Saturday, 06 de December de 2025
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Trump desprecia a la OTAN en su nuevo plan de seguridad y pretende que Europa asuma el grueso de su defensa para 2027

Trump desprecia a la OTAN en su nuevo plan de seguridad y pretende que Europa asuma el grueso de su defensa para 2027
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Potenciar los partidos de extrema derecha populista, socavar las democracias liberales y su respeto a los derechos individuales, y convertir el Viejo Continente en un nuevo todos contra todos. Esa parece que será la línea de actuación de la Administración de EEUU en los próximos años. Más información: Trump abraza la teoría del 'gran reemplazo': alerta de que Europa se enfrenta al "borrado de la civilización" por la inmigración

Donald Trump baila mientras los Village People actúan durante el sorteo de la Copa Mundial de la FIFA 2026. Dan Mullan Reuters

Europa Trump desprecia a la OTAN en su nuevo plan de seguridad y pretende que Europa asuma el grueso de su defensa para 2027

Potenciar los partidos de extrema derecha populista, socavar las democracias liberales y su respeto a los derechos individuales, y convertir el Viejo Continente en un nuevo todos contra todos. Esa parece que será la línea de actuación de la Administración de EEUU en los próximos años.

Más información:Trump abraza la teoría del 'gran reemplazo': alerta de que Europa se enfrenta al "borrado de la civilización" por la inmigración

Publicada 6 diciembre 2025 02:31h

Las claves nuevo Generado con IA

Trump propone que Europa asuma la mayor parte de su defensa para 2027, restando importancia al papel de la OTAN y sugiriendo un posible alejamiento de Estados Unidos.

El nuevo plan de seguridad nacional de Trump critica la influencia de la inmigración y la cultura 'woke' en Europa, y muestra simpatía hacia partidos europeos de extrema derecha.

La administración Trump cuestiona el valor de la democracia liberal europea, alineando su visión con líderes como Putin y promoviendo el aislacionismo estadounidense.

El Pentágono ha comunicado a sus aliados europeos la necesidad de aumentar significativamente su inversión en defensa, generando incertidumbre sobre el futuro de la Alianza Atlántica.

"La influencia creciente de partidos europeos patrióticos nos provoca un gran optimismo. Nuestro objetivo debería ser ayudar a Europa a corregir su trayectoria actual". Esta es una de las muchas afirmaciones polémicas que deja el documento sobre seguridad nacional publicado en plena madrugada por la Casa Blanca.

Europa estaría perdiendo su esencia, según la Administración de Donald Trump, y correría el riesgo de ser borrada como tal. ¿Por Rusia y su imperialismo? No, por las influencias de los inmigrantes y la cultura woke.

Es la versión para el Viejo Continente de lo que ya se anunció el martes como "el corolario de Trump" a la "doctrina Monroe". Si esta se resume habitualmente en "América para los americanos", el actual presidente la reafirmó en un documento con motivo del doscientos dos aniversario de su proclamación: "El pueblo americano —y no las naciones extranjeras ni las instituciones internacionalistas— controlará siempre su destino en nuestro hemisferio".

El texto era el típico batiburrillo de imprecisiones históricas al que Trump nos tiene acostumbrados, al afirmar que Monroe pretendía consolidar la superioridad de Estados Unidos dentro de la civilización occidental.

Obviamente, en 1823, Estados Unidos era un país por construir, sin aspiración alguna a reafirmar ninguna superioridad pues esta no existía e involucrado en una constante guerra con las tribus indias y el Estado de México por ampliar su territorio.

Donald Trump y su vicepresidente, JD Vance, este martes en la Casa Blanca. Reuters

La lucha contra la democracia liberal

En 1823, por poner un ejemplo, Napoleón Bonaparte acababa de morir en Santa Elena y Luis XVIII mandaba sus tropas a España para imponer otros diez años de absolutismo de Fernando VII. No hablamos de un mundo demasiado parecido al actual, la verdad, y da hasta miedo que esa sea la referencia histórica de esta Casa Blanca.

Como es lógico, no había organismos internacionales porque el mundo era un "todos contra todos" en el que los países europeos se peleaban entre sí tanto en el continente como en la ampliación de sus incipientes colonias.

Sin embargo, es el mundo que echan de menos Trump y su vicepresidente JD Vance, el mundo aislacionista con el que sueña la América Profunda, siempre recelosa de cualquier centralismo, aunque sea el de Washington, y al que apelan los citados partidos "patrióticos" en los que se quiere apoyar el movimiento MAGA para sacar adelante su agenda.

Europa, y en concreto la Unión Europea, no significa para ellos progreso y estabilidad, como se ha demostrado desde su fundación, sino debilidad, pérdida de valores y tolerancia mal entendida.

En otras palabras, Trump piensa de las democracias europeas lo mismo que Putin y es precisamente el término "democracia" el que detesta, al menos en el sentido de garantía de los derechos individuales y colectivos, lo que se ha venido en llamar "democracia liberal" desde la caída de los totalitarismos a mediados del siglo pasado.

La idea, indisimulada, es volver al reino de la fuerza y no de la ley… y si eso es lo que quiere para Europa, es de entender que lo mismo querrá para Estados Unidos y hará todo lo posible por conseguirlo.

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Cómo los populismos se han hecho con Europa

Este movimiento global —hay algo irónico en globalizar el patriotismo, pero esa contradicción no parece importar demasiado a sus líderes— parte del auge de la llamada alt-right a mediados de la pasada década.

Steve Bannon, además de apoyar la primera candidatura de Trump y ser su principal consejero durante años, dedicó buena parte de su actividad política a consolidar las alternativas de ultraderecha en los países liberales. No faltó en el proceso la colaboración ni el dinero del Kremlin.

Así, la elección de Trump en 2016 coincidió en el tiempo con el Brexit británico y con la victoria inesperada del Frente Nacional en las elecciones europeas francesas.

Aunque, a base de diques democráticos, se ha intentado aislar a estas fuerzas y mantenerlas alejadas del poder, las perspectivas a corto plazo son poco halagüeñas para los partidos moderados.

La Agrupación Nacional de Marine Le Pen y Jordan Bardella encabeza los sondeos en Francia, el Reform UK de Nigel Farage hace lo propio en Reino Unido, mientras que la Alternativa para Alemania (AfD) compite con la CDU del canciller Friedrich Merz por el primer puesto. En la antigua RDA ya es, con mucho, el partido más votado.

Si a eso le unimos que Giorgia Meloni ya gobierna en Italia —aunque la apuesta inicial de Bannon y Vladímir Putin fuera Matteo Salvini, se puede decir que el populismo está de enhorabuena… aunque justo su máximo referente en Europa, Viktor Orbán, está pasando una mala racha en los sondeos.

En cuanto a España, Vox mantiene unas excelentes perspectivas de voto, aunque no al nivel de sus compañeros de viaje. Aun así, la incapacidad de los dos grandes partidos de la democracia liberal, PP y PSOE, para ponerse de acuerdo en absolutamente nada, hace que sean, junto a los populistas nacionalistas y de izquierdas, pieza clave en la gobernabilidad del país.

Donald Trump durante la reunión el Gabinete de la Casa Blanca.

¿Adiós a la Alianza Atlántica?

Más allá de las palabras, están los actos. Justo este viernes, se supo que el Pentágono había informado a sus socios europeos de la necesidad de que se hagan cargo de la mayoría de las defensas convencionales de la OTAN para 2027.

Obviamente, el plazo, como el del 5% del PIB en inversión en defensa, es incumplible. O se trata de una manera de presionar a sus aliados o, más probablemente, de la búsqueda de excusas para echarse a un lado y abandonar la Alianza.

Ya durante su primer mandato, según recoge el entonces Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, en su libro La habitación donde pasó todo, Trump llegó a dar la orden de abandonar de inmediato la OTAN al considerar que Europa se estaba aprovechando económica y militarmente de Estados Unidos.

Bolton informó de la decisión al Pentágono, que preparó los protocolos de desconexión, pero súbitamente el presidente volvió a cambiar de opinión.

La idea de abandonar a Europa a su suerte parte de un desconocimiento histórico impropio de líderes de una superpotencia. La semana pasada, uno de los consejeros áulicos del presidente Trump, el periodista Tucker Carlson, decía no entender por qué Inglaterra había entrado en guerra con Adolf Hitler si lo único que pretendía el alemán era "combatir el comunismo".

Como si no hubiera existido Neville Chamberlain, ni la Conferencia de Múnich, ni el pacto Molotov-Von Ribbentrop ni Pearl Harbour hubiera sido un perfecto ejemplo de lo que supone ponerse de lado ante las potencias imperialistas: tarde o temprano, te toca a ti.

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La lucha contra lo woke parece legitimar cualquier rancio autoritarismo. Una Europa en la que cada país se convirtiera en una isla derivaría en los mismos conflictos que asolaron al continente hasta la Segunda Guerra Mundial.

Fue Estados Unidos quien puso entonces la cordura y quien impulsó, con sus políticas, su dinero y sus soldados, la creación de la ONU, la Unión Europea y la lucha contra el totalitarismo soviético. Un totalitarismo que ahora parece estar de vuelta, pero que es recibido desde el otro lado del Atlántico con entusiasmo. Como si a ellos no les fuera a afectar. Como si 1941 nunca hubiera existido.

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