Los cinéfilos siempre buscan películas que merezcan la pena entre las novedades que llegan casi sin hacer ruido a las plataformas. Los que acostumbren a revisar el catálogo de Amazon Prime Video tienen una recomendación: La educación de Polly McClusky, el título bajo el que se exhibe She Rides Shotgun, thriller dramático con Taron Egerton.
El filme, adaptación de una novela de Jordan Harper y dirigido por Nick Rowland, responsable de Mantén la calma, muestra a un hombre recién salido de la cárcel que, al intentar desvincularse de la banda de ideología nazi que le brindó protección, provoca que vayan a por su exmujer y su hija, situación ante la que huye con la niña para ponerla a salvo.
Egerton (Kingsman, Rocketman) comparte protagonismo con Ana Sophia Heger, joven actriz vista en la serie La vida en piezas. El reparto se completa con Rob Yang (Succession), Odessa A’zion (el remake de Hellraiser), David Lyons y John Carroll Lynch (Fargo, Shutter Island).
Crítica de 'She Rides Shotgun' / 'La educación de Polly McClusky'
Que su título español no despiste: La educación de Polly McClusky no es una película anodina, sino una de las que ennoblecen los estrenos en plataformas. La denominación elegida para su ubicación en Prime Video se justifica por el intento de hacer referencia a lo que la niña experimenta, si bien el original (She Rides Shotgun), por complicado que sea de 'vender' en España, posee dimensión. Sólida como la actuación de Taron Egerton y la destacada carta de presentación (en términos de relieve) de Ana Sophia Heger, ofrece reseñables momentos dramáticos y de tensión a partir de la historia de un hombre que quiere salvar a su hija y que para ello, a su pesar, tiene que arrastrarla por su mundo. Un arrastre que comienza por las decisiones que toma y que sirven de contexto de la narración.
La adaptación de la novela de Jordan Harper se construye sobre el contraste entre el vínculo paternofilial (el existente por naturaleza a pesar de que los personajes no lo hubieran desarrollado, y el que se va estableciendo) y la violencia, aquí ostentada por una banda racista y dedicada al negocio de la droga.
Un camino de huida muy bien llevado por el director Nick Rowland, cuyo tratamiento favorece que la mirada se pose en los detalles relativos al comportamiento de los protagonistas, diferenciados entre las reacciones y actitudes condicionadas por las circunstancias y las que constituyen pequeños pasajes de conexión emocional y de relajo en medio del peligro y los problemas.
Estos matices definen la dinámica desde el notable inicio, envuelto en la larga espera de Polly cuando nadie va a buscarla a la salida de clase, sola en el césped en las inmediaciones del colegio, ya cerrado, hasta que irrumpe con brusquedad, en un coche robado, el padre al que nunca ve. Subida al vehículo, la menor detecta que ha ocurrido algo malo. Él lo niega, pero poco después, en la habitación de motel, descubre la dolorosa y horrible verdad al cambiar de canal de televisión y poner las noticias mientras su progenitor duerme en la cama de al lado.
El significado fluye también en la capilla para camioneros, cuando la niña ayuda a su padre a vendarse la herida de bala en la pierna, y se amplía en la situación de la pistola, tanto por lo que sucede cuando un esbirro les encuentra como por lo que el adulto, que no quiere que se corrompa lo bueno, le pide por favor después.
Siguiendo con las resonancias, Rowland plasma uno de los mejores cierres del año cinematográfico. Un final que activa de nuevo la cuestión del contraste (desde otros parámetros) y que, detenido en la expresión de la niña, lanza la pregunta de cómo le afectará lo vivido. Esta resolución enlaza a su vez con el tono triste (alusivo a lo duro) canalizado a lo largo del proceso.
Más allá de Egerton y Heger, la buena mano del director con los intérpretes se manifiesta asimismo en las estupendas aportaciones secundarias de Rob Yang, el policía de mirada triste que quiere ayudar y que al mismo necesita un caballo de Troya (sobresalen la escena de la propuesta, revestida del factor de la única salida, y la de la visita sorpresiva de su compañero), y de un temible e imponente John Carroll Lynch, el dios (o, mejor, el demonio) que controla todo.
El filme, adaptación de una novela de Jordan Harper y dirigido por Nick Rowland, responsable de Mantén la calma, muestra a un hombre recién salido de la cárcel que, al intentar desvincularse de la banda de ideología nazi que le brindó protección, provoca que vayan a por su exmujer y su hija, situación ante la que huye con la niña para ponerla a salvo.
Egerton (Kingsman, Rocketman) comparte protagonismo con Ana Sophia Heger, joven actriz vista en la serie La vida en piezas. El reparto se completa con Rob Yang (Succession), Odessa A’zion (el remake de Hellraiser), David Lyons y John Carroll Lynch (Fargo, Shutter Island).
Crítica de 'She Rides Shotgun' / 'La educación de Polly McClusky'
Que su título español no despiste: La educación de Polly McClusky no es una película anodina, sino una de las que ennoblecen los estrenos en plataformas. La denominación elegida para su ubicación en Prime Video se justifica por el intento de hacer referencia a lo que la niña experimenta, si bien el original (She Rides Shotgun), por complicado que sea de 'vender' en España, posee dimensión. Sólida como la actuación de Taron Egerton y la destacada carta de presentación (en términos de relieve) de Ana Sophia Heger, ofrece reseñables momentos dramáticos y de tensión a partir de la historia de un hombre que quiere salvar a su hija y que para ello, a su pesar, tiene que arrastrarla por su mundo. Un arrastre que comienza por las decisiones que toma y que sirven de contexto de la narración.
La adaptación de la novela de Jordan Harper se construye sobre el contraste entre el vínculo paternofilial (el existente por naturaleza a pesar de que los personajes no lo hubieran desarrollado, y el que se va estableciendo) y la violencia, aquí ostentada por una banda racista y dedicada al negocio de la droga.
Un camino de huida muy bien llevado por el director Nick Rowland, cuyo tratamiento favorece que la mirada se pose en los detalles relativos al comportamiento de los protagonistas, diferenciados entre las reacciones y actitudes condicionadas por las circunstancias y las que constituyen pequeños pasajes de conexión emocional y de relajo en medio del peligro y los problemas.
Estos matices definen la dinámica desde el notable inicio, envuelto en la larga espera de Polly cuando nadie va a buscarla a la salida de clase, sola en el césped en las inmediaciones del colegio, ya cerrado, hasta que irrumpe con brusquedad, en un coche robado, el padre al que nunca ve. Subida al vehículo, la menor detecta que ha ocurrido algo malo. Él lo niega, pero poco después, en la habitación de motel, descubre la dolorosa y horrible verdad al cambiar de canal de televisión y poner las noticias mientras su progenitor duerme en la cama de al lado.
El significado fluye también en la capilla para camioneros, cuando la niña ayuda a su padre a vendarse la herida de bala en la pierna, y se amplía en la situación de la pistola, tanto por lo que sucede cuando un esbirro les encuentra como por lo que el adulto, que no quiere que se corrompa lo bueno, le pide por favor después.
Siguiendo con las resonancias, Rowland plasma uno de los mejores cierres del año cinematográfico. Un final que activa de nuevo la cuestión del contraste (desde otros parámetros) y que, detenido en la expresión de la niña, lanza la pregunta de cómo le afectará lo vivido. Esta resolución enlaza a su vez con el tono triste (alusivo a lo duro) canalizado a lo largo del proceso.
Más allá de Egerton y Heger, la buena mano del director con los intérpretes se manifiesta asimismo en las estupendas aportaciones secundarias de Rob Yang, el policía de mirada triste que quiere ayudar y que al mismo necesita un caballo de Troya (sobresalen la escena de la propuesta, revestida del factor de la única salida, y la de la visita sorpresiva de su compañero), y de un temible e imponente John Carroll Lynch, el dios (o, mejor, el demonio) que controla todo.