Por primera vez en 88 años, Volkswagen ha cruzado una línea roja: cerrar una fábrica en Alemania
Xataka
Alberto de la Torre
17/12/2025 08:02
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La historia de Volkswagen da para mucho. Tanto como para que sus orígenes haya que buscarlos en la Alemania nazi cuando el Estado encarga a Ferdinand Porsche la creación de un Volkswagen. Es decir, un coche para el pueblo. Era 1934 pero con toda la maquinaria estatal trabajando a destajo, en 1938 ya se estaba poniendo la primera piedra de la fábrica de Wolfsburgo, tomando como ejemplo la factoría de Ford en Dearborn, Estados Unidos.
Desde entonces Volkswagen no ha dejado de crecer. Con sus momentos buenos y también sus momentos malos, lo cierto es que la compañía se ha asentado como el segundo mayor productor de coches del mundo, solo superado por Toyota y en una cómoda posición frente a Hyundai-Kia, que se mantienen en la tercera posición.
En esas ideas y venidas, la compañía ha mantenido una receta: la industria alemana no se toca. Hasta ahora. En plena reconversión de la automoción Europea, Volkswagen parece haber superado una línea roja.
En Xataka
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Por primera vez
Era 2018 cuando en Xataka acudíamos por primera vez a la planta de cristal de Volkswagen en Dresde. Allí, la compañía había estado produciendo sus Volkswagen Phaeton, una berlina de lujo que terminó por ser un agujero de millones y, sobre todo, un rotundo fracaso de ventas.
La compañía había reconvertido el espacio en un laboratorio para producir allí los primeros e-Golf, uno de los primeros pasos que la compañía daba en el mercado del coche puramente eléctrico. Su volumen productivo era casi ridículo si lo comparamos con cualquier planta actual: 72 coches al día.
En 2022, tuvimos la oportunidad de volver. La fábrica había cambiado por completo. Al menos en su espíritu. Seguía produciendo Golf eléctricos... más o menos. Y es que de allí salían sus ID.3, la primera gran apuesta de Volkswagen que había nacido con el espíritu para ser su primer superventas y posicionarse como el nuevo Golf eléctrico. La producción ya entonces había caído a la mitad, a unos 35 coches al día.
En Xataka
Volkswagen ha salvado los muebles, pero no a su plantilla: 35.000 despidos en Alemania para seguir fabricando
Ahora, Volkswagen ha dado carpetazo a la planta. El espacio de cristal se reconvierte en un centro universitario. El movimiento tiene mucho más que decir en el terreno simbólico que en el práctico. Los 230 trabajadores tienen encima de la mesa tres opciones: el despido con una indemnización negociada, la jubilación o el traslado a otra fábrica.
Pero el cierre de la planta germana va mucho más allá. Por primera vez, Volkswagen tiene que cesar su producción en una planta de Alemania. Su producción como hemos visto era muy baja y el centro estaba destinado más al desarrollo y la innovación que a nutrir la flota de los germanos. Sin embargo, el movimiento es importante porque demuestra hasta qué punto la compañía atraviesa dificultades.
Dresde no solo era una planta de coches, era estatus. Era una declaración de intenciones, la constatación abierta al mundo de que Volkswagen invertía en coches que no eran rentables en el corto plazo pero de los que podían extraer conocimiento a futuro. Thomas Schäfer, CEO de Volkswagen, ha señalado que el cierre de la fábrica "era esencial desde la perspectiva económica".
En Xataka
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Hace poco más de un año, Volkswagen ya anunció que tenía intención de recortar su producción en Alemania, hasta el punto de que aseguró que "todas las fábricas de Alemania están en peligro". Eran los primeros coletazos de un plan de ahorro de 10.000 millones de euros a tres años vista.
La compañía había decidido apostar con fuerza al coche eléctrico pero la demanda europea no parece haber sido suficiente hasta crecer de forma muy reciente. En Europa, Tesla ha arrasado con fuerza hasta el pasado año pero, sobre todo, los clientes no parecían estar interesados en los coches eléctricos de Volkswagen más asequibles como el ID.3. Tampoco en los más costosos, como el Audi e-tron que terminó con el cierre de una plana en Bruselas. Porsche ya está desandando el camino de las inversiones de coches eléctricos.
Volkswagen se ha encontrado con una tormenta perfecta con tres frentes abiertos. En Europa, como decíamos, el cliente no está comprando los coches eléctricos esperados lo que pone en grave riesgo la amortización de las inversiones. En Estados Unidos, los aranceles aplicados por el Gobierno de Donald Trump le han causado pérdidas de 1.500 millones de dólares solo en el último trimestre, recogía The New York Times. Y en China el cliente ha dado la espalda al producto europeo.
En Xataka
España frente a los seis disidentes: Europa se parte en dos entre el coche de combustión y un futuro eléctrico
Eso ha puesto una presión sobre el flujo de caja demasiado alto, obligando a Volkswagen a deshacerse de un espacio que iba mucho más allá de una planta de coches, alquilándolo a la universidad local. El problema es que cuando los aprietos financieros obligan a pensar en reajustes en el corto plazo, lo que se resienten son las inversiones a largo plazo (justo lo que se estudiaba en Dresde), lo que implica una menor competitividad a futuro.
Una rueda de la que solo es posible salir si, de nuevo, se consigue vender lo que el público pide, con los márgenes de beneficios suficientes para volver a reinvertir en el futuro. Y eso, creen en Alemania, implica dar pasos atrás en la electrificación.
Foto | Volkswagen
En Xataka | En 2017, el dueño de un coche eléctrico instaló un cargador con su comunidad de vecinos en contra. El Tribunal Supremo ha hablado
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Por primera vez en 88 años, Volkswagen ha cruzado una línea roja: cerrar una fábrica en Alemania
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Alberto de la Torre
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Por primera vez en 88 años, Volkswagen ha cruzado una línea roja: cerrar una fábrica en Alemania
La compañía nunca había cerrado una planta productora en su país
Sobre Volkswagen pesa una enorme deuda y no consigue amortizar las inversiones en el coche eléctrico
La historia de Volkswagen da para mucho. Tanto como para que sus orígenes haya que buscarlos en la Alemania nazi cuando el Estado encarga a Ferdinand Porsche la creación de un Volkswagen. Es decir, un coche para el pueblo. Era 1934 pero con toda la maquinaria estatal trabajando a destajo, en 1938 ya se estaba poniendo la primera piedra de la fábrica de Wolfsburgo, tomando como ejemplo la factoría de Ford en Dearborn, Estados Unidos.
Desde entonces Volkswagen no ha dejado de crecer. Con sus momentos buenos y también sus momentos malos, lo cierto es que la compañía se ha asentado como el segundo mayor productor de coches del mundo, solo superado por Toyota y en una cómoda posición frente a Hyundai-Kia, que se mantienen en la tercera posición.
En esas ideas y venidas, la compañía ha mantenido una receta: la industria alemana no se toca. Hasta ahora. En plena reconversión de la automoción Europea, Volkswagen parece haber superado una línea roja.
La compañía había reconvertido el espacio en un laboratorio para producir allí los primeros e-Golf, uno de los primeros pasos que la compañía daba en el mercado del coche puramente eléctrico. Su volumen productivo era casi ridículo si lo comparamos con cualquier planta actual: 72 coches al día.
En 2022, tuvimos la oportunidad de volver. La fábrica había cambiado por completo. Al menos en su espíritu. Seguía produciendo Golf eléctricos... más o menos. Y es que de allí salían sus ID.3, la primera gran apuesta de Volkswagen que había nacido con el espíritu para ser su primer superventas y posicionarse como el nuevo Golf eléctrico. La producción ya entonces había caído a la mitad, a unos 35 coches al día.
Ahora, Volkswagen ha dado carpetazo a la planta. El espacio de cristal se reconvierte en un centro universitario. El movimiento tiene mucho más que decir en el terreno simbólico que en el práctico. Los 230 trabajadores tienen encima de la mesa tres opciones: el despido con una indemnización negociada, la jubilación o el traslado a otra fábrica.
Pero el cierre de la planta germana va mucho más allá. Por primera vez, Volkswagen tiene que cesar su producción en una planta de Alemania. Su producción como hemos visto era muy baja y el centro estaba destinado más al desarrollo y la innovación que a nutrir la flota de los germanos. Sin embargo, el movimiento es importante porque demuestra hasta qué punto la compañía atraviesa dificultades.
Dresde no solo era una planta de coches, era estatus. Era una declaración de intenciones, la constatación abierta al mundo de que Volkswagen invertía en coches que no eran rentables en el corto plazo pero de los que podían extraer conocimiento a futuro. Thomas Schäfer, CEO de Volkswagen, ha señalado que el cierre de la fábrica "era esencial desde la perspectiva económica".
La compañía había decidido apostar con fuerza al coche eléctrico pero la demanda europea no parece haber sido suficiente hasta crecer de forma muy reciente. En Europa, Tesla ha arrasado con fuerza hasta el pasado año pero, sobre todo, los clientes no parecían estar interesados en los coches eléctricos de Volkswagen más asequibles como el ID.3. Tampoco en los más costosos, como el Audi e-tron que terminó con el cierre de una plana en Bruselas. Porsche ya está desandando el camino de las inversiones de coches eléctricos.
Volkswagen se ha encontrado con una tormenta perfecta con tres frentes abiertos. En Europa, como decíamos, el cliente no está comprando los coches eléctricos esperados lo que pone en grave riesgo la amortización de las inversiones. En Estados Unidos, los aranceles aplicados por el Gobierno de Donald Trump le han causado pérdidas de 1.500 millones de dólares solo en el último trimestre, recogía The New York Times. Y en China el cliente ha dado la espalda al producto europeo.
Eso ha puesto una presión sobre el flujo de caja demasiado alto, obligando a Volkswagen a deshacerse de un espacio que iba mucho más allá de una planta de coches, alquilándolo a la universidad local. El problema es que cuando los aprietos financieros obligan a pensar en reajustes en el corto plazo, lo que se resienten son las inversiones a largo plazo (justo lo que se estudiaba en Dresde), lo que implica una menor competitividad a futuro.
Una rueda de la que solo es posible salir si, de nuevo, se consigue vender lo que el público pide, con los márgenes de beneficios suficientes para volver a reinvertir en el futuro. Y eso, creen en Alemania, implica dar pasos atrás en la electrificación.