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Lo explicaba ayer con mucha claridad Emiliano García Page, el único barón socialista con mayoría absoluta en su territorio: "Si no han respetado al Gobierno cuando hablaba de pie, menos lo van a hacer cuando nos ponemos de rodillas". Y así ha sido.
El acto de contrición, o simplemente la genuflexión de Pedro Sánchez ante el independentismo catalán de derechas, ha recibido la respuesta inmediata del prófugo Carles Puigdemont y de sus subalternos. "Cuando rompemos, rompemos", dijo ayer la portavoz de Junts en el Congreso, Miriam Nogueras.
Todo empezó, por sorpresa, este martes en que el presidente del Gobierno concedió dos entrevistas a dos televisiones públicas, la catalana y la española. Con esa cara de compungido que le sale tan bien, Sánchez se puso en modo felpudo con Puigdemont y se confesó de haber incumplido los compromisos firmados en Bruselas en 2023 a cambio de los siete votos de los neoconvergentes para lograr su investidura. Repitió hasta siete veces la palabra "incumplimiento" (algo que había negado hasta anteayer) y mostró su propósito de enmienda. Como penitencia, anunció la aprobación de un decreto ley con nuevas cesiones a los separatistas.
Pero lo aprobado anteayer por el Consejo de Ministros no parece suficiente para devolver a Junts a la mesa de negociación. Los tres compromisos incumplidos en su día y que se corrigieron el martes se refieren a facilitar y flexibilizar inversiones financieramente sostenibles a los ayuntamientos y entes locales catalanes, la prórroga en la digitalización de los procesos de facturación y devolver a Cataluña la gestión integral de los funcionarios de la administración local con habilitación estatal. Poca cosa para lo que exigen los independentistas.
En su confesión pública, el líder socialista fue más allá y se reafirmó en la aceptación del relato victimista de los condenados por los delitos cometidos en 2017. Revivió la idea del "conflicto catalán", que solo se podrá normalizar con la vuelta de Puigdemont a Cataluña. Y dejó caer, entre líneas, que el Tribunal Constitucional abrirá las puertas a la vuelta del prófugo esta primavera.
Desde la Moncloa eran conscientes de que la genuflexión de Sánchez no iba a ser suficiente para desbloquear su extrema debilidad parlamentaria. Los siete votos de Junts siguen en el no, lo que impide la aprobación de la Ley de Presupuestos Generales del Estado para 2026 y de cualquier otra iniciativa política del Gobierno. Pero la nueva estrategia del ejecutivo consiste en ganar tiempo mientras se vuelve a intentar seducir a Puigdemont con pequeños detalles y nuevas promesas difíciles de cumplir.
Dentro del nuevo manual de seducción de Pedro Sánchez ya no se descarta un último, indigno y desesperado movimiento de posar con el presidente de la Generalitat para una foto en el extranjero. Bruselas o Zúrich podrían ser las ciudades elegidas, aquellas que el imputado Santos Cerdán y el conseguidor José Luis Rodríguez Zapatero visitaban con frecuencia con el muestrario de cesiones, políticas y económicas, para alargar el apoyo parlamentario de Junts.
Pero ayer, Míriam Nogueras pinchó el globo. En una comparecencia en Barcelona, la portavoz de Junts insistió en que "no hay negociación, la legislatura está bloqueada". En ese doble juego que utilizan los independentistas, aplaudió que el presidente admitiera sus "incumplimientos", pero recordó que quedan muchas cuestiones por concretar, como la amnistía, el catalán en Europa o las competencias migratorias. Eso sí, se jactó de haber "acorralado" a Sánchez y de que su forma de presión "funciona". El mensaje está claro: "Mantenemos la ruptura hasta que los temas gordos no se arreglen". Y cuentan con el apoyo del 87% de sus militantes, que lo votaron en octubre.
¿Ha ganado tiempo el líder socialista? Es posible, pero el precio que tiene que pagar para recuperar el apoyo de Junts está muy por encima de sus atribuciones como presidente. Son los tribunales los que tendrán que decidir si se aplica la amnistía al delito de malversación, la Unión Europea quien puede autorizar el catalán como lengua cooficial en Bruselas y la oposición de algunos de sus aliados de izquierdas la que ha tumbado por "xenófoba" la política de inmigración para Cataluña que proponen los independentistas.
Cabe entonces la posibilidad de que el último movimiento de Sánchez no sea más que una cortina de humo para eclipsar los numerosos problemas políticos y judiciales que le salpican. Aunque no hay que descartar tampoco un cierto síndrome de Estocolmo que sufren los secuestrados ante quien les tiene encarcelados, en este caso bloqueados.
Todo ello, sin olvidar que los propios socios y aliados parlamentarios están empezando a mostrar su hastío ante el "manual de seducción" del presidente con Puigdemont y, sobre todo, ante los escándalos que surgen cada día en el Gobierno, el partido y el entorno del líder socialista. Las afirmaciones de Sánchez de que José Luis Ábalos era "un gran desconocido desde el punto de vista personal" y de que no van a ceder a chantajes, muestran su extrema debilidad ante las amenazas de tirar de la manta de los tres camaradas que le acompañaron en la larga marcha del Peugeot, tras la que recuperó el poder el PSOE.
Koldo García y Ábalos llevan una semana entre rejas y están enviando mensajes amenazantes contra su anterior jefe, mientras que Santos Cerdán, que pasó 140 días en prisión, dijo el martes que hablará "en el momento oportuno". En Ferraz y en La Moncloa no están nada tranquilos.
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