Viernes, 26 de diciembre de 2025 Vie 26/12/2025
RSS Contacto
MERCADOS
Cargando datos de mercados...
Economía

Reconciliación, concordia y convivencia

Reconciliación, concordia y convivencia
Artículo Completo 1,774 palabras
Hoy no se percibe la misma sintonía entre el jefe del Estado y el del Gobierno que fue tan fructífera para la democracia y la concordia en la etapa de Juan Carlos I y Adolfo Suárez. Esa relación de complicidad y entendimiento no existe ni tiene visos de existir mientras gobierne el sanchismo. Leer
Ensayos liberalesReconciliación, concordia y convivencia
  • TOM BURNS MARAÑÓN
26 DIC. 2025 - 01:26El Rey emérito, Juan Carlos I, y el expresidente del Gobierno Adolfo Suárez.EFE ARCHIVO

Hoy no se percibe la misma sintonía entre el jefe del Estado y el del Gobierno que fue tan fructífera para la democracia y la concordia en la etapa de Juan Carlos I y Adolfo Suárez. Esa relación de complicidad y entendimiento no existe ni tiene visos de existir mientras gobierne el sanchismo.

En estos días en que se pide la paz para la gente de buena voluntad y cuando todavía resuena la petición de convivencia que por enésima vez articuló Felipe VI en su mensaje navideño,¿está España dispuesta a tomarse en serio la reconciliación y la concordia? Por lo pronto, el llamado cincuentenario de la libertad pasó de puntillas con más pena que gloria en este año que termina.

El mensaje de Nochebuena es el único discurso que escribe íntegramente el Rey porque el Gobierno interviene en los demás que enuncia la Corona. Los que anteanoche se tomaron el tiempo para escucharlo saben que año tras año el requerimiento de convivencia actúa de hilo conductor en cada felicitación desde el Palacio de la Zarzuela.

Se entiende como convivencia responsable y democrática un estado cívico que respeta la tolerancia, es decir la opinión del otro. Se llega a él a través de la reconciliación y la concordia. Esto lo sabe España. Concordia y reconciliación no están en la conversación de la política actual pero lo estuvieron.

Buen sitio para meditar sobre ello es la sobria catedral de Ávila, que es una semifortaleza porque su ábside forma parte de la muralla. Quienes al acercarse a ella en estos días para ver su Belén y pasar también al claustro gótico del templo verán la tumba de Adolfo Suárez, en cuya lápida está inscrito el epitafio "la concordia fue posible".

Muy cerca está enterrado el insigne historiador medievalista Claudio Sánchez Albornoz, abulense de pro como Suárez, que fue presidente de la República en el exilio durante la década de los sesenta del siglo pasado. El epitafio sobre su tumba reza Ubi autem Spiritus Domini, ibi libertas -Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad, (2 Corintios 3:17)-. Saberlo es apropiado en estos días cuando los creyentes celebran que el verbo se hizo carne.

Para acordarse de cuando la concordia triunfó sobre la crispación están las recién publicadas memorias de Juan Carlos I. El heredero de Franco y el "motor" de la Transición de la dictadura a la democracia las ha titulado Reconciliación y quienes las lean aprenderán algo de la materia. Sus recuerdos palaciegos son nostálgicos y agridulces.

Don Juan Carlos detalla como "todos, franquistas y oposición, españoles y observadores extranjeros" condenaron de manera unánime e inapelable su decisión de nombrar a Suárez presidente del Gobierno en julio 1976 y puntualiza como él "les estaba preparando una bonita sorpresa a los españoles" al elegir a "un joven desconocido, sin experiencia".

Cada cual hará su propia lectura de las memorias de Don Juan Carlos pero una, netamente política, que sobresale es el recambio generacional en la dirección del destino de España que supuso el sorprendente, audaz y tan decisivo nombramiento de Suárez. El padre de Felipe VI escribe que la formación de aquel nuevo gobierno fue "una afrenta para la gerontocracia y su burocracia".

Don Juan Carlos afirma repetidamente que cuando le comentaba a Franco, como heredero suyo que era, la necesidad de introducir reformas para abrir el régimen, el dictador le decía "le toca a usted hacerlo, yo no puedo cambiar las cosas". Se entiende que el entonces Príncipe de España sabía que tenía las manos libres para alterar las "cosas" en cuanto sucediese a Franco en la jefatura del Estado a título de Rey.

El Rey apretó el acelerador aperturista cuando nombró a Suárez presidente del Gobierno y Suárez se puso al frente de una nueva generación de ministros que también fueron tachados de "inexpertos" y de "aprendices". Don Juan Carlos estaba encantado.

"Yo tenía treinta y ocho años y una necesidad casi física de rodearme de personas de mi edad, llenas de ilusiones y de entusiasmo, y con la misma visión de la sociedad española que yo. Durante mi primer Consejo de Ministros, me di cuenta de que a todos nos movía el mismo impulso, la misma frescura, sin tabúes ni recelos. Les decía: ¡Adelante, trabajad sin miedo!".

Dos principios apuntalaban esas frescas e impulsivas emociones. Una era el compromiso de transitar "de la ley a la ley, a través de la ley" a la democracia constitucional y parlamentaria. La otra era la meta de la concordia.

Juan Carlos I quería ser el Rey de "todos los españoles" y la inmensa mayoría de españoles, por encima de todo, quería la reconciliación. El sucesor de Franco pulsaba un deseo intergeneracional de acabar con las dos Españas, la de los vencedores de la Guerra Civil y la de los que la perdieron.

Hoy, cuando Felipe VI comienza el duodécimo año de su reinado y Juan Carlos I lleva más de un lustro a orillas del Golfo Pérsico, nadie diría que la Corona, símbolo de la unidad y la permanencia de España que modera y arbitra el funcionamiento regular de las instituciones, esté rodeada y acompañada por ministros que comparten una misma ilusionante agenda.

El socio menor del minoritario Gobierno de coalición es impenitentemente republicano, sus aliados políticos son rabiosos independentistas que rechazan la integridad territorial de la nación y quien preside el Consejo de Ministros le da arrogantemente la espalda al Parlamento y despacha con la Corona de higos a brevas.

El respeto a la ley no deja de ser una fachada cuando la transgreden altos cargos y cuando el Gobierno acusa a los jueces de lawfare. La concordia se esfuma. No puede existir cuando se legisla la corrección de la "memoria", cuando se levantan muros frente al adversario y cuando se polariza la política.

A las casi tres décadas de la proclamación de Juan Carlos I, la reconciliación fue herida de muerte con la llegada al Palacio de la Moncloa del revanchista, entonces socialista y hoy sanchista, José Luis Rodríguez Zapatero. Pedro Sánchez se encargaría de apuntillarla con su gobierno Frankenstein.

La esencia de la reconciliación es la aceptación de la pluralidad política y de la alternancia en el poder pero en esto, que es la piedra angular de la convivencia cívica, no transigen los sectarios que se creen revestidos por una superioridad moral. El principio rector de Zapatero que después pasó a ser el de Sánchez es que la democracia pertenece a la izquierda y que la derecha ha de ser excluida de ella por un cordón sanitario.

Todo indica que, lejos de reconocer el castigo que le infligieron los votantes extremeños el pasado domingo y de rectificar en consecuencia su política frentista, Sánchez se bunkeriza y se dispone a tensar la crispación más de lo que ya lo está. Asediado y aislado, podría liderar un movimiento descaradamente populista de izquierdas que cuestionaría, ya sin tapujos, tanto la Corona como el modelo territorial que establece la Constitución de 1978.

Más que nunca se agradece la prédica de la convivencia por parte de Don Felipe y más que nunca se teme que sus palabras caigan en saco roto. No se fomenta ese generoso acuerdo generacional al servicio del país que supieron liderar Don Juan Carlos y Suárez.

Claudio Sánchez Albornoz, que regresó a España tras la muerte de Franco y murió en Ávila, ya nonagenario, en 1984, bendijo la Transición. En ese proceso se reconquistó la democracia compartiendo una visión y un afán que podría reflejar el espíritu de la reconquista de la cristiandad que Don Claudio tanto estudió y que, para él, marcó la razón de ser de España.

Desgraciadamente hoy no se percibe esa sintonía entre el jefe del Estado y el del Gobierno que entonces fue tan fructífera. "Adolfo y yo habíamos desarrollado una verdadera complicidad y confianza, hasta el punto de entendernos casi sin hablar," cuenta Don Juan Carlos en sus memorias.

Hoy, según el cotilleo de los Mentideros de la Villa, aquella "excepcional relación" sencillamente ni existe ni tiene visos de existir mientras gobierne el sanchismo. ¿Están los españoles dispuestos a tomarse en serio la concordia? Para nada parece que lo esté Frankenstein.

El cincuentenario de la libertad fue un engaño propagandístico que tuvo un recorrido muy relativo. Lo que ocurrió a finales de 1975 fue que Don Juan Carlos fue proclamado Rey tras la muerte de Franco y Don Juan Carlos, que sí se tomó en serio la reconciliación y que la hizo posible, no fue convocado a los poco lucidos actos que programó el Gobierno.

Felipe VI, el ejemplar sucesor de Don Juan Carlos, destaca en el ecosistema político hispano porque es empático, es cumplidor y prudente y no es frívolo. Avisa que en los tiempos que corren la convivencia es "una construcción frágil". Por eso en la convivencia "las ideas propias nunca pueden ser dogmas, ni las ajenas, amenazas".

La Corona desea Feliz Navidad, Eguberri On, Bon Nadal y Boas Festas. Y uno dice amén.

Tom Burns Marañón es el autor de "El legado de Juan Carlos I", editorial Almuzara.

Mucho autoengaño y ninguna autocrítica en el PSOE y el GobiernoDesplome inversor por la inseguridad jurídicaSánchez, pato cojo Comentar ÚLTIMA HORA
Fuente original: Leer en Expansión
Compartir