Esta funcionalidad es sólo para registrados
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
A Oliver Laxe (París, 1982), la vida le ha arrollado para bien desde que la primavera pasada presentara en la sección oficial de Cannes 'Sirat', su última película, la que tantas alegrías le está dando, entre ellas, el premio del Jurado de ... ese festival.
Accedemos a entrevistarlo en plena promoción de la cinta en Estados Unidos, a pocos días de que se revele si competirá a los oscars, al menos, como mejor película de habla no inglesa. De hecho, poco después de charlar con su autor por teléfono desde Nueva York, donde hace las presentaciones de la cinta en el MoMA y disfruta de una retorpspectiva de su cine en el Metrograph, se anuncia que competirá además por dos globos de Oro.
Pero aún hay tiempo para otras cosas. De hecho, la decisión sobre lo que pueda ocurrir o no en Hollywood la próxima semana le va a pillar al gallego presentando 'HU/هُوَ. Bailad como si nadie os viera', una propuesta instalativa para el Museo Reina Sofía, que mucho bebe de la película pero que su autor no quiere que se confunda con la misma.
Quizás poca gente sepa que Laxe se inició en el ámbito artístico, que abandonó por considerarlo demasiado rígido, poco dado a la libertad que le ofrecía el cine. Ahora toca volver al museo. Y así lo vive. En medio de la vorágine.
—¿Entrar en un museo es más complicado que hacerlo en una sala de cine?
Creo que no. Creo que el cine es más complejo. El museo es eminentemente elitista y, por lo tanto, el camino es claro. Sin embargo, en el cine, la frontera entre el arte y el espectáculo o el entretenimiento es más ambigua. Para un artista es más difícil evolucionar en el mundo del cine. A mí del cine lo que me interesa es su dimensión popular.
Creo que el arte tiene que ser elitista, tiene que ayudarnos a cultivarnos, a elevarnos, a profundizar. El cine es una mezcla de alta cultura y cultura popular. Eso me parece muy sano. Sobre todo porque en mi trabajo hay una noción de servicio. Me encanta el museo pero siempre he pensado que el cine tiene mucha más pegada para curar el imaginario colectivo.
—No es la primera vez que usted entra en el museo. De hecho, participa en los últimos meses en un proyecto de cineastas gallegos en Condeduque que venía del CGAC.
—Es que yo empecé haciendo instalaciones en Pontevedra. Yo estudiaba comunicación audiovisual y participé en un festival que se llamaba IFI que hacía la Facultad de Bellas Artes, para la que preparé dos proyectos. Así que empecé antes a hacer arte que 'pelis', curiosamente.
—Entonces el cubo blanco le es tan familiar como la caja negra.
—Y tengo muchísimos amigos artistas. Hice instalaciones para Injuve. Si me he decantado por el cine es por la dimensión popular que te digo que tiene. Pero reconozco que tambiéncuenta con sus limitaciones, de tiempo, de espacio... Y yo no busco desarrollarme como un autor en el cine. Creo que es una consecuencia. Lo que yo busco es servir radicalmente. Punto. Sin engañarme. Y vuelvo a la idea: el museo, frente al cine, espacialmente, es, sin embargo, mucho más interesante. Yo tengo una sensibilidad con el espacio y me interesa del museo su arquitectura. Me seduce mucho lo de llegar a una sala y plantear qué se puede sentir ahí, qué puedo evocar allí.
—El museo también tiene limitaciones, aunque quizás a usted le benefician porque no es narrativo con su trabajo, pero lo más habitual es entrar en sus salas 'con la película empezada'.
—Estoy de acuerdo. El museo tiene algo que desacraliza la obra. El estrés del mundo también entra en el museo. El visitante traslada sus angustias existenciales en la sala de exposiciones. Hay algo de estrés siempre en la visita. Sí que me ha costado asumir eso de que llegue un espectador, esté diez segundos, y se vaya.
—¿Quién le lanza una invitación como esta para el MNCARS y por qué se le dice que sí?
—Bueno, yo conozco a Manuel (Segade) desde sus tiempos del CGAC. Hace 20 años me reuní con él y con el director del museo de entonces, cuando estaba empezando a hacer mis primeros cortos en 16 mm. Supongo que ya verían una sensibilidad plástica que es rara en el cine español, que suele ser más de narraciones, de historias contadas en imágenes, no tanto procesos estilísticos cinematográficos.
«Mi cine tiene algo de sensorial, de sinestésico; mi cine se ve con el cuerpo, con la piel. El museo me ayuda a subrayar que el espectador es parte del lienzo»
Con el anterior director, con Manolo [Borja-Villel] también especulamos con la idea de hacer algo con los fuegos de 'O que arde', pero llegó el covid y no se dio. Cuando Manuel [Segade] llegó a Madrid nos reunimos y decidimos poner esto en marcha. A mí me encanta lo de coger un espacio y activarlo. Mi cine tiene algo de sensorial, de sinestésico; mi cine se ve con el cuerpo, con la piel. El museo me ayuda a subrayar que el espectador es parte del lienzo.
—Explíqueme 'Bailad como si nadie os viera', por qué no es un 'descarte' de 'Sirat', aunque se nutra de alguna forma de la película.
—Ese era el reto, que la propuesta no pareciera una secuencia de la peli. Y para que eso sucediera, yo tenía que sentir que estaba trabajando las imágenes de otra manera. He rescatado imágenes rodadas en Irán hace 10 años, lo que de alguna manera me acercó a cuestiones que me interesan, como lo sagrado, las geometrías espirituales, las proporciones en la arquitectura, en el paisaje, en la memoria y el cuerpo... Me quiero privar de intelectualizar la obra porque creo que es una de las derivas que me alejaron del arte...
—Sí, no quiero participar de ello, y por ello es que hoy hago cine. Pero, en este caso, sí que creo que lo sensorial debe primar y lo sensorial es algo muy complejo que la cabeza no siempre es capaz de acoger. De hecho, esta obra, hasta que no la inauguremos, no voy a saber qué es. Esto es un verdadero 'work in progress'. No sé qué sensación vamos a tener en la sala.
—Pero en su cabeza sí pululará la sensación que quiere provocar...
—Sí, pero todas mis obras me acaban sorprendiendo. Afortunadamente. A ver: hemos tenido tres limitaciones haciendo esta pieza. La primera es que había que adaptarse a un espacio. La segunda, el tiempo. Todo esto me pilla en medio de un quilombo, acompañando a 'Sirat'. La tercera, que no he podido filmar 'ad hoc' y he tenido que recurrir a materiales. Me gustaría que aún así el espectador sintiera el 'beat' y que bailase. Hay algo contemplativo en la obra; algo en la imagen, envolvente. Un trabajo sonoro fino, que espero que lo favorezca... ¡Pero el cuerpo humano es tan complejo! ¡Son tantos los condicionantes! Veremos si la película es serena o no, si la luz es la adecuada, si sentimos existencialismo o metafísica con lo ofrecido... Por eso me interesa trabajar con el espacio, porque es hacerlo con lo sutil.
—El cine nos obliga a recibirlo sentado. Solo el hecho de que el museo invite al tránsito, es un paso.
—Eso es lo que me interesa, el cuerpo. Yo estudio también psicoterapia, Gestalt, y analizamos mucho la memoria del cuerpo, cómo este, en determinados estados, da información sobre ti, sobre el dolor, sobre el trauma o la herida. Veremos si aquí se ritualiza el cuerpo de alguna manera. Esto es importante: siempre he creido que el artista es el peor enemigo de su obra de arte. Si yo ahora mismo le pusiera mucho peso conceptual a las imágenes, la obra nacería muerta. Por eso creo que en la mayor parte de los museos huele a muerte, huele a cadáver. Hay obras y museos increíbles, pero hay que saber parar a tiempo. Hay que dotar de mayor confianza a la sensibilidad del espectador, su inconsciente, el inconsciente colectivo... ¡Ojalá nazca viva! Y a ver qué nos dice.
–Usa una una palabra clave: ritual: la instalación consta de dos partes, una más sonora, inmersiva, y la segunda más visual. Para un creador tan espiritual como usted, ¿está invitando al espectador a algún tipo de ritual?
—Si el cuerpo evoca cosas, sí. Pero no creo que vaya a suceder. Me parecen palabras mayores. Ojalá, pero no lo creo. Por ejemplo, sé que 'Sirat' sí que era una ceremonia cinematográfica. Tú viendo 'Sirat' mueres. Es una auténtica catarsis. Es brujería. Brujería blanca. La he acompañado por todo el mundo y lo puedo certificar, después de hablarlo con psicoterapeutas y psicoanalistas. Es como cuando los griegos iban al teatro: el que va a ver esta película va a hacer catarsis. ¿Va a pasar eso en el museo? Son 18 minutos. No lo sé. Ojalá, pero creo que no.
—Hábleme de ese feedback de 'Sirat'. ¿Recibe las mismas respuestas en todos los contextos?
—No. En un país como México, el público entiende mejor la idea de ritual por su relación con la muerte. Allí no tengo que dar tantas explicaciones. En Francia, esto es una comida que ya conocen. En muchos países ha sido como cuando le das a probar a un niño un alimento nuevo. No sabe si le gusta o no. Es tan nuevo que la reacción es la mueca. Pero en países con tradición artística fuerte conocen el paso cuando les saco a bailar. Una cosa buena de 'Sirat' y que me deja tranquilo es que trasciende la categoría de «me gusta o no».
—Eso es. Creo que la peli está haciendo su trabajo. Incluso a los que no les gusta, a los que les violenta, la necesidad que tienen de hablar de ella, de integrarla, son síntomas de que ha cumplido bien su misión.
—¿Es preciso haber visto 'Sirat' para entender la instalación del Museo Reina Sofía?
—No. En Absoluto. Y pueden convivir con independencia. Las imágenes de 'Sirat' no llegan al 40 por ciento de la pieza.
—¿Tiene miedo de que entremos con ese prejuicio al museo?
—Sí. Porque no hay nada peor que ser un oportunista. Me he pasado toda la vida intentando no serlo. Sería lo peor que la gente creyera que estoy resignando la película de manera perezosa. He tenido el tiempo que he tenido, ha sido mi peor año para trabajar, ha sido duro y agradezco al museo la paciencia que ha tenido. Y ha sido superlindo trabajar con los comisarios. Pero, vamos a ver, vamos a ver... No estoy en mi zona de confort.
—Para el Reina, este proyecto le permite explorar las posibilidades expositivas del cine...
—He de decir que lo del Reina no me parece una pieza cinematográfica. Yo aquí no me estoy poniendo la gorra de cineasta. Estoy trabajando otras sensibilidades que tengo que a veces no puedo expresar en el cine: mi sensibilidad con el espacio, con la arquitectura, mi sensibilidad musical… Igual que en el templo griego, la primera sala la entiendo aquí como un espacio de purificación, para hacer tus abluciones. Y habrá una escultura que te limpie. Eso te permitirá entrar en el 'templo' donde está el 'icono'. Por eso habrá una escultura de altavoces, pero me habría encantado ponerla dentro de la sala grande, una suerte de dios griego, de Atenea…
—¿Qué tipo de cine es el que le interesa explorar a usted?
—Yo intento, a través de un relato, suspender ese relato, suspender la razón, la interpretación. Quiero llegar a un espacio más sensorial, más sinestésico, con toda variedad de sutilezas, de emociones que puede manifestar el ser humano a través de su cuerpo. Puede sonar pretencioso, lo es, pero como es una intención, me perdono a mí mismo, pero busco reencantar el mundo.
«Si yo ahora mismo le pusiera mucho peso conceptual a las imágenes, la obra nacería muerta. Por eso creo que en la mayor parte de los museos huele a muerte, huele a cadáver»
Soy una persona que puede ser definida como 'creyente', aunque tengo mis más y mis menos con el término. A Jung le preguntaban si creía en Dios y él decía que no es que creyera, es que conocía a Dios. Mi intención es hacer sentir al espectador que vivimos en un mundo mágico, con una inteligencia creativa detrás de todo. Me interesa que el espectador sienta el mundo sutil o espiritual que se esconde tras el material.
—Entiendo que a un creador lo que le gusta es crear. Pero, desde Cannes, se ha visto inmerso en un proceso de promoción de la película que supongo que le disturbará. ¿Cómo lo ha compaginado para no dejar de trabajar?
—En realidad, yo no quiero trabajar. Me encanta trabajar pero yo vivo en el presente. Ahora mismo la vida es la que me ha dicho que tengo que acompañar esta peli y lo asumo y lo acepto y no estoy frustrado. Me habría gustado filmar específicamente para lo del Reina, aunque estoy contentísimo con lo realizado, haber tirado de brutos como en el Condeduque. Precisamente quiero ir al museo, porque son muchas las veces que me digo: «¡Cómo molaría darme más tiempo o más especialidad!».
—Seguro que con más tiempo tampoco alcanzaría esa quintaesencia o esa perfección…
—Hablaba antes de oportunismo, pero me parece que es serio lo que estamos haciendo. Estoy contento. Y el propio museo lo percibe así. Han visto el resultado y comparten conmigo que trasciende la propia película.
—Su cine no se caracteriza por ser precisamente comercial. Ahora está obligatoriamente entregado a la promoción, esto es, a los ritmos puros y duros del cine comercial. ¿Le preocupa?
—No, ¿por qué? Primero, soy narcisista, me encanta hablar de mí y de mis películas. Me encanta estar en el centro. Y no solo eso. Es que trato de tener la mayor legitimidad posible para trabajar con la mayor libertad la próxima película. Todo esto lo hago pensando en el futuro y que mi próxima película sea tan demencial como 'Sirat'. O más. La emoción que más me acompaña ahora mismo es el poder reírme con la locura de película que voy a hacer. He entendido el mensaje. Ahora mismo tengo una bala de oro en el revólver. Tengo una varita mágica. Puedo hacer la película más loca porque antes lo he hecho bien.
—¿Esa película está ya en su cabeza?
—Algunas imágenes, sí. Empiezo a ver imágenes, a tener intenciones… Lo que sí que no tengo es miedo. No tengo miedo a venderme, miedo a haber entrado en una liga distinta… Al revés: ahora es cuando estoy más legitimado parta actuar con libertad.
—¿No le da vértigo mirar hacia atrás y ver lo conseguido? Le queda mucha carrera…
—Me parece muy bonito. Y no estoy seguro de ser una persona de éxito, porque no solo tu trabajo te lo asegura. La vida tiene muchas maneras de decirte que seas humilde. Estoy orgulloso. El tipo de cine que hago, no invento nada, pero en España es algo contracultural. Y hablar de espiritualidad o de elevar la conciencia a través del arte hoy es también bastante contracultural, siento decirlo. Lograrlo implica que he trabajado bien y me he rodeado bien. Le estoy agradecido a la vida. Y yo no sé si voy a hacer muchas más pelis…
—Tengo la sensación de estar, no al final, pero vaya…
—No. Tengo ganas de hacer lo siguiente. Sólo que mi manera de hacer pelis es muy exigente. Yo soy un yonki de la imagen. La imagen hace conmigo lo que quiere. Cuando me pilla un proyecto, me zarandea. Me posee, me embriaga y me emborracha. Pierdo el sentido de la realidad. Intuyo que la peli que tengo en la cabeza… Me da miedo. Me da miedo rendirme a ella y someterme a ella.
—Pase lo que pase con la nominación al Oscar y a un posible Oscar…
—No creo, ¿eh? Podemos aspirar a nominación. Es complicado...
—Pongámonos en el mejor de los casos. ¿Todo esto es un paréntesis, una anécdota, o hay ya un antes y un después sin vuelta atrás?
—Vuelta atrás siempre hay. Yo podría realizar películas más pequeñas. Podría hacer películas como 'Todos vós sodes capitáns', con mis amigos… A veces lo pienso. Pero la pregunta realmente es qué es lo que quiere la vida de mí. Eso es lo que se pregunta alguien con espiritualidad.
«No busco desarrollarme como un autor en el cine. Creo que es una consecuencia. Lo que yo busco es servir radicalmente. Punto. Sin engañarme».
Cuando se te abre el camino, intuyes la respuesta. Aunque no me nominen a los Oscars, la gente ya dice de mí que soy un cineasta de referencia. Así lo siento también cuando hablo con cineastas más jóvenes. Se me va a escuchar, se me va a esperar, me van a financiar mejor… Todo esto lo tengo que aprovechar. Y siento la responsabilidad de corresponder a todo eso en un momento de crisis fuerte del arte y del mundo. Me mueven las ganas de estar a la altura de los maestros y del mundo. Y de dar buenas noticias.
—¿Quiénes son sus referentes? Que no necesariamente tienen que ser cinematográficos.
—No sabría decirte. Tarkovsky y Bresson fueron mis maestros. Pero me encantaría parecerme a mi abuelo en la huerta… Vivo con tensión mi dimensión de artista con la de campesino.
—¿Se puede compaginar entonces Nueva York, Los Ángeles y Casa Quindós?
—Sin duda. Ahora estoy envuelto allí en muchos proyectos pero no los puedo disfrutar tanto como quisiera. La asociación ahora está construyendo una casa en un árbol. Estamos con proyectos de reto demográfico, de economía social, de arqueología, hemos hecho campamentos de voluntariado, mil talleres de apicultura, de fermentación, de poda, de reciclaje… Yo me lo estoy perdiendo.
—¿Todo esto es prolongación del trabajo como creador o una válvula de escape?
—Más lo primero. Son una mezcla lo uno de lo otro, que oxigena y equilibra cada parte. Es una excusa para ir al monte, para mover unas energías muy benéficas, para salir de mis ensimismamientos artísticos, tocar tierra, tocar algo de verdad. Y, a la par, me parece muy creativo todo lo que hago ahí. Ahora estoy trabajando con la Fundación Carasso, que abren espacio en Delicias, y estoy disfrutando de una beca de arte, haciendo fotos de excavaciones arqueológicas, de toda la gente que viene por la aldea… Para mí ese valle es un lienzo. A mí desbrozar o podar un monte, cuidar animales, me parece extremadamente creativo.
—Esto de la nominación le va a pillar presentando la exposición del Reina. ¿Le pone eso doblemente nervioso?
—No. Yo creo de hecho que vamos a estar en la 'short list'. Si se cumplen los vaticinios, estamos sextos o séptimos en predicciones. A ver qué pasa estos meses. Y si no entramos, no pasa nada. Estaré un día decepcionado, pero, al día siguiente, disfrutando de vacaciones anticipadas. ¡Y corriendo en el monte! Claro que me proyecto y que tengo ego y ambición. Pero esto de los Oscars no estuvo nunca en mi imaginario.
—Proyéctese al futuro un poco para mí. ¿Qué quiere hacer ahora?
Lo que tengo en la cabeza son imágenes. Es difícil hablar de imágenes. Pero sí que siento una llamada muy fuerte del Amazonas. Tengo ganas de ir allí antes de morir, que es lo que hago con todas mis películas.
Museo Reina Sofía. Madrid. C/ Santa Idabel, 52. Comisarios: Julia Morandeira y Chema González. Desde el 17 de diciembre de 2025.
—Habla mucho de muerte en su cine, ¿pero muere usted con cada película?
—Sí. Obviamente, el proceso incluye no una muerte física pero sí un viaje importante. A mí 'Sirat' me ayudó a conectar con mi herida. Yo he bailado mi herida. Esa es una película sobre la herida, que se conecta a la herida del mundo. Ha sido sano. No sé que será lo siguiente. Pero me guío mucho por su sabor. Y con cada grabación voy descubriendo algo de mí de manera muy orgánica.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Escucha todos los capítulos del podcast de Historia de ABC
Ana Velasco, historiadora: “Ana de Cleves, cuarta mujer de Enrique VIII, estaba en el 'Tinder' de la época«»
El reloj que combina con todo y tiene un precio increíble: el Spinnaker Hull