La imagen fue tomada por Javier Barbancho la noche del 21 de mayo de 2017. El día de la gesta de las primarias. Pedro Sánchez comparecía en Ferraz tras haber liderado la rebelión de las bases del PSOE contra el aparato del partido y haber aplastado a Susana Díaz. Como un caballero de la mano en el pecho, símbolo universal del honor y la nobleza pintado por El Greco siglos atrás, Sánchez prometía «construir un nuevo PSOE para regenerar España». Pero aquel gesto y esas palabras encubrían la realidad convertida en escándalo siete años después.
A su alrededor figuraban lo que Lucía Méndez describía en su crónica de aquella noche como «un puñado de colaboradores, diputados y cargos públicos con escasa relevancia en el partido», que eran los que habían permanecido a su lado. En efecto, el líder aparece flanqueado por dos personajes desconocidos: José Luis Ábalos, diputado por Valencia, y un tal Santos Cerdán, diputado en el Parlamento de Navarra. Suyos eran los puestos principales en el momento de la gloria, a izquierda y derecha del líder, y a ellos encargaría dirigir el partido.
A la derecha de Cerdán y en primerísima fila surgía el único personaje que mira a la cámara, sonriente y seguro de sí mismo. Se llama Francisco Salazar y se desempeñaba como técnico municipal en el Ayuntamiento de Dos Hermanas, sin ningún cargo orgánico.
Cerdán y Salazar custodian de forma cariñosa a Adriana Lastra. Diputada y mucho más conocida que ellos, su gesto es el de más felicidad. Sería la portavoz en el Congreso y vicesecretaria general del partido, pero con tiempo de caducidad. Lastra fue la principal víctima del grupo de troncos que se fue haciendo con el control del PSOE. Ella atribuye su salida de la primera línea a la enemistad de Cerdán -«me hizo de todo, fue una operación de acoso y derribo»- y la semana pasada salió a pedir que se lleven a la Fiscalía las denuncias contra Salazar por acoso sexual. El cuadro lo completan al fondo a la derecha dos personajes ahora bien conocidos. Un sonriente Óscar Puente asoma con su altura por encima de los demás, como aguardando su momento. Y un reflexivo José Félix Tezanos mira al infinito desde un discreto lugar, como imaginando ya curvas ascendentes de esplendorosas encuestas.
Estos eran los hombres de Pedro y aquella era la meta de una carrera que se había iniciado un año y medio antes. En los 17 meses que van de las elecciones generales de 2015 a las primarias del PSOE de 2017 está todo. Fueron aquellos los comicios en los que Podemos y Ciudadanos rompieron el sistema de partidos y la política española entró en la crisis de la que aún no ha salido. Sánchez quiso entonces pactar con Pablo Iglesias y quien hiciera falta para desbancar al PP y, sobre todo, sobrevivir tras la debacle sufrida por los socialistas, pero su partido le dijo que no había acuerdos posibles con partidos que defendían el derecho a decidir y cuestionaban la soberanía nacional, esto es, la Constitución de 1978. Qué tiempos.
Esta guerra interna se recrudeció tras la repetición electoral de 2016. Ahí fue acuñado el no es no para rechazar una abstención que permitiera gobernar a Rajoy y evitara unas terceras elecciones. El muro original.
La siguiente etapa fue el Comité Federal de la urna detrás de la cortina. Las crónicas de aquel día retratan a Susana Díaz lamentando entre sollozos que estaban «matando al PSOE» y a una dirigente madrileña, Eva Tamarín, diciendo una frase que merece ser rescatada: «Jamás pensé que un secretario general pudiera poner en riesgo un partido por sus intereses personales».
A partir de ahí viene el Peugeot con los colegas y empieza lo bueno. Sánchez sustituyó a las personas que dirigían el partido, a los líderes que estaban en la primera línea, por el «puñado de colaboradores» de segunda, tercera y cuarta que le apoyaron. Fue una de esas situaciones que atraen a oportunistas, arribistas y advenedizos, y no la dejaron escapar. Se demonizó a los barones como un establishment carpetovetónico y los Page, Lambán, Vara y Susana fueron sustituidos por Ábalos, Cerdán, Salazar... y Sánchez. Los unos no eran nada sin el otro ni el otro era nada sin los unos.
Este imán de la política para atraer a personajes impúdicos en tiempos de zozobra ha sido descrito por innumerables autores. Uno de ellos fue Stefan Zweig, cuando en su biografía de Fouché alertaba de que «en el mundo de la política no se abren paso los hombres de amplia visión moral, de inconmovibles convicciones, sino que siempre se ven desbordados por los tahúres profesionales, los artistas de las manos ágiles, las palabras vacías y los nervios fríos». Unos perfectos conocidos, todos juntos en la imagen fundacional.