- POR MARÍA TAPIA. FOTOGRAFÍAS DE ALE MEGALE
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Ribeira Sacra, candidata a Patrimonio Mundial de la Humanidad 2026, reivindica su valor excepcional. Su paisaje, sus viñedos y sus nuevos habitantes le aportan una identidad única.
La postal parece sacada de un cuento. Algunas nubes, claros de sol y una pequeña construcción que vigila los viñedos que recorren una ladera con una inclinación monstruosa. La dificultad que conlleva trabajar en un terreno tan escarpado ha hecho que al cultivo de vid en zonas como esta se le conozca como viticultura heroica.
Pero eso ya lo sabemos, así son las viñas que se reparten a lo largo de la Ribeira Sacra. Son 26 los ayuntamientos del sur de la provincia de Lugo y del norte de la provincia de Orense los que integran este impresionante paisaje gallego que transcurre entre los ríos Miño y Sil. Lo que no se conoce son las personas que cuidan, con el mimo con el que se cuida a un hijo, cada una de las vides que abrazan su bodega.
Y lo que tampoco se sabe es que algunas de ellas son mujeres que dejaron su tierra para ir a la capital en busca de un mejor destino. Lo que no se podían imaginar es que el futuro las reconciliaría con su lugar de origen.
Raquel Arias está al frente de la bodega de Proendos (Lugo).Raquel Arias, al frente de la Bodega Proencia y alcaldesa de Sober (Lugo) entre 1999 y 2009, tiene una amplia visión de cómo ha ido evolucionando esta zona a lo largo de los años. "En la Ribeira Sacra hay miles de pequeñísimas parcelas. Las familias usaban el vino como segunda actividad, era una economía de autoconsumo. La gente vendía huevos, leche... y el vino que le sobraba. En los años 70 las economías, como en toda España, mejoraron. Entonces, la gente mandó a estudiar fuera a los hijos en busca de un futuro mejor". Ella incluida.
Se marchó, volvió y se quedó. "Ahora estamos en un momento de crisis profunda porque tiene que haber un relevo generacional. A los jóvenes les cuesta venir porque aquí todo es manual, como en la Edad Media, es duro dedicarte a esto", asevera. Ella gestiona tres hectáreas, pero hay familias con parcelas muy pequeñas, de tan solo 400 metros.
Sin embargo, esa dureza no fue un obstáculo para Paloma Rodríguez Moure que, tras estudiar Bellas Artes y empezar a desarrollar su trayectoria profesional en Madrid, regresó a lo rural. Su infancia siempre había estado vinculada a la bodega (Abadía Da Cova) y sus recuerdos a los paseos con su abuelo por las viñas.
Paloma Rodríguez Moure, cuarta generación de la bodega, en O Saviñao (Lugo)."Mi hermano estudió Psicología, mi primo Antropología, venimos de sectores completamente diferentes. Hace 10 años nos hicimos cargo del proyecto porque mis padres eran muy mayores y decidimos involucrarnos", explica. Lo hablaron entre ellos y optaron por venir un año para ver si podían aportar algo. "Y nos enamoramos. Sentí el paisaje, quiero preservar la identidad de la tierra, que mi Ribeira siga viva", cuenta. Entonces empezaron a formarse, su hermano hizo enología, y su primo y ella, sumillería.
Hoy en Abadía Da Cova, fundada en 1958, todos hacen de todo (Paloma también diseña las etiquetas de las botellas). Son alquimistas que trabajan con el ánimo de elaborar vinos, licores y aguardientes con la menor intervención posible, respetando y protegiendo el medio ambiente. "Quiero que aquí haya una dignidad, un valor". Han modernizado el espacio e incluso cuentan con una vinoteca sobre un imponente mirador diseñado por Arrokabe Arquitectos, volcado a las viñas de mencía y al río Miño.
La bodega más emblemática
Por su parte, Cristina Vázquez está a frente de Bodega O Cipreses, llamada así por los dos cipreses centenarios (tienen más de 350 años) de su finca, una de las más emblemáticas de la zona (Chantada, Lugo). Cuando compraron el terreno, sus padres empezaron a trabajar las viñas para su pequeña bodega familiar, como son la gran mayoría de la Ribeira Sacra y ella, tras estudiar ADE en Madrid, volvió a casa para tomar el testigo.
"Me empecé a formar y el vino se convirtió en mi pasión", dice. Ahora hace catas, maridajes y, por supuesto, es ella quien crea los vinos de su bodega. Su viña, con una inclinación de más del 65% (y conocida, por algo, como Viña del Infierno), tiene, además de 10 ovejas que deambulan por allí, vides de mencía (80%) y godello. "Las dos reinas de la Ribeira Sacra", apunta.
Cristina Vázquez en su finca de Chantada (Lugo), conocida como Viña del Infierno.Lo más extraordinario de la Ribeira Sacra, además de la gente que la habita y que pelea cada día por ponerla en el lugar que merece, es la confluencia de los dos ríos, el Miño y el Sil. Son paisajes muy distintos, uno es una montaña abrupta y el otro una ladera tranquila. Su climatología especial, su luz y sus excepcionales posibilidades de cultivo han hecho, no sin esfuerzo, que poco a poco se esté produciendo una vuelta a lo rural, donde también es posible desarrollar pequeños negocios.
En ocasiones con el vino como protagonista y, en otras, con atractivos como la artesanía, la gastronomía o los nuevos alojamientos con encanto que están surgiendo en esta zona rica en patrimonio histórico y cultural. No en vano será la única candidatura de España a Patrimonio Mundial de la Humanidad para 2026.
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