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La Tribuna La reforma pendienteLa formación docente necesita una revisión en profundidad
Javier Becerra Seco
Exdirector de Cultura y Educación en la Diputación
Martes, 23 de diciembre 2025, 01:00
... una tarea tan compleja como educar en un tiempo de cambios culturales, de valores y de convivencia, con tecnologías en constante evolución y un debate abierto sobre sus usos y límites en los centros educativos.No es difícil percibir el desgaste de muchos docentes. Trabajar con niños y adolescentes cuyos estados emocionales son tan importantes como los contenidos es un reto constante. Nadie te enseña qué hacer cuando el problema no está relacionado con la materia, sino con lo que siente el alumno que tienes delante. A esto se añade el deterioro de la figura del profesorado. Hoy se cuestiona su criterio con demasiada facilidad, se percibe cierta desconfianza y su autoridad se ha ido debilitando. Quizá hemos cargado sobre la figura del docente, y sobre los propios centros educativos, más de lo que pueden asumir. La escuela no puede hacerlo todo sola. La familia tiene un papel fundamental en la educación de los hijos, y su presencia es insustituible. La educación empieza en casa, en lo que se transmite cada día, y cuando esa base no funciona bien, la carga vuelve a caer sobre el docente, que ya bastante tiene con atender la diversidad emocional y académica del alumnado. En el fondo, educar es una tarea compartida, y cuando alguno de ellos falla, el profesor lo nota de inmediato en el aula.
Hoy la escuela de siempre convive con una sociedad en permanente transformación. Esta nueva realidad pide respuestas claras, que pasan por una mejor preparación docente, anunciadas desde hace tiempo pero que no terminan de llegar. La LOMLOE prometía revisar la formación inicial y permanente del profesorado, y también el acceso a la carrera docente. Han pasado cuatro años y seguimos igual.
Cuesta entender que, a día de hoy, la administración siga sin cumplir con esos anuncios y que haya sido la Conferencia de Decanas y Decanos de Educación (CoDE) quien presente un documento reclamando una reforma profunda del Grado de Magisterio, un título que lleva más de veinte años sin actualizarse. Entre sus propuestas está ampliar el grado a cinco años, poner una prueba de acceso que mida motivación real, reforzar las prácticas y dar a la formación emocional y digital la relevancia que hoy necesitan. También piden conectar mejor la universidad con lo que ocurre en los centros. Algo parecido ocurre con el máster que habilita para la docencia en Secundaria, que desde su implantación apenas ha experimentado cambios de fondo.
Llevamos demasiados años cambiando leyes educativas sin tocar el papel del maestro y del profesor, su formación y su reconocimiento. Sin docentes bien formados, valorados y respaldados, es muy difícil educar en las condiciones actuales. Es así de simple.
La educación no es solo un temario; es un trabajo humano, emocional y agotador. Y a veces lo olvidamos. Un ejemplo claro es el acoso escolar. No es un problema nuevo, pero hoy preocupa más que nunca porque las redes sociales lo agravan. El alumno no desconecta al salir del centro, y las familias lo viven con una angustia que muchas veces no saben cómo afrontar. Es un asunto complejo y nadie puede afrontarlo solo, ni la escuela ni la familia. Deja secuelas muy serias y no basta con tener protocolos que a veces ni se activan o llegan tarde. Da la impresión de que aún no terminamos de entender la dimensión real de este tema. No es un asunto sencillo, lo sabemos, y no tiene una única respuesta. Pero el planteamiento de los decanos, para que la educación emocional y digital adquieran un mayor peso en la carrera docente, puede contribuir a mejorar la situación, aunque por sí sola no sea suficiente.
Todo esto lleva también a una pregunta de fondo: qué tipo de educación queremos como sociedad y qué lugar estamos dispuestos a darle. Si de verdad la consideramos una tarea central, que requiere formación y reconocimiento, o si la tratamos como una profesión a la que se le exige mucho, pero a la que no siempre se acompaña como merece.
En cualquier caso, sigo creyendo en la dignidad de la profesión docente y en lo que representa para el avance de una sociedad. Pero esa dignidad, que existe y que los docentes sostienen cada día con su trabajo, debería tener una mayor consideración social e institucional, acorde con la responsabilidad que asume.
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