- ENRIQUE COCERO
Sánchez quiere irse por su propio pie, no ser expulsado y, menos, por lo mismo que Mariano Rajoy.
Seguro que a muchos de ustedes Warren Harding no les genera apenas recuerdo y eso que fue presidente de Estados Unidos. Para que se sitúen, Harding sucedió a Woodrow Wilson, aquel que metió al este país en la Primera Guerra Mundial y se empeñó en crear la Sociedad de Naciones: la proto-ONU. Fue presidente dos años y murió en el cargo de un paro cardiaco que su médico y amigo Charles Sawyer diagnosticó como hemorragia cerebral. Relacionado o no con su habilidad en el diagnóstico, vale la pena añadir que Sawyer era homeópata.
El caso es que esa misma inteligencia para reclutar médicos y amigos le llevó a distintos fichajes recordados por desastrosos, talento que culminó en "el escándalo de Teapot Dome". Resumido, su secretario de Interior, Albert B. Fall, favoreció a empresas extractoras de petróleo con un cliente muy relevante como son las Fuerzas Armadas. En consecuencia, Fall pasó a la historia como el primer miembro de un gabinete presidencial en pisar la cárcel. Irónicos los paralelismos, ¿verdad?
Pues esperen a que les cuente que uno de los mayores activos en su carrera fue su buena apariencia, lo que Malcolm Gladwell denomina "el error Harding", o cómo las percepciones inmediatas pueden ser erróneas. Pero algo me hace pensar que la tesis no siempre funciona porque, a sabiendas de quién era "El Guapo", no entiendo cómo nadie vio venir a Ábalos, Salazar o Cerdán (es sarcasmo).
Queda claro que Harding no era un buen headhunter. De hecho, traía recorrido porque casi toda la gente que metió en Washington ya eran amigos de su etapa en Ohio. Ahora, la corrupción no se empezó a descubrir hasta que su cuerpo ya llevaba un tiempo en el mausoleo. Esos escándalos, los personajes y una mayor querencia por el puesto que por la responsabilidad (se le atribuye la frase "no doy el perfil para el cargo. De hecho, nunca debería haber llegado hasta aquí"), hacen que hoy a Harding se le ubique entre los 5 primeros puestos en cualquier lista de peores presidentes de Estados Unidos.
Dos años de Presidencia recordados por la corrupción son toda una marca. Aquí, tras siete, tenemos un abanico de casuísticas alrededor de Pedro Sánchez: los que primero le acompañaban han pasado por la cárcel; otros que acudieron a la llamada, calabozo; y el resto cierran filas y evitan las preguntas porque les van los próximos años de su tranquilidad en ello. Mientras, el PSOE incide en "gestos de conciencia" como pedirle al Gobierno que los jueces sean instruidos en materia de igualdad, extendiendo el "mal estructural" del que hablaba Pedro Sánchez en la sesión de control del miércoles a un poder con el que está enfrentado.
Leyenda o víctima
Entiendo que, de nuevo, toca resistir porque no creo Sánchez se rinda a algo como irse por la corrupción. Me recuerda a esa respuesta que, en 24 Hour Party People, Rob Gretton (Paddy Considine) le da a una chica que pregunta a Tony Wilson (Steeve Coogan) por qué no retoma su programa de música en TV: "[Tony] no quiere que vuelva. Quiere que desaparezca para siempre y, así, ser leyenda". Para Sánchez hay una variación: entiendo que quiere irse por su propio pie, no ser expulsado y, menos, por lo mismo por lo que presume de haber echado a Mariano Rajoy: por la corrupción. Sánchez se quiere ir siendo parte de la historia de España (leyenda), y si no le llega, entonces como víctima de un grupo de personas que se aprovecharon de su confianza y del poder que les concedió, fueran ministros, diputados, altos mandos del partido, presidentes de diputación o alcaldes.
El miércoles, Sánchez caracterizó el acoso como algo "estructural", pero desde mi punto de vista la corrupción sí es una cuestión estructural y, además, trasladable a cualquier entorno: desde robar un paquete de folios en la oficina a las mordidas por adjudicación de obra pública. La corrupción sólo requiere la confluencia de tres factores (+1) en un sujeto: oportunidad, necesidad (puede ser real o creada) y la capacidad de racionalizar el comportamiento. El +1 sería el reclutamiento y, ahí es donde Pedro Sánchez pierde en el argumento de la rectitud.
Por eso veo estéril el esfuerzo del PSOE en pasar página argumentando que se han deshecho de todas las "manzanas podridas" (o el símil que sea) y con celeridad (el expediente de Salazar llevaba meses en un cajón) para recuperar una organización inmaculada. Si eres consciente de que hay un problema estructural, ¿qué has hecho para reducir el riesgo?
Los argumentos que están utilizando solo sirven para tranquilizar a los convencidos, no para convencer a los que dudan, y no hay nada peor para proteger la confianza que alguien sin respuesta a la pregunta que se está haciendo.
Enrique Cocero, Consultor y analista político
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