En muchos países del mundo no van a poder celebrar con normalidad el nacimiento de Jesús.
Es archiconocida la historia del alto el fuego espontáneo para celebrar la Navidad de 1914 en el frente acordado por soldados alemanes, británicos y franceses recién iniciada la Primera Guerra Mundial. Sin pedir permiso a sus mandos, decidieron compartir comida y tabaco, entonaron cada uno sus villancicos e, incluso, jugaron un partidillo de fútbol. Amistoso, claro. Las cúpulas militares impidieron que se repitiera en los cuatro años posteriores que duró la contienda, pero su gesto de humanidad pasó a la historia como un destello luminoso en una época de oscuridad. Eran otros tiempos y la Fe se vivía de forma muy distinta en Europa.
Hoy el Viejo Continente ha desnaturalizado las celebraciones anuales por la llegada del Mesías en favor del consumismo desenfrenado que últimamente se anticipa varias semanas a la Nochebuena. El canciller alemán Friedrich Merz ha querido recuperar el espíritu de aquella tregua navideña para facilitar la paz en Ucrania, golpeada durante ya casi cuatro años por la cruel ofensiva de Rusia, pero el sátrapa de Moscú, pese a presentarse como impulsor de la recristianización de Rusia, se ha negado a dar un respiro humanitario a una población a la que pretende someter por agotamiento y desesperación, como sí hizo durante la Navidad ortodoxa (del 6 al 7 de enero) de 2023 a petición del patriarca Cirilo de la Iglesia rusa. Putin está dilatando las negociaciones del acuerdo de paz diseñado por Estados Unidos a la medida de los intereses del Kremlin para infligir mayor dolor a los ucranianos. Una estrategia antitética con los valores cristianos.
Tampoco habrá tregua por Navidad en África, donde se calcula que más de 8.000 cristianos han sido asesinados este año a causa de su Fe, la mayoría mientras rezaban en sus parroquias, principalmente en Nigeria, pero también en Congo, Mozambique y Sudán. El papa León XIV se ha destacado desde el primer día de su pontificado, inaugurado con un esperanzador mensaje en defensa de la paz, en la denuncia de las atrocidades cometidas en todo el mundo contra los cristianos por su Fe. Algunos, desde su cómoda poltrona occidental, se afanan por negar que se trate de un genocidio o de una persecución estrictamente religiosa, pero lo cierto es que cientos de miles de cristianos en África no pueden celebrar hoy con normalidad la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Y esa es una herida en el alma de la Iglesia que debería interpelar a los cristianos del resto del mundo.
Sin embargo, gran parte de los creyentes asistimos con indiferencia o con el corazón endurecido al sufrimiento de nuestros hermanos en la Fe que organizaciones como Ayuda a la Iglesia necesitada tratan de paliar con sus siempre escasos medios disponibles. Como esos vecinos de Badalona que impidieron a un grupo de inmigrantes que habían sido desalojados horas antes refugiarse en una parroquia de la ciudad.
Este año se ha producido en Occidente, y en particular en España, un inesperado fenómeno epifánico con la confesión pública de la búsqueda del sentido profundo de la existencia y su descubrimiento en la figura de Jesús por parte de famosos del renombre de Rosalía. Muchos cristianos viejos han querido ver en ello un reverdecer de la Iglesia Católica tras años de abandono por parte de la mayoría social. Pero no puede haber alegría auténtica por Navidad mientras tantos hermanos en la Fe no puedan celebrar sin miedo algo tan extraordinario, y a la vez cotidiano, como que el hijo de Dios se hizo hombre en la humildad radical de un pesebre de Belén, en una zona siempre castigada por los conflictos que provoca el egoísmo humano, para dar esperanza al mundo encarnando la promesa de la Redención.
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