No importa si la historia la hemos visto ya decenas de veces adaptada al cine: los juicios de Núremberg, en los que varios gerifaltes del bando derrotado tuvieron que afrontar sus crímenes de lesa humanidad, siempre tendrá buena acogida en salas. Es el caso de Núremberg, protagonizada por Russell Crowe, y que lleva en la gran pantalla de España desde finales de noviembre.

Núremberg está dirigida y escrita por James Vanderbilt, que debutó como director con La verdad tras una exitosa carrera en el guion y no había vuelto a ponerse tras la cámara desde entonces. Sin embargo, y como ocurría en Vencedores o vencidos (referencia insoslayable en esta temática), Núremberg se basa en un caso totalmente real, narrado en una obra de Jack El-Hai, sobre el enfrentamiento entre un psiquiatra y Hermann Göring, brazo derecho de Hitler.

¿Quién fue Hermann Göring?

Cuando los Göring vieron que la pensión del padre de familia, cónsul alemán, no era suficiente, tuvieron que buscar ayuda en otra parte. Se la ofreció un acaudalado médico, que incluso les buscó y pagó la primera casa; y luego, un castillo próximo a Núremberg. Aquel médico era el padrino del pequeño Hermann, a la postre sería amante de su madre y, sobre todo, era judío.

Hermann Göring se alistaría pronto en el ejército y vio la Primera Guerra Mundial desde el aire: combatió a lomos de una avioneta y sus servicios fueron recompensados con una Cruz del Hierro. No sería el único reconocimiento que recibiría, aunque algunos han sido puestos en duda: al parecer, Göring se atribuía victorias en el campo de batalla que o bien no le correspondían, o bien no habían tenido lugar, y luego se servía de sus contactos para que las certificasen.

En cualquier lugar, Göring acabó siendo contemplado como el sucesor del legendario Barón Rojo y, cuando acabó la guerra (él nunca reconoció la derrota militar, sino una traición a gran escala, patrocinada por judíos y marxistas, llamada “teoría de la puñalada trapera”), se dedicó a dar espectáculos aéreos y a llevar viajeros, previo cuantioso pago, adonde quisieran. Para algo era una eminencia.

En 1922, escuchó el discurso de un hombre llamado Adolf Hitler y decidió que aquello encajaba con él. Se afilió al NSDAP y Hitler lo puso al frente de las SA, más conocidos como los camisas pardas, milicias nazis que ejercían como perros de presa del nacionalsocialismo. Hitler celebraría a Göring como el único jefe de las SA que había hecho correctamente su trabajo.

Sería el inicio de una trayectoria bien distinta: salido de la Primera Guerra Mundial, Göring encaminó al mundo a una segunda cogido del brazo de Hitler, de quien sería su hombre de confianza y, oficialmente, ministro del Estado Libre [sic] de Prusia. Hasta 1945, cuando Göring perdió su segunda guerra.

En los juicios de Núremberg, Göring fue uno de los procesados de mayor renombre. Era, de hecho, el segundo miembro del partido nazi de mayor rango, tras el presidente del Reich Dönitz. Göring se declaró no culpable de todo lo que se le imputó (incluida su participación activa en el Holocausto) y el juicio se dilató durante casi un año. Por algún motivo, que Göring fuese culpable no estaba del todo claro.

Göring no reaccionó al fallo del juez (pena de muerte) con lágrimas. O, si las vertió, fueron de risa: le hacía gracia verse juzgado junto a lo que él consideraba donnadies del régimen. ¿Cómo iba a ser tan culpable como él un tipo al que él, amiguísimo de Hitler, nunca había visto? En lugar de dirigirse al jurado, Göring acogió el fallo riéndose y humillando a los otros acusados.

Ya tenía un plan: si no aprobaban su petición de ser fusilado como a un militar, en lugar de ahorcado como civil, se suicidaría. Como lo primero no ocurrió, una pastilla de cianuro, no se sabe aún cómo, llegó a sus manos la noche antes de que Göring subiese a la horca y, cuando vinieron a despertarlo, vieron que allí ya no había nadie a quien despertar.