Jorge Ilegal, historia nuestra. Esteban Palazuelos.
Columnas DESÓRDENES Lo que Jorge Ilegal me confesó con tres cervezas: con amor o con odio, pero siempre con violencia"Llevando una vida intensa, las frases surgen solas", me explicaste otro día. Y yo te hice caso y salí a vivir para poder escribir. No es que para nosotros la escritura fuese más importante que la vida: era igual de importante. Era la vida.
Lorena G. Maldonado Publicada 9 diciembre 2025 19:16hJorge, amigo: hoy salía de un avión cuando me saltó a la cara la noticia de tu muerte. Yo siempre pensé que tú eras inmortal. Entiéndeme, de ese burro no me bajo. También lo pienso ahora. Tú siempre serás la persona más joven que conozco.
Te vi por primera vez en el Hotel de las Letras hace una década y traías un poco de resaca. Pedimos tónica, qué horror, como dos niñatas que salen de spinning. Pedimos perdón al punk por eso. Y a los grecorromanos, que son hermanos nuestros.
Qué impacto tu presencia larga y caballeresca, tus botas, tu cuero, tu gracia.
Me contaste que de niño le pediste a los seres mágicos ser calvo porque odiabas el ritual de la peluquería. Jorge... hasta ese detalle tuvo contigo el destino. Yo te miraba el cráneo privilegiado desnudo y aprovechaba para contarte las venas bravas de la frente: coño, me decía, por ahí le circulan los poemas.
El cráneo pecoso de Jorge Ilegal. Esteban Palazuelos.
Eras como una lagartija muy grande, mitológica.
Una polilla más gorda que un apóstol.
Funcionabas como un carro en llamas.
Tu corazón era de jabalí: gigantesco, brutal... Te lo dije, me lo compraste. "Y no exento de cierta ferocidad cuando se le provoca", añadiste.
Hablabas como un hombre del Siglo de Oro, pero de joven te gustaba salir a la calle con un stick de hockey por si tenías que disuadir a los malos de sus planes. ¡Era tu garfio! Maldita sea la vida: hacía falta que estuvieras. Ya te extrañan las viejecitas del metro cuando ponías orden si dos majaderos les quitaban el sitio. El mundo era hasta hace un rato un lugar más justo y también más divertido (esa es una combinación casi imposible).
Todas las cosas verdaderamente gloriosas siempre han sido ilegales.
Es más fácil ser rebelde ahora, después de haberte visto ejercer a ti la cátedra: eras ese tipo en guerra con las fronteras, las religiones y las identidades (ese tipo en guerra con los límites, en sentido profundo).
Hablabas de la Europa que nació muerta, de la Europa momificada.
Hablabas del capitán Trueno y luego fuiste el capitán Trueno. Jorge: tú eras, sobre todo, un superhéroe. Tus favoritos se ponían tristes cuando no hacías lo correcto, pero eso no sucedía casi nunca.
Ibas empapadísimo de Quevedo y de Góngora. Y de Juvenal y Marcial. "Yo supongo que Nerón y todos los monstruos de Roma están en mí", me comentaste, y te quedaste tan ancho.
"Llevando una vida intensa, las frases surgen solas", me explicaste otro día. Y yo te hice caso y salí a vivir para poder escribir. No es que para nosotros la escritura fuese más importante que la vida: era igual de importante. Era la vida.
Recuerdo tu colección de soldaditos de plomo. Esos eran tus poderes, que diría el Cardenal Cisneros.
Recuerdo que releías a Nietzsche. Te molaba muchísimo Así habló Zaratrustra.
Recuerdo tu mítico "señora, si no le gusta mi careto, cambie de canal" en RTVE.
Recuerdo que escuché "hablando con las fieras del zoo / sólo yo hablo, ellas suelen mirar / a veces me quedo quieto en mis zapatos" y me sentí menos sola.
Recuerdo que no tenías televisor ni frigorífico en tu casa de Asturias: dejabas que la comida se enfriase en la terraza. "Los víveres", decías tú, y te montabas un potaje a base de pollo y pimiento.
Al "salir y beber y lo que surja" tú lo llamabas "exposición a los festejos nocturnos". Eras el chico más divertido de todas las fiestas. Y al día siguiente, el chico más melancólico de la ciudad, experto en pensar en la muerte. Siempre sucede así con los mejores.
Te referías a los hijos de puta como "sátrapas".
Nadabas el Cantábrico porque adorabas los mares asesinos.
Nunca tuviste carné pero siempre condujiste. Nunca tuviste novia pero siempre amaste. Jorge, en realidad tú nunca fuiste como los demás. No te salía.
Me contaste que un día, en los setenta, te aburriste en una orgía (había por allí un argentino pesadísimo que no paraba de decir "che, porque el problema sexual, porque el problema sexual...", te descojonaste de él en una canción con ese título) y te largaste de allí con una chica preciosa.
Os fuisteis a la playa de Gijón con su aire tibio a hacer aviones de papel con las páginas arrancadas de la revista El Mueble.
Decías que sus aviones eran mejores que los tuyos: se sostenían largo rato en el aire. Intentaste imitar su estilo, sin éxito. "Era estupenda", recordaste, y te brillaron tus ojos de pescado loco. Por la mañana os despedisteis en una churrería y el hechizo estaba roto. No volviste a verla, Jorge, pero a veces pensabas en ella y en esos aviones y en la luz amarilla del tiempo...
El corazón es un animal extraño;
siente extraños deseos, busca extrañas compañías.
El corazón es un animal extraño;
sufre extrañas costumbres y oye extrañas voces.
Qué bien escribías. Qué tipo apabullante eras. Lo tuyo era la vida: de la carne hacia afuera y de la carne hacia adentro.
Creímos mucho en los sueños como lenguaje. Entiéndeme: tu nivel era muy superior porque escribías dormido. Tirabas del hilo de una oniria y te sacabas una canción "calentita desde el subconsciente".
Soñabas que podías volar, que sólo tenías que ponerte horizontal a la línea de tierra y se generaba una fuerza que iba haciéndote subir. Menudo pajarraco.
Vives en la casa del misterio
creciendo con las sombras sobre ti,
cierras los ojos y ya te has hecho daño,
si tú te vas, ¿con quién voy a jugar?
No sé.
Ah, tenías esa responsabilidad lúdica. Habías venido al mundo a jugar. Te tomaste muy en serio el juego. Niño grande... niño genial.
Eras un romántico y por eso no te permitiste casarte nunca.
Eras un desobediente, un anarquista raro. Decías que ser de izquierdas "es confundir lo posible con lo deseable: tiene su encanto". Y añadías: "En cambio, la derecha no defrauda: se trata de conseguir el control y el botín".
Hiciste enteramente lo que te dio la gana, y eso te hacía muy guapo, más guapo que los guapos.
Recuerdo que te dije que me recordabas a aquella frase histórica de Pavese: "Con amor o con odio, pero siempre con violencia". Me lo compraste.
Recuerdo que decías que no vivías en Madrid porque aquí ibas a una fiesta y te invitaban a otras cuatro. Verás allí, al sitio al que vas... no te van a dejar en paz.
Fue estupendo conocerte, Jorge.
"Amiguitos, caminad de día, que la noche es mía", te gustaba decir. Toda la noche estrellada ya es para ti.