Thursday, 11 de December de 2025
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Crónica desde Oslo de un Nobel épico: María Corina es hoy el centro del mundo

Crónica desde Oslo de un Nobel épico: María Corina es hoy el centro del mundo
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Este Nobel no libera a Venezuela, pero muestra que esa libertad es inminente e irrevocable, pues es una estaca clavada en el corazón de la mentira.

María Corina Machado en Oslo

Columnas ALIKINDOI Crónica desde Oslo de un Nobel épico: María Corina es hoy el centro del mundo

Este Nobel no libera a Venezuela, pero muestra que esa libertad es inminente e irrevocable, pues es una estaca clavada en el corazón de la mentira.

Publicada 11 diciembre 2025 17:52h

Las bromelias crecen sobre los árboles, hacia donde encuentran luz. Se aferran, se estiran, resisten.

Durante este milagro de invierno que ha ocurrido en Oslo, hemos visto florecer bromelias tropicales. Porque, por primera vez en su historia, no había flores cortadas en el sobrio salón del Ayuntamiento donde se iba a entregar el Nobel de la Paz a María Corina Machado.

Había una explosión de bromelias vivas, que, como la democracia, no se cortan: se cultivan.

La ciudad noruega, convertida desde el lunes en capital de Venezuela, contenía el aliento. Venezolanos a miles en los tranvías, los cafés, los parques, envueltos en la bandera como si de una piel recuperada se tratara, parecían electrificados, en vilo, conectados a las redes y a sus familiares y amigos.

¿La dejaron salir? ¿La apresaron? ¿Está ya aquí, escondida? ¿La están usando? ¿La veremos?

¿Llegará?

La ganadora del Premio Nobel de la Paz, María Corina Machado, saluda desde un balcón del Grand Hotel. Reuters

La rueda de prensa de la víspera de la ceremonia se había retrasado, para luego cancelarse definitivamente. El Comité del Nobel admitía no saber ni cuándo ni cómo llegaría. Las preguntas brotaban como agujas. Los medios internacionales corrían detrás de cada versión.

El régimen, fiel a su ruindad en descomposición, llevaba semanas alimentando rumores. Filtraciones maliciosas, vídeos falsos, burlas sistemáticas. Como si les sirviera aún para algo.

Mientras, la diáspora desplegada en Oslo permanecía atenta, concentrada. No sólo como voz de un exilio doliente, sino como encarnación presente de los presos políticos, de los torturados, de los humillados.

De los que murieron a balazos, de hambre o de pena.

Conscientes de su papel catalizador para la reconstitución de un país.

Atravesando una montaña rusa de inquietud, sujetando la mano de quienes los acompañábamos con intimidad recuperada.

María Corina Machado logra salir de Venezuela para recibir el Nobel de la Paz, pero no acude a la ceremonia en Oslo

No, María Corina no llegaría a tiempo de recoger el Nobel, pero estaba de camino, Dios sabe en qué circunstancias. Incluso sus más cercanos no sabían decirnos cuáles. Lo haría en su nombre su hija Ana Corina.

La ceremonia de entrega del Nobel de la Paz a María Corina Machado se convirtió en un acontecimiento moral de alcance universal. Pero, además, en una autoenmienda a la totalidad del país del diálogo, y en una asunción de la causa de Venezuela como imperativo global.

Creía que Jørgen Watne Frydnes, presidente del Comité del Nobel, era un noruego impecable más. Un funcionario correcto, un nórdico en su nórdica comodidad. Pero me equivoqué de plano, porque en su discurso no hubo sino una deslumbrante claridad moral.

Dijo que no existe democracia sin libertad. Dijo que el diálogo no puede ser una trampa diseñada para que gane tiempo la dictadura, que no se puede dialogar con quien hace del diálogo un arma de opresión.

Dijo que el régimen chavista ha destruido los cimientos éticos del Estado venezolano. E interpeló a Maduro de frente, instándole a abandonar ya.

Resultó que asistíamos, atónitos, a un verdadero punto de inflexión. Era el día en que la dialogante y neutral Noruega renunciaba a encarnar el diálogo perverso, y asumía que la neutralidad también puede ser una forma de injusticia.

El día en que denunciaba a cómplices y tarifados y sacudía de las solapas a los tibios.

Escucha, España. Despierta, Europa.

Súmate, Latinoamérica.

"Hoy se recordará en la historia de Venezuela": miles de huidos se abrazan en Oslo tras años de exilio por el Nobel de Machado

A través de pantallas gigantes, los venezolanos que abarrotaban la plaza del Ayuntamiento seguían el discurso bajo el cielo plomizo y frío de Oslo.

Cuando Jørgen habló de la lucha por la libertad como un deber del mundo, no sólo del pueblo oprimido, hubo un silencio extraño, casi sagrado. Y luego un estallido que atravesó las paredes del sobrio salón rebosante de bromelias.

Gritos. Llantos. Abrazos.

La sensación colectiva de que estábamos oyendo por primera vez en décadas lo que siempre debió decirse.

Luego llegaron las palabras de María Corina encarnadas en su hija. Luminosa, conmovedora, nos recordó que siempre cumplía sus promesas y que en horas llegaría a Oslo.

Describió el viaje épico de un pueblo que iba a recuperar la libertad, la prosperidad y su futuro, porque ya no tenía miedo: tenía un plan, hecho de coraje cívico.

En la tarde, que era noche desde bien temprano, una marcha de antorchas atravesó la ciudad. La concentración más multitudinaria que jamás haya vivido Oslo confluyó frente al Grand Hotel. Con el latido de la espera, equipo, prensa y cercanos nos apretujábamos en el lobby, mirando el reloj y la puerta.

Sabíamos que había aterrizado, que vendría al hotel, que saldría a saludar desde el balcón de madrugada. Idania, Héctor, Mitzy, Tamara, Antonio, Carla, Isabel, Nixon, Gabriela, Ricardo, Charo, María Claudia, Flor...

Tantos, tantos valientes.

Pero, a medianoche, el presidente del Comité del Nobel, ese nuevo venezolano llamado Jørgen, nos pidió con delicadeza que nos fuéramos. Aunque María Corina había llegado sana y salva, iría directa a ver a su familia y no mantendría ningún encuentro hasta el día siguiente.

Era razonable, pero no podíamos evitar la decepción. Especialmente quienes, como yo, dejaríamos Oslo en apenas unas horas. Fuimos saliendo a la calle con el corazón a bajo cero. Incapaces de separarnos aún.

María Corina Machado llegó a Oslo con ayuda de aliados del chavismo y a través de una base de Estados Unidos

Entonces María Corina llegó.

Cómo describir el reencuentro con sus hijos, con sus hermanas, con esa dama bellísima y transparente que es su madre, después de más de un año sin verlos.

María Corina, la mayor de cuatro hermanas, que se hizo ingeniera porque se propuso demostrarle a su padre que no le hacían falta varones. Aún no sabía que tenía que serlo para poder cumplir su destino: reconstruir un país arrasado por dentro y por fuera, volver a unir a millones e iluminar el mundo.

Cómo contar el reencuentro con ese equipo espléndido, indomable, que la rodea y la multiplica desde donde haga falta, como un circuito infalible. Magalli, Pedro, Claudia, Tomás. Todos.

No parecéis de este mundo.

"No os vayáis", nos avisaron ellos al poco. "Va a salir".

María Corina Machado saluda al primer ministro noruego Jonas Gahr Støre. Reuters

Y a las 2:15 h. de la madrugada, María Corina Machado se asomó al balcón del Grand Hotel de Oslo, que por unos momentos fue una especie de atalaya mágica, fuera del tiempo y el espacio.

Pero quien pensara que ella se iba a conformar con eso, es que no la conoce. "Ya voy a bajar, ya voy a bajar". Y vaya si bajó.

Jamás he visto nada igual. Ahí estaba, la arrecha divina, como un junco indoblegable. Galvanizada. Como un Faraday andante.

De pronto, por fin, tenía frente a mí a María Corina, mi amiga admirada de tantos años de batalla común. Mirándonos a los ojos y estrechándonos las manos. Apretándonos unos segundos con los ojos cerrados y unas palabras certeras que son un compromiso de por vida.

Sí, nos abrazó uno por uno, reconociéndonos, queriéndonos a voces, incendiando esa plaza nórdica helada en la que éramos un puñado que representaba a millones.

En su discurso de aceptación del Nobel a través de la voz de su hija, María Corina le dijo al mundo que el amor había vencido al miedo. En la madrugada del 10 al 11 de diciembre, nos regaló su abrazo, que no es sino la mejor muestra de un amor inconmensurable al que nada ni nadie puede vencer.

Este Nobel no libera a Venezuela, pero muestra que esa libertad es inminente e irrevocable, pues es una estaca clavada en el corazón de la mentira. La libertad no ha llegado, pero la soledad se terminó. Es una señal que ya no puede deshacerse, porque reconoce la verdad.

Y la verdad, como las bromelias, sólo puede crecer hacia la luz.

Brava, María Corina. Ánimo, Venezuela.

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