Thursday, 11 de December de 2025
Cultura

Elegantes para morir

Elegantes para morir
Artículo Completo 1,280 palabras
El bar del tanata tiene esta semana un ajetreo fuera de lo normal. Aunque uno nunca sabe lo que es normal con esto de la muerte. O quizá es que todo lo es. —No es lo mismo morirse en diciembre que en febrero —dijo Andrés—. De hecho, no sé cuál es el mes más oportuno para morir. —Creo que agosto —le respondí—. Es una excusa muy buena para escapar de las vacaciones. Además, este bar seguro que abre también en verano. — La muerte sí que no coge vacaciones —aseguró Andrés.—No exactamente —dije—. Creo que muchas veces no termina ni siquiera el turno de tarde. Por eso se dice que «siempre se van los mejores». Tiene la manía de dejar a otros que son mucho peores. —Eso es de una verdad indiscutible —dijo el camarero, con tono de quien defiende a un partido pese a todo—.—Pero desde luego me temo que la muerte es muy esnob. Si no lo fuera, iría a ver a los que perdona la vida por la mañana en vez de por la tarde. Pero como le gusta horrores aparentar y conocer a personas especiales, pues no hay manera de que caigan los malos.Hoy en día, si un entierro no sale bien en redes, parece que no existió—Pero imagínate la clientela de indeseables que tendríamos que soportar aquí —le dije—. No me parece tan mal que sea esnob. Mejora a los parroquianos. El bar del tanata siempre tiene la ventaja de los horarios . Pero una cosa es morirse en verano al caer el sol, y otra muy distinta es hacerlo en invierno y de madrugada. —La educación —repitió Andrés—. La gente cree que morirse es una cosa que se hace sin pensar, como bostezar o votar. ¡Pero no! Hay que elegir bien el momento, el clima. Morirse en invierno es una falta de consideración hacia los asistentes. Tiritan, se resbalan, y todo eso distrae de lo principal, que es el muerto.—Además —apunté—, las lágrimas se confunden con los goterones de lluvia y ya nadie sabe si uno llora por pena o por humedad. Es muy vulgar.—Vulgarísimo —confirmó el camarero—. Y si me apuran, diría que también poco fotogénico . Y hoy en día, si un entierro no sale bien en redes , parece que no existió.—¿Ve? —dijo Andrés—. Lo que yo decía. La muerte es esnob, pero el mundo se está volviendo más esnob que la muerte. Antes la gente moría sin tanta parafernalia , con discreción. Ahora se quiere morir uno como si fuera una premiere en Cannes.—Con alfombra roja y todo —añadí—. Aunque aquí, si viniera alguien con alfombra, sería para cubrir los baldosines rotos de la entrada.Andrés soltó una risa que resonó demasiado alegre para un bar de tanatorio, lo cual hizo girar alguna cabeza en las mesas Él se encogió de hombros: nunca ha tenido respeto por el decoro institucional.—De todos modos —continuó—, hay que reconocer que morirse en agosto tiene ventajas. En los entierros hace calor, sí, pero también hay menos tráfico. Y la gente va más ligera de ropa, eso da un aire más… mediterráneo.Caprichosa y sensible—Mediterráneo o directamente playero —rematé—. Que yo he visto entierros en los que algún sobrino lejano se presentó en chanclas. A mí me parece fatal, pero claro, uno ya no sabe si criticarlo o celebrarlo. Imagínate que la muerte, caprichosa y sensible, se ofende y decide no llevarse a aquel que te caía mal solo porque tú has manifestado desagrado por la estética del duelo.—¡Ah, la muerte susceptible! —exclamó Andrés—. La veo perfectamente, ofendidísima, cruzándose de brazos y diciendo: « Pues a este no me lo llevo ». El camarero apoyó el vaso ya brillante como una revelación.—Mire que lo he pensado veces —dijo—: si la muerte tuviera un libro de reclamaciones, estaría lleno de quejas por mala gestión horaria. Que si llega tarde, que si llega pronto, que si hoy no me viene bien…—Como los técnicos de internet —dije.—Exactamente —respondió él—. Con la diferencia de que la muerte sí aparece. Y cuando aparece, no hay manera de reprogramarla .Andrés sonrió con ese aire suyo que adoptaba cada vez que creía tener la frase definitiva.—La muerte no es puntual ni impuntual —dictaminó—: es dramática. Llega cuando más efecto produce. Por eso digo que es esnob. Le gusta el impacto , como a los críticos teatrales.La muerte es una especie de diva de las artes escénicas que selecciona a su público y hace sus giras según la temporada—Así que, según tú —dije—, la muerte es una especie de diva de las artes escénicas que selecciona a su público y hace sus giras según la temporada.—Tal cual —dijo Andrés—. Y tiene sus meses altos y sus meses bajos. Diría que febrero es un mes con poca demanda . Es un mes feo, pequeño, como hecho deprisa. Morirse debe de ser barato.—Pero barato de espíritu —aclaré—. Porque un funeral en febrero, con esa depresión postnavideña, es como asistir a la despedida de un paraguas.Nos quedamos en silencio, saboreando esa metáfora tan absurda que Andrés casi se emocionó.—Oye —dijo—, ¿y tú crees que existe algún mes verdaderamente poético para morirse ? No uno conveniente, sino uno con estilo.Me quedé pensativo, como quien elige destino de vacaciones.— Abril —declaré—. Tiene lluvias con nostalgia, flores con ambición y días que no saben si ser verano o invierno. Si yo fuera la muerte, en abril me pondría como loca. —Es demasiado evidente —objetó Andrés—. La muerte, que es presumida, no querría ser predecible. Yo creo que preferiría septiembre.—¿Septiembre?—Claro —prosiguió—. Es un mes serio, responsable. Empieza el curso, uno compra cuadernos nuevos. Morirse en septiembre es una formalidad casi burocrática: «Entrego este cuerpo en buen estado salvo por el detalle de estar muerto y comienzo un nuevo ciclo». Tiene su dignidad.El camarero, que había escuchado ya con la resignación del que oye misa diaria, resopló.—Septiembre me parece caro. Todo sube. Hasta morirse debe de subir.Andrés levantó la ceja, orgulloso.—Porque tenemos visión de futuro. Hay que ir familiarizándose con el entorno. Que luego la gente llega aquí sin saber si pedir café o tila .—Y eso que el café de aquí está de muerte —añadí.El camarero hizo un gesto de advertencia, como si citar la muerte en vano pudiera invocarla, pero Andrés siguió.—Volviendo al tema —dijo—: yo sigo pensando que la muerte actúa con favoritismos. Mire usted: en este mismo tanatorio, ¿a cuántos villanos famosos ha visto entrar?El camarero meditó.—Menos de los que debería.—Exacto —exclamó Andrés triunfal—. Porque la muerte, fina como ella sola, prefiere llevarse a gente querida, admirada, con cierta reputación. Es como un marchante de arte: solo colecciona piezas selectas. Los malos, en cambio, se quedan. Y nos hacen la vida imposible.

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El bar del tanata tiene esta semana un ajetreo fuera de lo normal. Aunque uno nunca sabe lo que es normal con esto de la muerte. O quizá es que todo lo es.

—No es lo mismo morirse en diciembre que en febrero — ... dijo Andrés—. De hecho, no sé cuál es el mes más oportuno para morir.

—Creo que agosto —le respondí—. Es una excusa muy buena para escapar de las vacaciones. Además, este bar seguro que abre también en verano.

—La muerte sí que no coge vacaciones —aseguró Andrés.

—No exactamente —dije—. Creo que muchas veces no termina ni siquiera el turno de tarde. Por eso se dice que «siempre se van los mejores». Tiene la manía de dejar a otros que son mucho peores.

—Eso es de una verdad indiscutible —dijo el camarero, con tono de quien defiende a un partido pese a todo—.

—Pero desde luego me temo que la muerte es muy esnob. Si no lo fuera, iría a ver a los que perdona la vida por la mañana en vez de por la tarde. Pero como le gusta horrores aparentar y conocer a personas especiales, pues no hay manera de que caigan los malos.

Hoy en día, si un entierro no sale bien en redes, parece que no existió

—Pero imagínate la clientela de indeseables que tendríamos que soportar aquí —le dije—. No me parece tan mal que sea esnob. Mejora a los parroquianos.

El bar del tanata siempre tiene la ventaja de los horarios. Pero una cosa es morirse en verano al caer el sol, y otra muy distinta es hacerlo en invierno y de madrugada.

—La educación —repitió Andrés—. La gente cree que morirse es una cosa que se hace sin pensar, como bostezar o votar. ¡Pero no! Hay que elegir bien el momento, el clima. Morirse en invierno es una falta de consideración hacia los asistentes. Tiritan, se resbalan, y todo eso distrae de lo principal, que es el muerto.

—Además —apunté—, las lágrimas se confunden con los goterones de lluvia y ya nadie sabe si uno llora por pena o por humedad. Es muy vulgar.

—Vulgarísimo —confirmó el camarero—. Y si me apuran, diría que también poco fotogénico. Y hoy en día, si un entierro no sale bien en redes, parece que no existió.

—¿Ve? —dijo Andrés—. Lo que yo decía. La muerte es esnob, pero el mundo se está volviendo más esnob que la muerte. Antes la gente moría sin tanta parafernalia, con discreción. Ahora se quiere morir uno como si fuera una premiere en Cannes.

—Con alfombra roja y todo —añadí—. Aunque aquí, si viniera alguien con alfombra, sería para cubrir los baldosines rotos de la entrada.

Andrés soltó una risa que resonó demasiado alegre para un bar de tanatorio, lo cual hizo girar alguna cabeza en las mesas Él se encogió de hombros: nunca ha tenido respeto por el decoro institucional.

—De todos modos —continuó—, hay que reconocer que morirse en agosto tiene ventajas. En los entierros hace calor, sí, pero también hay menos tráfico. Y la gente va más ligera de ropa, eso da un aire más… mediterráneo.

—Mediterráneo o directamente playero —rematé—. Que yo he visto entierros en los que algún sobrino lejano se presentó en chanclas. A mí me parece fatal, pero claro, uno ya no sabe si criticarlo o celebrarlo. Imagínate que la muerte, caprichosa y sensible, se ofende y decide no llevarse a aquel que te caía mal solo porque tú has manifestado desagrado por la estética del duelo.

—¡Ah, la muerte susceptible! —exclamó Andrés—. La veo perfectamente, ofendidísima, cruzándose de brazos y diciendo: «Pues a este no me lo llevo».

El camarero apoyó el vaso ya brillante como una revelación.

—Mire que lo he pensado veces —dijo—: si la muerte tuviera un libro de reclamaciones, estaría lleno de quejas por mala gestión horaria. Que si llega tarde, que si llega pronto, que si hoy no me viene bien…

—Como los técnicos de internet —dije.

—Exactamente —respondió él—. Con la diferencia de que la muerte sí aparece. Y cuando aparece, no hay manera de reprogramarla.

Andrés sonrió con ese aire suyo que adoptaba cada vez que creía tener la frase definitiva.

—La muerte no es puntual ni impuntual —dictaminó—: es dramática. Llega cuando más efecto produce. Por eso digo que es esnob. Le gusta el impacto, como a los críticos teatrales.

La muerte es una especie de diva de las artes escénicas que selecciona a su público y hace sus giras según la temporada

—Así que, según tú —dije—, la muerte es una especie de diva de las artes escénicas que selecciona a su público y hace sus giras según la temporada.

—Tal cual —dijo Andrés—. Y tiene sus meses altos y sus meses bajos. Diría que febrero es un mes con poca demanda. Es un mes feo, pequeño, como hecho deprisa. Morirse debe de ser barato.

—Pero barato de espíritu —aclaré—. Porque un funeral en febrero, con esa depresión postnavideña, es como asistir a la despedida de un paraguas.

Nos quedamos en silencio, saboreando esa metáfora tan absurda que Andrés casi se emocionó.

—Oye —dijo—, ¿y tú crees que existe algún mes verdaderamente poético para morirse? No uno conveniente, sino uno con estilo.

Me quedé pensativo, como quien elige destino de vacaciones.

—Abril —declaré—. Tiene lluvias con nostalgia, flores con ambición y días que no saben si ser verano o invierno. Si yo fuera la muerte, en abril me pondría como loca.

—Es demasiado evidente —objetó Andrés—. La muerte, que es presumida, no querría ser predecible. Yo creo que preferiría septiembre.

—Claro —prosiguió—. Es un mes serio, responsable. Empieza el curso, uno compra cuadernos nuevos. Morirse en septiembre es una formalidad casi burocrática: «Entrego este cuerpo en buen estado salvo por el detalle de estar muerto y comienzo un nuevo ciclo». Tiene su dignidad.

El camarero, que había escuchado ya con la resignación del que oye misa diaria, resopló.

—Septiembre me parece caro. Todo sube. Hasta morirse debe de subir.

—Porque tenemos visión de futuro. Hay que ir familiarizándose con el entorno. Que luego la gente llega aquí sin saber si pedir café o tila.

—Y eso que el café de aquí está de muerte —añadí.

El camarero hizo un gesto de advertencia, como si citar la muerte en vano pudiera invocarla, pero Andrés siguió.

—Volviendo al tema —dijo—: yo sigo pensando que la muerte actúa con favoritismos. Mire usted: en este mismo tanatorio, ¿a cuántos villanos famosos ha visto entrar?

—Exacto —exclamó Andrés triunfal—. Porque la muerte, fina como ella sola, prefiere llevarse a gente querida, admirada, con cierta reputación. Es como un marchante de arte: solo colecciona piezas selectas. Los malos, en cambio, se quedan. Y nos hacen la vida imposible.

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Fuente original: Leer en ABC - Cultura
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