Thursday, 11 de December de 2025
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Por qué la música de hoy da asco y Extremoduro, no

Por qué la música de hoy da asco y Extremoduro, no
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Ahora las revoluciones las patrocina el Deutsche Bank al grito de "el futuro le pertenece a los funcionarios y los jubilados". Es la revolución de la gerontocracia y los centros comerciales.

Taylor Swift.

Columnas EL PANDEMONIUM Por qué la música de hoy da asco y Extremoduro, no

Ahora las revoluciones las patrocina el Deutsche Bank al grito de "el futuro le pertenece a los funcionarios y los jubilados". Es la revolución de la gerontocracia y los centros comerciales.

Publicada 11 diciembre 2025 15:59h Actualizada 11 diciembre 2025 16:18h

En julio de 2022 vi a Rosalía en concierto en el Estadio de la Cartuja de Sevilla.

Rosalía no es mía y no me pertenece generacionalmente. Mi generación, la X, la de los nacidos entre 1965 y 1980, es la de Extremoduro.

Pero a mí, con veinte años, Extremoduro y eso de "salir, beber, el rollo de siempre, meterme mil rayas, hablar con la gente" me parecía una catetada. A Morrissey, en cambio, lo pillaba. El rock castizo de ladilla, vomitona y épica barrial no era mi mundo ni lo iba a ser jamás. Por eso Asfalto, Topo, Leño, Barricada y Los Suaves me han dejado siempre más frío que la pata de un ciervo envenenao.

Y si la ladilla barrial era de ETA (Cicatriz, Kortatu, Jotakie), a la tiricia estética se sumaba la moral.

Ni siquiera a Albert Pla le vi nunca la gracia, pese a ser catalán y haberme criado en una cultura de provincias que venera la escatología con fervor mariano.

Extremoduro me empezaron a gustar con cuarenta, cuando entendí que más allá de la vomitona había inteligencia. A mí todo me entra por la cabeza y casi nunca por las tripas. En ese aspecto soy el par antagónico de Lorena G. Maldonado, a la que todo le entra por las vísceras.

[Ana Zarzalejos dice que intelectualizarlo todo es el camino más directo hacia el infierno, y tiene razón].

Yo, con veinte años, y como buen adolescente agilipollado por sobreeducación, tiraba más hacia lo anglosajón. Yo no escuchaba a Extremoduro, pero sí a Guns'n'Roses, Mudhoney y Alice in Chains, que eran rock castizo americano de ladilla, vomitona y sobredosis de heroína.

Pero si Mudhoney hubieran sido de Plasencia y no de Seattle, y su canción se llamara Sóbame, estoy chungo en vez de Touch Me I'm Sick, probablemente no les habría dedicado ni medio minuto.

Viene esto a cuento de que yo ya era idiota con veinte años.

Rosalía me gusta. Pero cerebralmente, como supongo que le gusta el Ulises de Joyce a quien le guste el Ulises de Joyce. Rosalía no canta bien ópera (se le escapa el aire por tos'laos), no canta bien flamenco y no canta bien hip hop. Rosalía es un 5 en todo y un 10 en nada.

Pero eso le sirve para brillar en un mercado en el que BadBunny, Dua Lipa o Taylor Swift, por poner tres estúpidos ejemplos, son un 1 en todo y un 2 en nada.

En Rosalía, sin embargo, la mezcla funciona. Más por shock and awe estético que por capacidad técnica real. Pero funciona.

El juicio histórico es otra cosa. De Rosalía quedarán dos canciones. Porque Rosalía, aunque intenten vendernos lo contrario, es música de primer impulso, como las chuches en la caja registradora de los supermercados, que están ahí para aprovechar su diminuta ventana de oportunidad. Dos segundos antes o dos segundos después, esas chuches pasarían desapercibidas.

Pero en la cola del supermercado, due secondi son molto longo, como diría Juanito.

La música de Rosalía, en fin, es una "experiencia". Y, como tal, está destinada a ser consumida, digerida y desechada de forma casi inmediata. Su fecha de caducidad es mañana a la misma hora que hoy.

La palabra clave es "experiencia". En 2025 todo el mundo vende "experiencias". Pero no parece que nada penetre demasiado. Todo queda a ras de piel. Nadie profundiza en nada y nada profundiza en nadie.

Un ejemplo. Cuando Rosalía habla de ópera (o, para el caso, de Dios) está hablando sólo de ingredientes, no del producto final. Rosalía no es "la ópera moderna" o "la espiritualidad del siglo XXII". Es sólo una artista con talento que mezcla cosas viejas que ya inventaron otros.

Y en esto Rosalía no es una excepción. Hace al menos dos décadas que nadie inventa nada nuevo en la música comercial. ¿Por qué? Porque el darwinismo cultural es hoy extremo. Cada nuevo disco, cada nueva generación musical, se agota en sí misma. No existen árboles genealógicos, sólo flores de estufa. Todo es adaptación al medio. Y el medio es el algoritmo.

La cultura de hoy no son orgasmos, sino espasmos. Que es diferente.

Que se me entienda bien. En el arte, lo que no es homenaje es plagio. Nadie inventa nada y todo es derivativo. Pero nuestra época es especial. Todo, absolutamente todo, remite al pasado.

'Blank Space', de W. David Marx.

Algunos, como W. David Marx en su libro Blank Space, culpan de la mediocridad cultural actual al neoliberalismo.

Marx dice en Blank Space que el arte, el entretenimiento y la moda han sido desde el año 2000 una combinación de contenidos reciclados, corporativos o simplemente estúpidos. Según Marx, hay un “espacio en blanco” donde hoy debería existir una cultura popular.

Pero el neoliberalismo es un muñeco de paja absurdo. La conversión de la cultura pop en producto intrascendente es la consecuencia de una transformación sociológica previa, no su causa.

Winona Ryder criticó en una entrevista en 2024 a esos jóvenes actores del mundo del cine a los que ni siquiera les gusta el cine. Sin mencionarla, se refería, entre otros, a su compañera de reparto en Stranger ThingsMillie Bobby Brown. La protagonista de Stranger Things es, en efecto, famosa por no gustarle el cine. Cuando alguien le recomienda una película, ella contesta: "¿Cuánto tiempo tengo que estar ahí sentada? Porque a mi cerebro ni siquiera le gusta sentarse para ver mis propias películas".

La cultura está hoy hecha por gente a la que ni siquiera le gusta la cultura.

Un ejemplo. Yo hoy he escuchado a Turnstile, Alcalá Norte y Natanael Cano.

Pero soy consciente de que busco en ellos algo que la música comercial es incapaz ya de darme. La sensación de estar viviendo una revolución. Eso lo decía Lou Reed: "El mejor viaje de heroína es el primero. Los siguientes son sólo un patético intento de repetir ese primer viaje. Pero nunca sucede".

Eso hacemos quienes seguimos consumiendo música, cine o libros: intentamos repetir el subidón que vivimos cuando descubrimos a Bret Easton Ellis, David Lynch o, para el caso, Extremoduro.

Pero ahora las revoluciones las patrocina el Deutsche Bank al grito de "el futuro le pertenece a los funcionarios y los jubilados". Es la revolución de la gerontocracia y los centros comerciales.

Quizá ni siquiera esa sensación sea nueva. Los cristiancampos de los años 90 podrían haberme dicho "bueno, tampoco tus artistas descubrieron nada".

Extremoduro eran Leño y Triana, el grunge de Seattle era Led Zeppelin y Black Sabbath, y los Strokes eran Blondie y la Velvet Underground.

O sea, artistas de los años 60, 70 y 80 presentados con formas un poco más modernas.

Quizá más allá de esas tres décadas fundacionales, las de los 60, 70 y 80, todo haya sido derivativo.

Argumentos para defender esa idea hay. Turnstile son Bad Brains: Alcalá Norte, Burning y Joy Division; y Natanael Cano, Los Tigres del Norte.

Inventar, lo que se dice inventar, no han inventado nada. Algunos de ellos son, de hecho, profundamente reaccionarios. Turnstile es el hardcore melódico del Washington DC de los 80. Alcalá Norte, movida madrileña pura y dura. Natanael Cano, rancheras. La propia música de Rosalía es muy reaccionaria.

Todo esto viene a cuento de que yo sólo veo a gente bailar alrededor de los mismos cadáveres con formas ligeramente más modernas y drogas más complicadas. En unos pocos años olerán a cadáver. Su esperanza de vida es significativamente más corta que la de los artistas de décadas anteriores.

Como ha ocurrido en otras muchas industrias culturales, y eso incluye a youtubers, tiktokers y onlyfaneras, la clase media musical creativa ha desaparecido por completo, arrasada por el mismo algoritmo que ha arrasado el cine, la literatura o el periodismo.

O eres la aristocracia, léase Taylor Swift, o eres clase obrera del clic. Puro estajanovismo de la atención. Esclavos del impulso lelo. Espasmos a precio de orgasmo (sé que la metáfora es vulgar, pero se entiende, y eso es lo que importa).

Así que la sensación de que algo se ha roto, de que la cultura pop ha muerto y ya sólo es una máquina que funciona por inercia comercial, dándole vueltas una y otra vez al mismo palo de helado rechupao, parece sustentarse en algo más que "sensaciones".

Pero en el concierto de Rosalía vi algo que no había visto jamás.

Miles de espectadores mirando su móvil mientras Rosalía cantaba sobre el escenario.

No haciéndole fotos a ella. O tomándose selfis con sus amigos y comprobando el resultado durante unos segundos en la pantalla de su teléfono.

Eran cientos, miles de personas chateando con otras personas o viendo vídeos de Rosalía mientras la Rosalía real cantaba sobre el escenario. El concierto era para ellos música de fondo.

Muzak. Música de ascensor.

De vez en cuando, alguien giraba la vista hacia el escenario, le hacía un comentario a su acompañante, y seguía mirando el móvil.

Y pensé "esto sí es nuevo".

Artísticamente, las nuevas generaciones no van a ofrecer nada que no se haya hecho antes. Pero sociológicamente son un nuevo universo.

Esas nuevas generaciones viven en una burbuja de "experiencias simultáneas" completamente desvinculadas de la realidad tangible. Supongo que, si les das a escoger, muchos de ellos preferirán la burbuja a la realidad. Porque la burbuja es controlable por ellos con un clic y la realidad no.

Y supongo que eso sí es una revolución: no es que la música de hoy sea una basura y la de hace décadas, no; es que nadie que hoy cuente menos de treinta años cree que exista nada que merezca más que cuatro o cinco segundos de su atención, y no digamos ya de su interés.

Esa es la brecha real.

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