individualista".

En XatakaEl “visto” ya no será indiferente: WhatsApp probará una forma de castigar a quienes insisten sin respuesta

Las excepciones cuentan parte de la historia. Tus padres pueden llamarte sin avisar. No porque sean de otra generación, sino porque la familia aún opera bajo un código anterior: el de la disponibilidad automática. Puedes interrumpirme porque eres mi padre.

El resto del mundo perdió ese privilegio. Ahora hay que escribir primero, plantear el asunto, esperar confirmación. Solo entonces, quizá, llamar. La llamada directa se lee como prepotencia.

Hemos cambiado la semántica de lo que significa respetar al otro. Antes era "te doy mi atención cuando la pides". Ahora es "no me pidas atención sin permiso previo".

Decimos que ganamos eficiencia, que WhatsApp evita interrupciones innecesarias. Pero lo que realmente hemos hecho es levantar un muro alrededor de nuestra disponibilidad emocional.

"Tiene que ver con postergar todo lo incómodo", señala la psicóloga. "Mucha menor tolerancia a la frustración, a sensaciones incómodas. Si me parece incómodo contestarle a un amigo plasta, pues me cuesta más y lo postergo".

La llamada telefónica era el último vestigio de un contrato social antiguo: aceptábamos que otros podían necesitarnos en tiempo real, sin avisar, sin posibilidad de aplazar. Ese contrato se rompió.

Ahora todos vivimos tras un buzón perpetuo. Respondemos cuando nos conviene, no cuando nos necesitan. Nos sentimos más libres, más dueños de nuestro tiempo, más protegidos. Lo que no sentimos es lo que hemos perdido: la costumbre de tolerar la incomodidad de aparecer sin preparación, de improvisar cercanía, de aceptar que el otro tiene derecho a alterarnos el día.

El teléfono sigue en nuestro bolsillo. Pero ya no es para hablar. Es para decidir cuándo, cómo y con quién queremos parecer que hablamos.

En Xataka | La IA está transformando la relación que tenemos con nuestras propias ideas: ya no creamos, solo nos "editamos"

Imagen destacada | Xataka

Fuente original: Leer en Xataka
Compartir