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José Antonio Márquez, 'El Sheriff', en las cocinas de Siete Mares Migue Fernández El Sheriff: el alma de Siete Mares, el restaurante que nació donde rompían las olasUna historia de supervivencia, oficio heredado y cocina aprendida sin escuela, solo con hambre y mar
Domingo, 21 de diciembre 2025, 23:29
... hereda. Su padre fue el Sheriff original y hoy él luce ese nombre con orgullo, tanto que lo lleva tatuado en el cuello. En su historia no hay escuela de hostelería ni formación reglada. Comienza mucho antes de existir el paseo marítimo: en una casita pegada al mar, tan humilde que antes fue un cuarto de aperos y donde, en los temporales fuertes, el agua entraba hasta dentro. Allí se casaron sus padres. Retiraron redes y utensilios de pesca para crear un hogar para seis hijos, sin agua corriente, sin medios, pero con amor y alegría.-Su padre se embarcaba durante dos o tres meses seguidos.
-«Mi padre era un hombre de la mar», cuenta el Sheriff con orgullo.
Cuando regresaba, nunca se sabía si habría dinero suficiente. Todo dependía de la pesca, del tiempo y de la suerte. En casa se comía lo que traía el barco, y en aquella cocina familiar se aprendió pronto una lección que hoy vuelve a estar de moda: aprovecharlo todo. Comida de cuchara: patatas con boquerones, fideos con pescado, guisos de patatas con jureles. No había elección, había necesidad. Su madre cocinaba con los medios que tenía para alimentar con guisos ricos a su familia. Y, como él mismo recuerda, «había mucha felicidad en esas comidas familiares». Jugaba con las cañas, saltaba y se bañaba en lo que entonces era su casa y hoy es su restaurante. Siempre en El Palo.
Ampliar Migue FernándezLos platos escondidos en El Tintero
El primer contacto del Sheriff con la hostelería llegó siendo apenas un niño, en los antiguos merenderos de la playa. Estructuras temporales que se montaban sobre la arena en verano y se retiraban después, siempre a merced del mar, con las mesas casi tocando la orilla. Uno de sus primeros trabajos fue en El Tintero, recogiendo los platos que los clientes enterraban en la arena para no pagar el total de la cuenta, ya que esta dependía del número de platos sobre la mesa. Al amanecer, cuando bajaba la marea, él recogía todos los que encontraba. Parece una leyenda, pero él lo vivió.
Después pasó a la cocina: primero a fregar platos, luego como ayudante y, poco a poco, al fuego y a las brasas. Aprendió a espetar mirando, observando atentamente. Entonces no se hablaba de espeteros, sino de amoragadores: los que asaban las sardinas clavadas en cañas, sobre leña y en barcas de pesca antiguas. El Sheriff siempre ha aprendido así: mirando con atención y sin prisa. Después limpió pescado y observó cómo se freía, cómo se respetaba el producto. No solo se formó en la cocina. También trabajó en la construcción, aprendiendo del mismo modo. Buscándose la vida para no pasar hambre, porque en casa eran muchos y las necesidades apretaban. Esa capacidad de adaptarse y aprender cualquier oficio se convirtió en su mayor fortaleza. Siempre pensando en las necesidades de su familia, en crear empleo para ellos y para la gente del barrio.
Del Bar Sheriff al restaurante Siete Mares
En 1999 abrió el Bar Sheriff, prácticamente en el mismo lugar donde nació. Empezó como cafetería, pero el mar acabó marcando el camino. El pescado frito, las cigalas, los arroces y las fideuás se hicieron protagonistas. Con el tiempo, el proyecto evolucionó hasta convertirse en Siete Mares: misma ubicación, misma esencia. Han crecido y justo al lado han creado Makian, un concepto más moderno y diferente, pero que complementa a la familia.
Ampliar Migue FernándezSiempre frente al mar, como quien aún espera el barco de su padre.
Así aprendió a llevar un restaurante: probando, preguntando y cocinando. Le encanta que alguien entre en su cocina a probar su atún en manteca. Lo mismo espeta en una barca que prepara un arroz o hace rabo de toro para la familia y los amigos. Durante años también cocinó a domicilio, llevando arroces, fideuás y espetos a casas, fincas y celebraciones privadas, como un chef privado moderno, pero con la esencia del Sheriff.
Tiene un alma sencilla y generosa. Le gusta enseñar su cocina, mostrar lo limpia que está, compartir el orgullo de un negocio familiar. Cuando lo ves sentado en el muro de su casa, mirando a sus restaurantes y a sus hijos, te das cuenta de que todo lo aprendido lo ha hecho por ellos: por su mujer, Soraya, y sus tres hijos, Josemi, Soraya e Iván, hoy al frente de los negocios. Orgulloso y feliz, observa a sus nietos corretear por la terraza, protestando porque hay algún plato que no ha salido como él quería. Esa es su mayor recompensa.
El Sheriff no estudió cocina. La aprendió porque tenía que comer. Porque había que sobrevivir. Porque el mar enseñó antes que cualquier escuela. Quizá por eso su cocina sigue sabiendo a familia. A ese Mediterráneo que nunca le regaló nada, pero le enseñó todo lo que sabe.
Cada mañana se levanta a las seis; me confiesa que lo primero que hace es mirar el mar desde su balcón, disfrutar de la vista y, si el tiempo lo permite, darse un baño antes de empezar la jornada. Dice que eso le da la vida. Y se nota.
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