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El Ayuntamiento de Sevilla ha destinado 1.998.780 euros al alumbrado navideño, iluminando 304 calles y espacios públicos. Un despliegue espectacular que cubre avenidas históricas como la Constitución, Sierpes, Tetuán y los puentes de Triana y San Telmo. Y lo han conseguido: ... todo brilla, hasta las ausencias.
Sobre todo la de Rafael Cansinos Assens, sevillano universal, traductor de Dostoievski, Balzac y Goethe, mentor espiritual de Borges y figura imprescindible de la literatura del siglo XX. Su Fundación, que tuvo su sede en el Convento de Santa Clara (de cuya situación ruinosa podemos hablar otro día), fue un faro intelectual que albergaba un archivo literario de valor incalculable. Hoy ya no está en Sevilla. Se marchó hace años en silencio, exiliada no por falta de amor a la ciudad, sino por el abandono institucional. Mientras casi 2 millones de euros se evaporan en luces que durarán apenas unas semanas, ni uno solo fue destinado a conservar el legado de Cansinos.
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Pero no pasa nada, pues en esta Sevilla de 2025, la gente atontada abre la boca ante las luces sin preguntarse qué se apaga para que todo esto brille. Se hacen selfies bajo las palmeras de plástico y creen que eso es Navidad, que eso es cultura, que eso es belleza. Me temo que sólo es aturdimiento programado; conveniente desmemoria subvencionada. Ese contraste duele; al menos a mí me duele: una ciudad que gasta millones en decorarse para la foto, pero que deja escapar su historia más valiosa por falta de voluntad.
En esta Sevilla de 2025, la gente atontada abre la boca ante las luces sin preguntarse qué se apaga para que todo esto brille
La Fundación Cansinos Assens ha perdido su sede, aunque sigue publicando incansable, casi invisible, la obra del escritor. Sevilla ha perdido mucho más: una parte irrecuperable de sí misma. Porque cuando la cultura se convierte en un lujo prescindible, la luz que se enciende en las calles no alcanza para iluminar el vacío que deja la ignorancia.
¿Para qué tanto dorado y tantas bombillas si olvidamos el Siglo de Oro y el de las Luces que tuvieron en Cansinos a su defensor, su amante, su lector, su traductor moderno? En esta ciudad de atrezzo, la estridencia tapa el vacío, disfraza la cobardía, y sirve para que el personal no piense, no lea, no moleste.
Mientras Borges lo veneraba desde Argentina, Sevilla lo dejaba marchar por la puerta de atrás. Y aquí sigue la ciudad: brillando por fuera y vacía por dentro.
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