Thursday, 11 de December de 2025
Economía

La infinita importancia de los buenos modales en la oficina

La infinita importancia de los buenos modales en la oficina
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Los compañeros groseros se perjudican a sí mismos tanto como a los condenados a trabajar con ellos. Leer
Financial TimesLa infinita importancia de los buenos modales en la oficina
  • PILITA CLARK
11 DIC. 2025 - 16:21Los buenos modales contribuyen a la felicidad humana, mientras que la grosería hace lo contrario.DREAMSTIMEEXPANSION

Los compañeros groseros se perjudican a sí mismos tanto como a los condenados a trabajar con ellos.

De todo lo que se dijo sobre Tom Stoppard tras la reciente muerte del dramaturgo, fue sorprendente ver cuántas veces se mencionaron sus modales.

Eran "famosos por lo buenos que era", afirmó su colega dramaturgo Patrick Marber, e "incluso cortesanos",añadió el crítico de teatro Nick Curtis. Los actores recordaron a un hombre "muy amable" (Tom Hollander) e "inteligente y amable" (Harriet Walter), mientras que el escritor Harry Mount dedicó un artículo entero a "los extraordinarios modales del difunto Tom Stoppard".

En cierto modo, esto tiene sentido. Los famosos no siempre son conocidos por su humildad y gracia. Hoy en día, el más famoso de todos podría decirle a una reportera "silencio, cerdita" o publicar un video generado por IA de sí mismo a bordo de un avión de combate arrojando lo que parecen grandes cantidades de excrementos sobre sus críticos.

Pero el elogio a los modales de Stoppard también me recordó uno de los misterios persistentes de la vida corporativa: si la cortesía y la consideración son tan valoradas y admiradas, ¿por qué tanta gente se porta tan mal en la oficina?

Pienso en ello cada vez que escribo a un conocido para hacerle una pequeña solicitud y no recibo respuesta. Ni pío. Lo vuelvo a pensar cuando escribo a una persona mucho más ocupada que me responde con rapidez y amabilidad. Mientras escribo estas palabras, me doy cuenta de que casi con toda seguridad yo misma he sido culpable de no responder. Sólo puedo alegar la presión de los plazos, los viajes o la inutilidad en general y decir que, aunque tarde, lo siento.

Las disculpas, o la falta de ellas, son otro aspecto desconcertante de los modales en la oficina. ¿Cómo es posible que adultos aparentemente sensatos puedan llegar a las reuniones con 15 minutos de retraso, o sumergirse en sus teléfonos en medio de una reunión individual, sin una palabra de disculpa ni explicación?

Todos hemos llegado tarde y hemos tenido que revisar mensajes urgentes, así que cuando alguien tiene que hacer este tipo de cosas, lo entendemos, excepto cuando lo hace repetidamente e ignora la imposición a los demás.

Lo curioso de todo esto es que la mala educación es muy contraproducente. Tratar a los demás como te gustaría que te trataran no sólo hace que los demás se sientan más felices. Hace que se sientan mejor contigo. Cuando las cosas se complican, como siempre ocurre en algún momento de la vida laboral, ayuda caer bien.

Recordatorios de esta verdad evidente salpican las páginas de El curioso caso de Mike Lynch, un nuevo libro de la periodista Katie Prescott sobre el multimillonario tecnológico que murió cuando su superyate se hundió el año pasado mientras celebraba su absolución por cargos de fraude.

Lynch fue, sin duda, un emprendedor brillante.

Pero me pregunto si se habría metido en tantos problemas de no haber tenido un estilo de gestión que Prescott describe como tan aterrador que intimidaba al personal hasta casi provocarle una crisis nerviosa y llevó a un grupo de antiguos empleados, todos hombres, a llamarse a sí mismos "esposas maltratadas". Otros compararon trabajar para él con estar en prisión.

"Es inaceptable", le habría gritado en una ocasión a una alta ejecutiva, Poppy, ahora la baronesa Gustafsson, cuando dejó de funcionar Internet en la oficina. "Juro que si pudiera contactar por teléfono con California, sabrías directamente lo que c****** pienso al respecto", le escribió por correo electrónico a otro subordinado.

Lynch, es de esperar, formaba parte de una minoría.

Otro ejemplo de cómo los buenos modales ayudan a quienes son educados es el simple, sencillo, pero extraordinariamente efectivo acto de dar las gracias.

No deja de sorprender que no lo haga más gente. No es que la idea sea nueva.

Una de mis explicaciones favoritas sobre la importancia de la gratitud la dio el escritor estadounidense David Sedaris en un discurso de graduación de 2018 en el Oberlin College de Ohio.

"Es de sentido común", aseguró a los graduados allí reunidos. "A la gente le gusta hacer cosas por quienes se muestran agradecidos".

Escribir una nota de agradecimiento a tu abuela por un regalo de graduación de 100 dólares prácticamente garantiza que te dará más dinero en el futuro si es necesario, añadió, "no porque lo pidieses, sino porque eres agradecido".

Tiene razón. No pretendo sugerir que ser prolífico en agradecimientos garantice un aumento de sueldo. Pero estoy segura de que los directivos que dedican un tiempo a agradecer y elogiar a quienes se lo merecen se ven recompensados con un personal más trabajador y leal. En definitiva, los buenos modales contribuyen a la felicidad humana, mientras que la grosería hace lo contrario. La gente inteligente lo sabe. Evite al resto si puede.

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