En octubre conocimos que Ryanair iba a extremar su enfrentamiento con el gobierno de España con una cifra que iba a aparecer en todos los medios de comunicación: un recorte de 1,2 millones de asientos en la temporada de verano de 2026, con enclaves como Asturias especialmente damnificados. La cifra, sumada a los anteriores recortes, significaba tres millones de plazas menos en apenas doces meses. Ahora, en un giro de los acontecimientos sorprendente, la aerolínea prepara junto al resto de Low Cost un desembarco inesperado: Ucrania.
Volar tras la guerra. Sí, Europa se prepara para un escenario en el que el espacio aéreo ucraniano vuelva a abrirse después de un acuerdo de paz, y las aerolíneas de bajo coste ven en ese momento no solo la recuperación de rutas perdidas, sino el inicio de una etapa inédita en la aviación comercial europea.
Wizz Air, que antes de la invasión rusa era el mayor operador extranjero del país, anticipa un retorno masivo apoyado en la diáspora que quiere volver, en la gigantesca reconstrucción que transformará la geografía económica ucraniana y en un fenómeno incómodo, pero históricamente recurrente: el turismo de catástrofe, esa pulsión colectiva por visitar escenarios que han marcado un capítulo traumático en la historia reciente.
En Xataka
En 2001 un yate se refugió en una isla remota del Atlántico. Días después sus habitantes empanaban pescado con coca
Un fenómeno conocido. Así es, como ocurrió con la caída del Muro de Berlín, las heridas visibles de la guerra atraerán durante un tiempo a millones de personas interesadas en ser testigos del lugar donde todo ocurrió, y las aerolíneas buscan posicionarse antes de esa marea humana.
Para Wizz Air, esto se traduce en desplegar quince aviones en los dos primeros años tras la paz y cincuenta en un horizonte de siete, un salto que dibuja la ambición de reconstruir rápidamente una red que operaba más de 5.000 vuelos anuales antes de febrero de 2022.
La estrategia de Ryanair. En paralelo, Ryanair ha movido piezas con una velocidad que revela hasta qué punto considera Ucrania un territorio clave para su futuro crecimiento. Contaba el Financial Times hace unas horas que sus directivos han visitado los principales aeropuertos del país con un plan ya cerrado para alcanzar los cuatro millones de pasajeros anuales, casi triplicando los 1,5 millones que transportaba antes del cierre del espacio aéreo.
La fortaleza de su modelo (decenas de bases distribuidas por toda Europa y la capacidad de abrir rutas desde prácticamente cualquier punto en cuestión de días) le permitiría volar a ciudades como Kiev, Lviv u Odesa apenas dos semanas después de que se declare seguro hacerlo. Ese músculo logístico marcará la diferencia en una carrera en la que cada aerolínea busca ser la primera en ocupar una infraestructura que, aunque dañada, conserva un potencial estratégico enorme. Ryanair, según el medio, insiste en que llenar aviones no será un problema: el retorno de ciudadanos, la demanda embalsada y el flujo natural de viajeros europeos garantizan una ocupación robusta desde el primer día.
El papel de EasyJet. Por su parte, EasyJet, que nunca operó en Ucrania antes de la guerra, observa el país como la que podría ser la mayor obra civil de Europa en décadas. El atractivo no es solo turístico o demográfico, sino económico: el volumen de inversión que movilizará la reconstrucción promete convertir a Ucrania en un polo de actividad que atraerá empresas, trabajadores y cadenas logísticas enteras.
La aerolínea insiste en que la viabilidad operativa dependerá de la capacidad de restaurar torres de control, pistas y terminales, pero recalca que esos procesos pueden reiniciarse con relativa rapidez una vez cese el riesgo militar. Aun así, a diferencia de Wizz Air y Ryanair, EasyJet no prevé basar aviones en el país a corto plazo, reflejando una aproximación más prudente ante un mercado que sigue condicionado por la incertidumbre geopolítica y por la necesidad de reconstruir infraestructuras esenciales desde cero.
La seguridad y el pasado. Toda esta planificación choca con un obstáculo inevitable y obvio: la seguridad aérea. La Agencia Europea de Seguridad Aérea mantiene el veto a sobrevolar o aterrizar en Ucrania mientras persista el riesgo de ataques, errores de identificación o daños colaterales, una advertencia que retoma el recuerdo del derribo del vuelo MH17 en 2014, un trauma que continúa marcando la política aeronáutica continental.
La advertencia refleja el equilibrio precario entre la urgencia económica por volver a conectar al país con Europa y la necesidad de evitar que la reapertura precipitada convierta a la aviación civil en un blanco fácil o en una víctima accidental de un conflicto aún no totalmente apagado. Actualmente, solo la rusa Smartavia ha registrado vuelos en dos años, un indicio del vacío aéreo en el que vive Ucrania desde el inicio de la invasión.
En Directo al Paladar
Solo se la comen los gallegos, pero es una verdura que le da mil vueltas a las espinacas y acelgas (y está en temporada)
Un futuro atado al fin de la guerra. Qué duda cabe, el renacimiento del tráfico aéreo ucraniano dependerá, en última instancia, de la ansiada firma de la paz y del ritmo al que se reconstruyan sus aeropuertos, pero también de la narrativa que el país consiga proyectar. Ucrania se convertirá en un espacio donde convergen memoria, oportunidad económica, movilidad de retorno y un esfuerzo masivo de reconstrucción que reconfigurará su posición en Europa.
Y en ese escenario, las aerolíneas de bajo coste compiten ya por situarse en la primera línea de un renacimiento, convencidas de que, cuando el país vuelva a abrirse al mundo, no solo recuperará los casi quince millones de pasajeros previos a la guerra, sino que se convertirá en un destino simbólico de una nueva etapa europea.
Paradójicamente, sus fallecidos apuntan a ser los primeros en generar economía.
Imagen | Mikel Ortega, Zohra Bensemra, RawPixel
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La noticia
Mientras Ryanair elimina rutas en España, se frota las manos con un regreso: el de Ucrania con el turismo de catástrofe
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
.
Mientras Ryanair elimina rutas en España, se frota las manos con un regreso: el de Ucrania con el turismo de catástrofe
Las aerolíneas de bajo coste compiten ya por situarse en la primera línea de un renacimiento europeo
En octubre conocimos que Ryanair iba a extremar su enfrentamiento con el gobierno de España con una cifra que iba a aparecer en todos los medios de comunicación: un recorte de 1,2 millones de asientos en la temporada de verano de 2026, con enclaves como Asturias especialmente damnificados. La cifra, sumada a los anteriores recortes, significaba tres millones de plazas menos en apenas doces meses. Ahora, en un giro de los acontecimientos sorprendente, la aerolínea prepara junto al resto de Low Cost un desembarco inesperado: Ucrania.
Volar tras la guerra. Sí, Europa se prepara para un escenario en el que el espacio aéreo ucraniano vuelva a abrirse después de un acuerdo de paz, y las aerolíneas de bajo coste ven en ese momento no solo la recuperación de rutas perdidas, sino el inicio de una etapa inédita en la aviación comercial europea.
Wizz Air, que antes de la invasión rusa era el mayor operador extranjero del país, anticipa un retorno masivo apoyado en la diáspora que quiere volver, en la gigantesca reconstrucción que transformará la geografía económica ucraniana y en un fenómeno incómodo, pero históricamente recurrente: el turismo de catástrofe, esa pulsión colectiva por visitar escenarios que han marcado un capítulo traumático en la historia reciente.
Un fenómeno conocido. Así es, como ocurrió con la caída del Muro de Berlín, las heridas visibles de la guerra atraerán durante un tiempo a millones de personas interesadas en ser testigos del lugar donde todo ocurrió, y las aerolíneas buscan posicionarse antes de esa marea humana.
Para Wizz Air, esto se traduce en desplegar quince aviones en los dos primeros años tras la paz y cincuenta en un horizonte de siete, un salto que dibuja la ambición de reconstruir rápidamente una red que operaba más de 5.000 vuelos anuales antes de febrero de 2022.
La estrategia de Ryanair. En paralelo, Ryanair ha movido piezas con una velocidad que revela hasta qué punto considera Ucrania un territorio clave para su futuro crecimiento. Contaba el Financial Times hace unas horas que sus directivos han visitado los principales aeropuertos del país con un plan ya cerrado para alcanzar los cuatro millones de pasajeros anuales, casi triplicando los 1,5 millones que transportaba antes del cierre del espacio aéreo.
La fortaleza de su modelo (decenas de bases distribuidas por toda Europa y la capacidad de abrir rutas desde prácticamente cualquier punto en cuestión de días) le permitiría volar a ciudades como Kiev, Lviv u Odesa apenas dos semanas después de que se declare seguro hacerlo. Ese músculo logístico marcará la diferencia en una carrera en la que cada aerolínea busca ser la primera en ocupar una infraestructura que, aunque dañada, conserva un potencial estratégico enorme. Ryanair, según el medio, insiste en que llenar aviones no será un problema: el retorno de ciudadanos, la demanda embalsada y el flujo natural de viajeros europeos garantizan una ocupación robusta desde el primer día.
El papel de EasyJet. Por su parte, EasyJet, que nunca operó en Ucrania antes de la guerra, observa el país como la que podría ser la mayor obra civil de Europa en décadas. El atractivo no es solo turístico o demográfico, sino económico: el volumen de inversión que movilizará la reconstrucción promete convertir a Ucrania en un polo de actividad que atraerá empresas, trabajadores y cadenas logísticas enteras.
La aerolínea insiste en que la viabilidad operativa dependerá de la capacidad de restaurar torres de control, pistas y terminales, pero recalca que esos procesos pueden reiniciarse con relativa rapidez una vez cese el riesgo militar. Aun así, a diferencia de Wizz Air y Ryanair, EasyJet no prevé basar aviones en el país a corto plazo, reflejando una aproximación más prudente ante un mercado que sigue condicionado por la incertidumbre geopolítica y por la necesidad de reconstruir infraestructuras esenciales desde cero.
La seguridad y el pasado. Toda esta planificación choca con un obstáculo inevitable y obvio: la seguridad aérea. La Agencia Europea de Seguridad Aérea mantiene el veto a sobrevolar o aterrizar en Ucrania mientras persista el riesgo de ataques, errores de identificación o daños colaterales, una advertencia que retoma el recuerdo del derribo del vuelo MH17 en 2014, un trauma que continúa marcando la política aeronáutica continental.
La advertencia refleja el equilibrio precario entre la urgencia económica por volver a conectar al país con Europa y la necesidad de evitar que la reapertura precipitada convierta a la aviación civil en un blanco fácil o en una víctima accidental de un conflicto aún no totalmente apagado. Actualmente, solo la rusa Smartavia ha registrado vuelos en dos años, un indicio del vacío aéreo en el que vive Ucrania desde el inicio de la invasión.
Un futuro atado al fin de la guerra. Qué duda cabe, el renacimiento del tráfico aéreo ucraniano dependerá, en última instancia, de la ansiada firma de la paz y del ritmo al que se reconstruyan sus aeropuertos, pero también de la narrativa que el país consiga proyectar. Ucrania se convertirá en un espacio donde convergen memoria, oportunidad económica, movilidad de retorno y un esfuerzo masivo de reconstrucción que reconfigurará su posición en Europa.
Y en ese escenario, las aerolíneas de bajo coste compiten ya por situarse en la primera línea de un renacimiento, convencidas de que, cuando el país vuelva a abrirse al mundo, no solo recuperará los casi quince millones de pasajeros previos a la guerra, sino que se convertirá en un destino simbólico de una nueva etapa europea.
Paradójicamente, sus fallecidos apuntan a ser los primeros en generar economía.