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«Los migrantes somos parte de la economía de Málaga, pero sin reconocimiento»

«Los migrantes somos parte de la economía de Málaga, pero sin reconocimiento»
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Ebrima Keita, joven migrante en Málaga, denuncia la existencia de una «economía que mata» tras la exhortación del papa León XIV

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Ebrima es natural de Gambia y lleva año y medio viviendo en Málaga. SUR «Los migrantes somos parte de la economía de Málaga, pero sin reconocimiento»

Ebrima Keita, joven migrante en Málaga, denuncia la existencia de una «economía que mata» tras la exhortación del papa León XIV

ANA MEDINA

Málaga.

Domingo, 21 de diciembre 2025, 01:00

... Merced Migraciones, en Málaga.

Su historia incluye, desde que llegó a España, el paso por Casa Betania, donde residió cinco meses, y por Casa San Juan, donde lleva ya cuatro. Afirma que «todos los jóvenes tenemos sueños: trabajar, estudiar, formar una familia, contribuir a la sociedad». A pesar de su cualificación, de hablar bien el idioma y de ser un joven responsable, en la actualidad sigue buscando mejorar su futuro laboral, que le lleva ahora a trabajar en un rastro. «Los jóvenes migrantes no venimos a quitar nada. Venimos a sumar, a aprender, a trabajar, a construir un futuro. Solo necesitamos que se respeten nuestros derechos y que se nos mire con empatía. Migrar no nos quita nuestros sueños; los hace más fuertes», cuenta.

En la exhortación apostólica Dilexi te, el papa León reconoce como necesario «seguir denunciando la dictadura de una economía que mata». Esta llamada interpela profundamente a este joven migrante. «Vivimos en un sistema donde la economía manda más que las personas. Es como una dictadura, porque muchas decisiones se toman pensando en el dinero, no en la vida humana. Cuando los beneficios son más importantes que la dignidad, la economía se convierte en algo que mata, aunque no use armas», afirma con rotundidad.

Su experiencia le lleva a verlo muy manifiesto en Málaga. «Es una ciudad hermosa y con mucho turismo, pero también muy desigual —denuncia—. Los precios de los alquileres han subido muchísimo y hay muchas personas que no pueden pagar una vivienda. Mientras algunos disfrutan del lujo, otros viven con sueldos muy bajos o sin contrato. Por ejemplo, muchos migrantes trabajan en la construcción, la limpieza o la hostelería, pero con condiciones muy duras. Eso muestra que el crecimiento económico no llega a todos por igual. Los migrantes son parte esencial de la economía de Málaga, pero muchas veces no son reconocidos. Vienen buscando una vida mejor, trabajando en empleos que otros no quieren, pero se enfrentan al racismo, la falta de papeles y la explotación. Algunos incluso arriesgan su vida cruzando el mar. Y cuando llegan, descubren que el «sueño europeo» no siempre es real. Eso también es parte de esa economía que mata: mata sueños, mata oportunidades, y a veces mata físicamente a quienes buscan sobrevivir».

José Luis Fernández Orta, presidente diocesano de la Hermandad Obrera de Acción Católica en Málaga, une su voz al testimonio personal de Ebrima: «Mientras sigamos viviendo en un sistema económico que se basa en la ganancia de unos pocos, donde la mayoría se queda lejos de poder disfrutar de un bienestar que proporcione lo necesario para poder llevar adelante un proyecto de vida libremente elegido, habrá que denunciar la forma que hemos creado para organizar nuestra economía. Por dos motivos: por vivir de unas ideologías falsas que lo sustentan: la creencia de que los mercados son autónomos y por ellos mismos se pueden regular; y la obstinación de negar al Estado el control de la economía para que pueda alcanzarse el bien común. Y en segundo lugar -añade- de forma más grave, esta economía mata al basarse en la competitividad y la meritocracia. El otro es visto como un adversario, matando así a la persona. Denunciar es ejercer nuestra dimensión profética y la mejor forma es testimoniar ya, desde la propia Iglesia, que es posible construir una economía que respete la dignidad de las personas y la búsqueda del bien común».

Ebrima lanza un mensaje de esperanza: «Málaga y el mundo pueden ser lugares de esperanza si cambiamos las reglas y ponemos la vida en el centro. No se trata de rechazar el progreso, sino de pedir un progreso que incluya a todos. Esa es la verdadera riqueza».

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Fuente original: Leer en Diario Sur - Ultima hora
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