Saturday, 06 de December de 2025
Cultura

Raja y bonche

Raja y bonche
Artículo Completo 625 palabras
¿Qué tiene que figurarse uno frente al espejo para preferir otra cara ? Le sucedía a 17 mexicanos de cada mil cuando el país se polarizó, a principios de sigloA principios del siglo XXI, el 1,7 por ciento de los mexicanos quería cambiar de cara. Encontré la cifra, diagnosticada por Consulta Mitofsky —una encuestadora atendida y respetable—, en un recorte de periódico cuidadosamente pegado en una hoja de papel dentro de la carpeta de materiales para una novela que nunca terminé. Una nota escrita en mi letra de hace más de 18 años la señala como importante. Dice «ojo» entre signos de admiración.Y todavía me lo parece, aunque ya no sé para qué. El 1,7 por ciento de los ciudadanos de la por entonces aseada democracia mexicana estaban dispuestos a someterse a una cirugía plástica . El número, que de entrada parece propio de un país contento consigo mismo, se volvía incómodo tras el desglose de datos: un 30 por ciento de esas personas se quería operar la nariz; otro tanto la panza y un 13 el busto. Todo habría sido más o menos normal de no haber existido el registro de un 10 por ciento que se declaró listo para cambiar de cara.En un partido de la selección nacional en el Estadio Azteca, habría habido casi mil setecientas personas listas para usar una nariz, unas orejas... distintas¿Qué tiene que figurarse uno frente al espejo para preferir otra cara? Le sucedía a 17 mexicanos de cada mil en el momento en que el país se polarizó. Si proyectamos la cifra a los 100 millones que había por entonces, el número resultante arrojaba como conclusión que más que una presidenta, en el futuro íbamos a necesitar un terapeuta. En un partido de la selección nacional en el Estadio Azteca , habría habido casi mil setecientas personas listas para usar una nariz, unas orejas, una boca y unos ojos distintos. Las personas que estaban listas para que les quitaran una cara y les pusieran otra, eran más que la mitad de los uruguayos. Y todo con el agregado de que el trasplante facial es una cirugía imaginaria.En el juego de las canicas , que regía como una astrología secreta el patio de mi escuela primaria, existía una regla que era pura pulsión poética: «Raja pela bonche». Significaba que si uno se acobardaba —se rajaba— en el momento en que ya había decidido jugarse un grupo de canicas, le tenía que entregar todas las que llevaba ese día a la escuela —el bonche— a su retador.Rajar tenía algo de destino helénico: dejarse traicionar por un ubris de urraca implicaba pasar el resto del día y la semana viendo pasar de mano en mano el bonche de canicas que uno había curado amorosamente para ponerlas a batallar en el patio. Me parece que desear el cambio de cara era habérselo jugado todo y rajado para siempre: aceptar que ya peló el bonche que uno traía de nacimiento. El problema, claramente, no era de vanidad. Era un cataclismo moral que nos condujo a donde estamos: un mundo de kamikazes.

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¿Qué tiene que figurarse uno frente al espejo para preferir otra cara? Le sucedía a 17 mexicanos de cada mil cuando el país se polarizó, a principios de siglo

A principios del siglo XXI, el 1,7 por ciento de los mexicanos quería ... cambiar de cara. Encontré la cifra, diagnosticada por Consulta Mitofsky —una encuestadora atendida y respetable—, en un recorte de periódico cuidadosamente pegado en una hoja de papel dentro de la carpeta de materiales para una novela que nunca terminé. Una nota escrita en mi letra de hace más de 18 años la señala como importante. Dice «ojo» entre signos de admiración.

Y todavía me lo parece, aunque ya no sé para qué. El 1,7 por ciento de los ciudadanos de la por entonces aseada democracia mexicana estaban dispuestos a someterse a una cirugía plástica.

El número, que de entrada parece propio de un país contento consigo mismo, se volvía incómodo tras el desglose de datos: un 30 por ciento de esas personas se quería operar la nariz; otro tanto la panza y un 13 el busto. Todo habría sido más o menos normal de no haber existido el registro de un 10 por ciento que se declaró listo para cambiar de cara.

En un partido de la selección nacional en el Estadio Azteca, habría habido casi mil setecientas personas listas para usar una nariz, unas orejas... distintas

¿Qué tiene que figurarse uno frente al espejo para preferir otra cara? Le sucedía a 17 mexicanos de cada mil en el momento en que el país se polarizó. Si proyectamos la cifra a los 100 millones que había por entonces, el número resultante arrojaba como conclusión que más que una presidenta, en el futuro íbamos a necesitar un terapeuta.

En un partido de la selección nacional en el Estadio Azteca, habría habido casi mil setecientas personas listas para usar una nariz, unas orejas, una boca y unos ojos distintos. Las personas que estaban listas para que les quitaran una cara y les pusieran otra, eran más que la mitad de los uruguayos. Y todo con el agregado de que el trasplante facial es una cirugía imaginaria.

En el juego de las canicas, que regía como una astrología secreta el patio de mi escuela primaria, existía una regla que era pura pulsión poética: «Raja pela bonche». Significaba que si uno se acobardaba —se rajaba— en el momento en que ya había decidido jugarse un grupo de canicas, le tenía que entregar todas las que llevaba ese día a la escuela —el bonche— a su retador.

Rajar tenía algo de destino helénico: dejarse traicionar por un ubris de urraca implicaba pasar el resto del día y la semana viendo pasar de mano en mano el bonche de canicas que uno había curado amorosamente para ponerlas a batallar en el patio. Me parece que desear el cambio de cara era habérselo jugado todo y rajado para siempre: aceptar que ya peló el bonche que uno traía de nacimiento. El problema, claramente, no era de vanidad. Era un cataclismo moral que nos condujo a donde estamos: un mundo de kamikazes.

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Fuente original: Leer en ABC - Cultura
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