- ROBERTO SCHOLTES
En la era de la abundancia de contenidos audiovisuales, la pugna por adquirir Warner Bros. muestra cómo está mutando el valor de los catálogos y de las marcas irreplicables. Además de alterar la estructura del mercado y de relegar aún más a los operadores europeos, es un indicio de cómo el bajo coste del capital de las tecnológicas estadounidenses puede llevarlas a sobre pagar y a acometer inversiones que no serán fáciles de rentabilizar.
Netflix había llegado a un acuerdo para hacerse con los estudios, catálogos y negocio de streaming de Warner Bros. por 72.000m$, imponiéndose a Comcast y a Paramount. Pero esta última ha lanzado una contra-OPA hostil por la totalidad del grupo -incluyendo los canales de televisión como la CNN- por 108.000m$, abriendo un proceso de resultado incierto por sus complejas derivadas políticas, financieras y regulatorias.
Es llamativa esta disputa cuando la audiencia parece estar fragmentándose irremediablemente con la profusión de contenidos en plataformas como YouTube, TikTok o Twitch (que se estima que ya acaparan entre el 10% y el 20% del tiempo de visionado en Norteamérica), cuya calidad continuará convergiendo con la de los grandes estudios con unos costes mucho menores, gracias a la Inteligencia Artificial.
En este entorno de saturación y de menor diferenciación entre producciones profesionales y amateur, los catálogos consolidados ganan relevancia como anclas de identidad. Lo que no se puede replicar son décadas de desarrollo de sagas y personajes icónicos y de universos narrativos, como los de HBO, DC Comics y Cartoon Network. El atractivo de Warner es por lo tanto la reputación de marcas que la audiencia todavía reconoce y escucha, que permiten segmentar el mercado, aumentar la fidelidad de los suscriptores y erigir barreras de entrada.
La concentración del sector en EEUU dejará a los operadores europeos en una posición de aún mayor desventaja estructural frente a las plataformas globales. Su tamaño y sus mercados fragmentados lingüística y regulatoriamente les dificulta producir o proporcionar contenidos premium, con una creciente inflación de costes, viéndose obligados a enganchar a los usuarios con retransmisiones deportivas que no dejan de encarecerse.
Hay otro ángulo muy revelador en esta lucha por hacerse con Warner, paradigmática de la oleada de operaciones corporativas entre las tecnológicas estadounidenses este año: un capital abundante y barato. Sus elevadas valoraciones les permiten afrontar grandes adquisiciones sin diluir en exceso a sus accionistas, pero con el peligro de sobrepagar por unas inversiones cuya rentabilidad futura podría resultar decepcionante o carecer de lógica estratégica.
Es el caso de Netflix, que ofrece pagar con sus acciones que cotizan a 38 veces los beneficios de este año. Y el apoyo de los ingentes recursos de los fondos de capital-riesgo y del fondo soberano de Arabia Saudí permiten a Paramount pagar en efectivo a unos múltiplos muy por encima de los que cotiza el sector de medios de comunicación, posiblemente también por el interés político por hacerse con algunas emblemáticas cadenas de televisión.
En cualquier caso, esta operación revela una paradójica revalorización de los catálogos irremplazables y de las marcas que ofrecen un sello de calidad en un entorno saturado. Siendo así, los inversores tienen una alternativa comparativamente más barata en las plataformas y propietarios de catálogos de música, que también cotizan y comparten esa condición de activo cultural duradero cuyo consumo continúa creciendo considerablemente. Sin embargo, este aspecto parece menos aplicable a otros sectores en los que los cambios tecnológicos o de hábitos de consumo están debilitando las barreras de entrada, como el automovilístico o el de la moda.
Roberto Scholtes es Jefe de Estrategia de Singular Bank.
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